"Podemos",
un fenómeno mediático que pretende ser político
Francisco Rodríguez López
*
[..Cuando
no existe un poder popular acumulado, las elecciones son el instrumento que
legaliza y legitima el poder de las élites, son un fiel reflejo de las
relaciones mercantiles, si no fuera así no habría elecciones. Los sistemas
representativos modernos ponen en el mercado del voto las opciones posibles y
la única libertad de los ciudadanos es elegir entre ellas…]
Nunca antes una candidatura electoral tuvo
que ser tan justificada. Nunca un candidato tuvo que explicar tanto por qué se
presentaba a las elecciones, ni tuvo ningún nominado a candidato que convencer
a sus posibles electores de que se autoproclamaba candidato aunque en realidad
eran los electores quienes, aun sin saberlo, le proclamaban candidato. Nunca un
aspirante a representante tuvo tantas veces que decir que no aspiraba a
representar a quienes se negaban a ser representados aunque en el fondo sí
representaba lo que ellos proclamaban. Ni tuvo que decir tantas veces que su
propuesta era de unidad y participación. Ni hubo candidato a las elecciones
europeas que “desde abajo y desde la izquierda” tuviera tanto apoyo desde
arriba y desde la derecha, desde los medios masivos y desde los medios alternativos.
El “we can”
español ha tambaleado de nuevo la convulsa vida social volviendo a colocar en
el terreno de la contabilidad política el conflicto social. Este desenfoque,
este tratar de embridar de nuevo al
Ahora, como entonces, el presente sólo
puede leerse desde el pasado. Dice Bensaïd “quien no
tiene memoria ni de derrotas ni de victorias pasadas tampoco tiene demasiado
futuro. El puro “presente del grito” no construye una política” 1 Como
entonces, este presente de continuos estallidos, de calmas tensas, de búsquedas
de referentes, no constituye en sí mismo una propuesta política (de poder), ni
es en sí mismo un proceso revolucionario, aunque lleve en su seno gérmenes
revolucionarios y apunte a crear las condiciones subjetivas para la ruptura
revolucionaria. Los gritos de estos últimos años (Prestige,
No a la guerra, 15M, Stop desahucios, escraches,
mareas verde, blanca, los mineros, las huelgas sectoriales, Gamonal) expresan
resistencias con una potencialidad revolucionaria que no se está dando en
ninguno de los países europeos, ni siquiera en los del sur –Grecia, Portugal,
Italia- afectados en igual o mayor grado por el saqueo económico pero quizás
menos marcados por la deslegitimación del sistema político. El 15M ha
significado y significa la convergencia de las potencialidades presentes, la
posibilidad de construcción de un sujeto político transformador, de ruptura con
la institucionalidad del régimen, de momento sólo una posibilidad.
A mediados de los años setenta España
vivió una encrucijada parecida. Entonces se planteó el dilema: ruptura
o reforma. Del lado de la ruptura, consciente o inconscientemente, los
jornaleros, los obreros explotados, los parados, los jóvenes sin futuro, la
memoria de las víctimas del franquismo, los fusilados de las cunetas, los
represaliados políticos… Del lado de la reforma, la clase política emergente,
los nostálgicos resignados, las clases medias amenazadas, los obreros
acomodados, los aspirantes a europeos, los intelectuales miedosos… Del lado de
la ruptura, la memoria. Del lado de la reforma, el olvido.
Nuestra guerra civil fue un momento de
excepcionalidad donde la explotación, la miseria, el hambre, pero también la
conciencia de otro mundo posible construyeron el poder popular que se enfrentó
al fascismo –el de dentro y el de fuera. No se fracasó, se sufrió la primera
derrota del siglo XX, nuestra segunda derrota fue la Transición. A finales de
los años 70, el miedo del poder a una posibilidad revolucionaria decantó el
proceso hacia la reforma que llamaron la Transición
española. Un producto que posteriormente tendría un alto valor de exportación.
Todos los poderes, constituidos y constituyentes, se articularon en una
estrategia común para conjurar la ruptura.
