La política del bandazo
Juan
Jesús Ayala
La política,
activarla, ponerla en el sitio que le corresponde, que debe ser al servicio de
los demás -con los sacrificios y malos ratos que ello comporta, con las
gratificaciones que muchas veces trae consigo-, la política, digo, es una de
las actividades de máxima importancia y administrarla de una manera u otra nos
da pistas de la intencionalidad que unos y otros persiguen en ir tras su
presencia en ese escenario de la vida pública.
Cuando la política se
va fuera de su linderos y aparecen el fantochísimo, la mentira, el quiebro
hipócrita, la maledicencia, la impostura, el decir hoy una cosa y pasado mañana
la contraria, el venderse por cuatro cuartos, el pensar que la gente es babieca,
en fin, cuando se quedan impávidos los que por ahí transitan, entonces la
política pierde categoría, calidad y dignidad llegando a convertirse en eso, en
puro pitorreo. Y luego viene lo que se está produciendo, el descrédito total y
la chanza ante determinados posicionamientos de personajes que no paran de ser
meros funambulistas en una cuestión tan seria como es la tarea pública.
Hay que recordar, y es
necesario ante las elecciones que van a llegar, que cuando Román Rodríguez fue
investido presidente del Gobierno de Canarias lo fue con el apoyo, entre otros,
de los votos de la ahora por él denostada ATI, y ante una demanda del diputado
herreño Tomás Padrón en la que ponía de manifiesto que apoyaría su investidura
si se comprometía a modificar la ley electoral canaria, a lo que Román contestó
que adquiría el compromiso de modificarla en el transcurso de la legislatura
que se iniciaba. Lo que, dicho así, de manera contundente, hizo que más de uno
se lo creyera. ¿Se percibió atisbo alguno durante el transcurrir de su mandato
de que la promesa dada iba en ese sentido? Pues no. A ese respecto nada de
nada: ni indicios ni barruntos ni cosa alguna que se le pareciera. La promesa
de Román se fue camino hacia la desmemoria como un asunto más, baladí y sin
enjundia, para poder tenerlo en cuenta y borrarlo automáticamente de su agenda
de trabajo.
Pues bien, además
Román cuando se hablaba de una posible unificación nacionalista, siempre
lanzaba la diatriba de que no se podía sentar con los corruptos de ATI y ahora
sí nos llama la atención que se alíe para ir al Parlamento con el PIL-PNL, en
el que algunos de sus máximos responsables políticos no tienen una situación
muy placentera y favorable desde el punto de vista de la justicia. Pero el
pitorreo funciona cuando para justificar este pacto que contradice de pleno sus
anteriores manifestaciones, lo hace, dice, para poder entrar en el Parlamento e
intentar con la fuerza de su dialéctica modificar la ley electoral canaria.
Pues ahora nos viene con eso. Ya ven lo que hay.
Ante situaciones y
comportamientos como este, la política, no cabe duda, es para algunos un puro
pitorreo. Y es que cuando la dignidad política se pone en entredicho meramente
por cuestiones muy personales el desencanto y la desafección por la política, para
muchos, es evidente y está hasta justificado.
Así como no es bueno
en el ámbito de la política acostarse nacionalista y levantarse del PP, se hace
muy difícil entender estos virajes tan bruscos, tan antiéticos y se pase a
defender hoy con todo ardor lo que hasta hace unos días se atacaba.
Los personalismos en
la política, y usarla pensando, primero en uno y después también en uno mismo y
no en los demás, sintiéndose que se es el rey del mambo, siempre han traído
pésimas consecuencias y ha hecho extraños compañeros de viaje, confundiendo de
manera descarada al personal y obteniendo a cambio de ello el inicio del camino
de una depresión reactiva muy difícil de curar.
En política todo tiene
su tiempo y los discursos hay que aprovecharlos cuando se tiene el poder para
modificar conductas y producir cambios, pero cuando son otros los
condicionantes que funcionan se alejan de la puridad de la política tomando
ésta como un pitorreo lo que se consigue es que sea la risa lo que asome a los
labios de la mayoría que, expectante, no se puede creer lo que ve y lo que oye.