También entonces el conflicto social se
daba en todos los ámbitos, en los centros de trabajo, en los barrios, en el
campo, en la educación. La institucionalidad política, lastrada por el aparato
franquista, se mostraba incapaz de reconducir el proceso. De ahí que, desde
fuera y desde dentro, hubiera que favorecer y alimentar una “tercera
vía”: un líder, una consigna vacía y un consenso. El régimen se travestiría,
el miedo de los intelectuales –siempre con un pie en el estribo- los
convertiría en bisagras de la reforma, las promesas europeistas
alimentarían las esperanzas de bienestar, y la democratización del consumo
sedaría los cuerpos y las mentes. Así se fraguó, desde el poder el
centro de la UCD, luego el cambio del PSOE, después
la democracia de todos los partidos.
En la coyuntura actual, tomando cierta
distancia respecto de la retórica mediática. La propuesta de la plataforma
Podemos, no se diferencia gran cosa de la propuesta normalizadora que
significó la Transición española. La diferencia más significativa es que las
elecciones se han convertido en el instrumento normalizador,
en el cauce adecuado para restaurar el orden, igualmente adecuado
para una derecha sin legitimidad suficiente y para una izquierda aún asustada
por la guerra civil. Ilustración de esta situación es la valoración tan
positiva de la policía, según el barómetro del CIS (Centro de Investigaciones
Sociológicas), justo cuando aumenta la represión.
Desde el 2011 cuando el 15M visibiliza el
resquebrajamiento de la legitimidad del sistema político (“lo llaman democracia
y no lo es”, “no nos representan”) el régimen baraja distintas opciones de
continuidad: a) la restauración autoritaria (aumento de la
represión y el control social, silenciamiento de las protestas, estabilización
del sistema económico, amedrentamiento de las clases medias, reforzamiento de
la ultraderecha), b) un gran pacto de salvación nacional (acuerdos
entre la clase política para garantizar la estabilidad económica) c) canalización
y normalización de la protesta.
Los dos primeros escenarios no están
teniendo ni los apoyos ni la fuerza suficiente, el primero encuentra rechazo en
Europa, demasiado riesgo para la economía, el segundo carece de base social, el
tercero está por testarse, todo dependerá del acierto en la elección de los
personajes a promover, de la potencia de las consignas y de la fabricación del
consenso necesario. Objetivamente, el “we can”
español se inscribe en este tercer escenario. Evidentemente, nada de lo que
aquí planteo es el resultado de ninguna conspiración, se trata sólo del
resultado no intencional de acciones que sí son intencionales. Es la propia
coyuntura la que favorece, la que genera la oportunidad, para el lanzamiento de
una figura mediática que viabilice una opción consensuada. Se trata de una
coyuntura distinta a la del 2009 cuando Izquierda Anticapitalista, escindida de
Izquierda Unida (IU) no contaba con ninguna figura capaz de arrastrar el voto
de la izquierda social que perdía IU; ahora parece haberla encontrado.
Medios de comunicación, liderazgo e
institucionalización son
las tres patas que tratan de estabilizar la “democracia” española, o lo que es
igual, de legitimar el golpe autoritario que necesita la economía. Si el
conflicto social no hace viable la relegitimación de los partidos políticos la
opción más razonable –desde la perspectiva del poder- será la relegitimación
del sistema por la vía electoral. Frente a la acumulación de poder que
representa Gamonal, frente a la reapropiación de lo político o frente al
conflicto transformador, la vía electoral de Podemos sería la opción más viable
para la continuidad del régimen.
Un proceso revolucionario es una
potencialidad que aspira a convertirse en probabilidad. En el camino se
entreveran momentos de calma con estallidos sociales y ambos tributan al
proceso de acumulación de poder. Pero también en estos momentos las fuerzas
conservadoras hacen su trabajo. Desde el punto de vista del análisis político
este me parece que es el momento que vivimos.
Mi abuela que era campesina, religiosa y
de Valladolid decía que “de buenas intenciones está empedrado el camino del
infierno”.
El fetiche del poder o la confusión entre
opción electoral y opción de poder
En la encrucijada política y en la
coyuntura que vive el Estado Español la opción electoral no es una opción real
de poder, me refiero a una alternativa de poder popular. Sin embargo, desde las
movilizaciones masivas del 15M no ha habido momento ni grupo político (de
izquierdas o de derechas) que no haya tratado de encarrilar la protesta hacia
la vía institucional, especialmente en las citas electorales. Por eso, aun a
riesgo de sobredimensionar el más reciente intento de la plataforma Podemos,
merece la pena abordar la reflexión sobre el carácter fetichista del proceso
electoral en la coyuntura actual así como las lógicas que hacen de él el mejor
instrumento de disciplinamiento social.
Cualquiera de las opciones políticas que
hoy se disputan los votos asume que elegir un candidato de la amplia -o
reducida, según se mire-, oferta de partidos, implica una opción de poder.
Identifican así democracia con votación, tal y como el propio sistema lleva
sosteniendo desde la generalización del voto, desde que se constató que gracias
al manejo de la opinión pública la gente siempre acabaría votando lo correcto
de modo que las elites no correrían ningún peligro de ser desplazadas por las
clases populares. Asumen también que es la vía aceptable para cambiar las
cosas. El campo de la política queda así reducido al ámbito institucional. De
la misma forma que ocurrió en nuestra primera transición –sostengo
que estamos viviendo una segunda transición- se trata de despojar a
lo social de su componente político por la vía de la institucionalización del
conflicto, o lo que viene a ser igual, neutralizándolo al colocarlo dentro de
los márgenes de lo aceptable. Todas las opciones políticas actuales parten de
la aceptación de las reglas de juego, las mismas que hacen inviable que este
sistema representativo se transforme en una democracia. Incluso aquellos que
sostienen ser anticapitalistas aceptan la forma política del capitalismo.
Sin duda el discurso admite la paradoja de
negar que estemos en una democracia al tiempo que se sanciona esta democracia
aceptando los cauces institucionales, admite contracciones tales como
presentarse a unas elecciones compitiendo por la captación de votos al tiempo
que se dice que se presentan porque estas elecciones europeas no significan
nada, se está en contra del liderazgo al tiempo que se potencia al líder
mediático, se afirma querer dar voz a los sin voz al tiempo que se les trata de
incapaces y de no saber lo que quieren. Porque en el fondo, parecen decir, las
masas quieren que se gestione políticamente su protesta.
Si alguna virtud tienen los procesos
electorales es la de sacar a la luz el abanico extenso de contradicciones de
los discursos políticos. En estos momentos es muy difícil distinguir entre
posibilismo y oportunismo, entre los deseos y los intereses. Pero la campaña
del “spanish we can”
ilustra como ninguna lo que da de sí la retórica ilustrada, o la versión
nacional de los reality show americanos. Por lo
demás, las estratagemas retóricas no harán sino desarmar el conflicto social
sin apenas arañar el fetiche del sistema.
Como instrumento de disciplinamiento
las elecciones han devenido en fetiche, es decir, objeto al que se le asignan
propiedades mágicas. Carlos Marx acuñó el concepto de fetichismo para referirse
a la mercancía en tanto que producto manufacturado que oculta las relaciones de
trabajo bajo las cuales fue producido. Los procesos electorales en el contexto
actual no significan poner en manos de la gente opciones de poder y sin embargo
se nos presentan como si lo fueran. Por otro lado, las reglas que rigen estos
procesos permanecen ocultas mientras que, el voto, aparece como proceso neutro,
mero procedimientos para seleccionar a los candidatos según las preferencias de
la gente. Pero, como decía Badiou reflexionando sobre
las elecciones presidenciales francesas de 2002, “En realidad, existe una
distinción fundamental entre “ser candidato” y estar en un lugar que indica la
posibilidad de un poder”. El acceso a esa clase de lugar se decide de otro modo
y según criterios distintos a los de la candidatura 2 ”.
El hecho de que algunas opciones
electorales que se auto proclaman transformadoras, puedan llegar a disputar
alguna plaza en la arena política sólo significa que se ajustan al principio de
la homogeneidad, es decir, “que se sabe a ciencia cierta que no harán nada
esencialmente diferente de lo que hicieron quienes los precedieron” 3 .
La alternancia en las instituciones de los que se consideran “enemigos
políticos” favorece la labor disciplinante del voto ya que la alternancia
implica que la opción que ha conseguido alcanzar el lugar de relevo no ha
tomado ninguna medida para hacer que su ascenso fuera imposible. Sin duda, el
discurso es otra cuestión. Como decíamos anteriormente los discursos pueden
seguir siendo radicales e incluso de ruptura. Lo importante es elaborar un
producto político homologado en la práctica.
En octubre del 2011, antes de las
elecciones nacionales, escribí una reflexión titulada “Todos tienen prisa por
institucionalizar al movimiento 15M” 4 ,
en ese momento analizaba el dato curioso de que tanto intelectuales de
izquierda, partidos como el PSOE o el PP e incluso algunos grupos del 15M
hicieran constantes llamados a que la protesta de las calles se canalizara,
bien convirtiéndose en una opción política, bien apoyando a alguna opción ya
constituida o transformándose en grupo de presión al estilo lobby americano. A
día de hoy ninguna de estas vías ha cuajado por lo que, desde las instancias de
poder, la inestabilidad política se sigue considerando un riesgo para la
estabilidad económica, es decir, para la continuidad, sin sobresaltos, del
enriquecimiento de las elites.
Los resultados electorales de noviembre
del 2011 fueron un balón de oxígeno para el régimen y para sus dispositivos
políticos pues, aceptada la mecánica electoral, se relegitimaba
el sistema aunque fuera de forma precaria y se garantizaba la continuidad de
los cambios tales como el golpe de mano que significó la aprobación de la
reforma del artículo 135 de la Constitución.
En nuestra primera transición la consigna
electoral del cambio, el liderazgo made in USA-UE de
Felipe González, el disciplinamiento del PC y la
aceptación de la monarquía y de las reglas de la nueva institucionalidad,
hicieron viable la nueva fase liberal. No era falso que se estuviera por el
cambio: se desmanteló el sistema productivo con la famosa reconversión
industrial, se liberalizó, se privatizó, se inició la desregulación del
mercado de trabajo, se construyeron las bases de la burbuja inmobiliaria, etc.
Algo del régimen cambió, algo del mismo continuó, y lo sustantivo, la
continuidad de la acumulación de las elites y la explotación, se mantuvieron.
En la coyuntura actual, con o sin el disciplinamiento electoral, las cosas van a seguir
cambiando, se va a seguir recortando el gasto público, aumentará la precariedad
laboral y los trabajos miseria, se deteriorarán más aún si cabe todos los
servicios públicos, aumentará la represión de la protesta, su criminalización y
su silenciamiento mediático…Todos estos cambios son necesarios para terminar de
implantar la nueva fase de acumulación económica. La doctrina del
shock se aplica en nuestro país adaptada a la
complejidad autóctona y a nuestra ubicación en el sur de Europa. Sin embargo,
para ser implementada necesita poner de nuevo en valor al
maltrecho sistema político. Recuperar el consenso respecto de la
institucionalidad, es decir, volver a apuntalar el sistema fisurado. En este
sentido, las elecciones hoy siguen siendo el instrumento más eficaz de
legitimación del sistema político y de disciplinamiento
social: dentro del sistema todo, fuera del sistema nada.
De forma muy intuitiva la población
española que se movilizó masivamente siguiendo la consigna “no nos representan”
expresaba la distancia entre opción electoral y opción de poder. En una “no
democracia” ninguna opción electoral representa al pueblo. Que las elecciones
posteriores no reflejaran, a través de la abstención, el rechazo masivo al sistema
representativo no puede interpretarse, como parecen suponer nuevas formaciones
políticas, como la inexistencia de la “opción electoral adecuada”. Caben otras
interpretaciones. Una de ellas pasa por poner en relación el presente con la
historia de nuestro sistema político. Es decir, el valor simbólico que el voto
tiene para las generaciones que han vivido la dictadura franquista y también
para aquellas que han sido socializadas en la estandarización europeista.
Otra interpretación sobre la aceptación
generalizada del instrumento electoral la encontramos en la cultura política
que ha generó la primera transición. Una forma de identificar lo político única
y exclusivamente con lo institucional. La atomización y el encauzamiento de la
sociedad civil a través del asociacionismo; y el rechazo al conflicto
(identificado siempre con violencia) Quien se mueva no sale en la foto, diría
Alfonso Guerra, pero la realidad es que quien se moviera aparecería en las
fotos de comisaría. En esta segunda transición el poder de las elites circula
entre la búsqueda del consenso, sumando adeptos al espectáculo electoral, y la
represión y la violencia para los indisciplinados.
Los nuevos partidos surgidos al rebufo del
15M como el partido X, o formaciones como Equo, o la
plataforma Podemos, hacen una lectura interesada e instrumental de las
esperanzas y deseos que, a modo de fetiche, se depositan en el proceso
electoral. En el mejor de los casos juegan al “como si” del voto, hagamos como
si fuera otra cosa distinta a la que es, como si fuera algo más que un
instrumento del sistema, en el peor de los casos, asumen las elecciones como el
mejor camino de promoción corporativa, alcanzar una cuota de poder para su
grupo a cambio de la pacificación social. De ahí que, para la plataforma
Podemos, todas las energías se dirijan a captar votos vengan de donde vengan.
De la izquierda transformadora, de sectores reaccionarios, cuasi-fascistas, de
progresistas, de clases medias, de intelectuales, de gente común y corriente.
Un vistazo a la propuesta electoral y a los siete puntos que, según su líder
mediático, definen quién está con él y quien no, no dejan lugar a dudas. Como
en su día el PSOE o como el slogan de la Coca-Cola, el producto ha
de ser para todos, para la gente común; solo así se puede aspirar a ganar. Se
rebajan las demandas, se vacía el discurso, se eluden temas escabrosos, se
recogen las consignas más impactantes y con más seguidores en twitter, y se convierte en enemigo al resto de las fuerzas
políticas a las que se disputa cuota de mercado.
En la coyuntura actual remozar el sistema
político sólo se puede hacer con nuevas caras más mediáticas, con nuevos
mensajes más postmodernos y con el reciclado de propuestas novedosas
procedentes de la protesta social (autogestión, participación,
horizontalidad…).
La institución electoral está sacralizada
porque lo está el sistema representativo al que llamamos democracia. La fe
electoral se alimenta de la impotencia, el miedo al vacío, la desesperanza o la
falta de ánimo para cambiar las cosas. Pero esta sacralización es en parte
responsable del estrangulamiento de las alternativas de poder popular que
únicamente se hacen visibles a través de situaciones de conflicto como las
movilizaciones contra los desahucios, los escarches, la toma de supermercados
por el SAT (Sindicato Andaluz de Trabajadores) o la rebelión vecinal de
Gamonal.
El miedo, la vergüenza, el aislamiento,
son lo que nos conduce a la mistificación del voto, a reproducir la lógica del
fetiche que no tendrá más resultado que ahogar en la impotencia las esperanzas
democráticas de este país. Pero no podemos olvidar que todavía, en la memoria
colectiva que se transmite de generación en generación, perdura la utopía
posible de una democracia, y los conflictos, los presentes y los que están por
llegar son sólo síntomas que tratan de convertir en probable lo que de momento
sólo es una posibilidad: la democracia.
De instituciones, de votaciones y de
líderes
En la coyuntura actual la
institucionalización es el camino para la desactivación del conflicto, las
votaciones el método para la legitimación del sistema y al liderazgo político
se accede por aclamación mediática.
El surgimiento de una nueva opción
electoral como Podemos que aprovecha la oportunidad abierta por la doble crisis
económica y política no es nuevo, opciones como Ciutadans,
UPyD, IA, Equo, Partido
X 5 …
salieron al paso del inicio de la deslegitimación institucional y de la
desafección política. Lo novedoso es el nivel de deslegitimación alcanzado por
la clase política en los últimos años que hace improbable una regeneración del
sistema apoyándose en rostros ya marcados. De ahí que, una Segunda
transición que conjure la ruptura necesita neutralizar, de nuevo, los elementos
más radicales, canalizar y desactivar el conflicto por la vía del voto para que
la política siga siendo el espacio donde se negocian intereses pero no donde se
disputa el poder. Insistimos en que en la coyuntura actual la opción
electoral no es una vía de acceso al poder, no es el lugar donde se disputa.
El filósofo alemán Hegel entendía que las
principales tareas del Estado en la nueva sociedad burguesa eran: ideológicas y
políticas. Pero del siglo XVII a la actualidad, el Estado, como la economía
capitalista, han sufrido un proceso de naturalización y objetivación.
Percibimos al Estado burgués como El Estado –desprendido de su concreción
histórica y de clase-, a la política como una técnica, y a la economía
capitalista como la economía en sentido genérico (la forma de resolver las
necesidades de la vida en comunidad). De la misma forma que la economía ha
perdido el adjetivo “política” -para hacernos creer que detrás no existe ningún
tipo de relación de poder sino el devenir objetivo y natural de las fuerzas
abstractas del mercado-, la política, se ha despolitizado, es decir,
desideologizado.
Esto quiere decir que la política
se nos presenta como una técnica (gestión y administración de
recursos), como una actividad que realizan los especialistas, los políticos,
como un ámbito en el que la participación de los ciudadanos consiste en elegir
a los gestores correctos y, en caso de no estar satisfechos con su actuación la
posibilidad de cambiarlos cada cierto tiempo. Poco más o menos como actuaríamos
en el mercado eligiendo un producto u otro en función de su presentación. En la
política moderna no se pone en juego el poder, sólo su apariencia pública.
La política despolitizada nos dibuja pues
un tablero en el que no hay contradicciones irresolubles, por ejemplo entre el
Capital y el trabajo, sino meras negociaciones de intereses, en el que los
políticos elegidos según la fuerza del número de votos obtenidos estarán en
mejor o peor condición, se nos dice, para negociar los intereses de sus
representados. El conflicto de clases, la explotación, no puede trasladarse a
la política porque en el mismo momento en que una opción de poder real, popular,
tuviera alguna posibilidad de convertirse en hegemónica, sería criminalizada y
sacada fuera del tablero de juego. Así, mover ficha en un tablero
trucado y con las fichas marcadas sólo podrá acrecentar el desánimo y la
impotencia, a la vez que estigmatizará cualquier reivindicación o conflicto que
se de fuera de los cauces establecidos.
La única vía posible para repolitizar la política, es decir, para que el parlamento
vuelva a ser el lugar en donde se disputa el poder es la acumulación de poder
por parte de las clases populares, acumulación capaz de cambiar el tablero, las
fichas y las reglas.
Hacer cada vez más visible el conflicto y
lo que tiene de universal el conflicto particular y concreto debería ser hoy la
tarea fundamental de cualquier liderazgo político que aspirara a transformar
este país. Esta es la vía abierta por el 15M cuando ocupa las plazas y las
calles, es también el camino que abre el SAT (Sindicato andaluz de
trabajadores) cuando ocupa tierras, es la vía de la PAH (Plataforma de afectados
por la Hipoteca) cuando para desahucios, son los mineros cuando marchan a
Madrid haciendo confluir múltiples mareas, son los maestros, los trabajadores
de la salud, los trabajadores de la limpieza, son los vecinos de Alcázar de San
Juan contra la privatización del agua, son las más de 36.000 manifestaciones y
concentraciones en el 2012 6 .
Es la lucha de los vecinos de Gamonal en vez de la opción
electoral de Podemos.
Sin embargo, frente al conflicto capaz de
variar la correlación de fuerzas el propio sistema despliega el capital
simbólico acumulado durante la transición: los órganos de representación y las
elecciones como única relación posible entre lo político y lo social. Los
miedos, las amenazas y el conservadurismo generalizado hicieron el resto. En
este país no caben las revoluciones sino las transiciones.
Se nos convence de que no habrá nunca
victorias totales, de que frente a la violencia de las calles está la paz de
las instituciones, de que no hay logros posibles que no sean convenientemente
pastoreados, de que es esta democracia o el caos, el orden institucional o el
fantasma de la guerra civil, se nos dice.
La política despolitizada se construye
sobre el dogma de la política como técnica no sólo de gestión sino de
pacificación del conflicto social por la vía de la institucionalidad. De
las tertulias que simulan el enfrentamiento, al parlamento, de los intereses
irreconciliables, a la negociación razonable, del pueblo, a la ciudadanía y de
las mareas, al candidato. Estos son los recorridos que traza la reproducción
del sistema. Las votaciones, no significará variación alguna en las
relaciones de poder y explotación; y cualquier opción que tomemos de cara a las
citas electorales será una opción incoherente, en el fondo, una trampa
postmoderna en la que partiendo de nuestros deseos de transformación, de la
defensa de nuestros intereses y de la crítica al sistema nos convertiremos en
cómplices necesarios de su reproducción.
¡Orden, orden, formen una plataforma
electoral!
La democracia no es un término que pueda
descontextualizarse. Como cualquier concepto, como las elecciones, es una
construcción histórica que ha devenido ideología legitimadora de los sistemas
políticos modernos. Apelar a la democracia griega del siglo V a.c. o traducir literalmente el término como poder del
pueblo es un recurso retórico útil para que los profesores de ciencias
políticas ilusionemos a nuestros alumnos con una esperanza hueca que no tardan
en arrojar a la papelera cuando ponen un pie en la calle. Las revoluciones
modernas, la británica, la francesa y la norteamericana, no fueron revoluciones
democráticas, aunque llevaran en su regazo algunos elementos revolucionarios,
aunque algunos de sus pensadores tradujeran estos elementos a concepciones
ideológicas revolucionarias.
La ilustración parió pensadores
revolucionarios -el mismo Carlos Marx es hijo de la ilustración-, y sembró
semillas transformadoras, pero sobre todo fueron momentos en los que se
construyó el sistema político moderno, el Estado burgués (o Estado de Derecho),
que necesitaba el modo de producción que comenzaba a convertirse en hegemónico:
el Capitalismo. Los liberales anglosajones, que siempre han sido más claros y
han tenido menos prejuicios, estuvieron en contra de la democracia pues
tuvieron claro que era incompatible con el libre mercado. Pero igualmente
tuvieron claro que utilizar el término democracia para designar a los sistemas
representativos era la mejor forma de legitimarlos ante el pueblo aunque se
corrieran algunos riesgos. Porque si todos somos iguales ¿qué es lo que otorga
a unos el derecho a mandar sobre otros? ¿Cómo se justifica la obediencia? El
derecho a elegir, el derecho al voto, es el mecanismo que legitima a unos para
gobernar sobre otros, si nosotros los hemos elegido libremente hemos de
obedecerlos.
El Estado y las votaciones dejan de ser
instrumentos de las elites cuando hay en marcha un proceso de construcción de
soberanía popular. Esta
situación ha sido posible en algunos países latinoamericanos, Venezuela,
Ecuador y Bolivia; y su influencia y estrategia integradora han arrastrado a
otros gobiernos del área. Pero interpretar que estos procesos democráticos han
sido posibles gracias a la conformación de mayorías electorales es una visión
miope si no interesada que invierte la relación causa-efecto. La traslación
mimética de estos procesos a una realidad tan distinta como la española sólo es
posible desde la simplificación más burda y manipuladora, y su intencionalidad
no es otra que la de generar el efecto propaganda. Ningún proceso de
transformación social es el resultado azaroso y casual de la historia, lo cual
no quiere decir que no haya cierta dosis de casualidad; el azar se da sobre lo
ya construido y puede actuar a favor o en contra de la transformación.
Orden, dirección y estabilidad son las
características de la institucionalización burguesa. Son las garantías que
exige el Banco Central Europeo. Son los rasgos sustantivos que garantizan la
reproducción del capitalismo en su fase actual, la que David Harvey llama acumulación
por desposesión. Dicha acumulación, dada la trayectoria de nuestro sistema
político sólo puede realizarse con una combinación adecuada de consenso y
represión. De ahí que junto con las constantes propuestas de regeneración del
sistema político se ponga en marcha la llamada “ley mordaza” o la reforma de la
ley penal. De ahí que ante las crecientes mareas de movilización social se
promuevan opciones electorales.
Sin embargo, las instituciones actuales,
desde la jefatura del Estado (la monarquía), la judicatura pasando por el
parlamento y los cuerpos de seguridad del Estado, no son reformables. Como
decíamos en la parte segunda de este análisis la Transición española no enlaza
con la institucionalidad previa a la guerra civil, no rescata la legitimidad
democrática de la Segunda república sino que reformula la institucionalidad
franquista. En un primer momento el régimen se trasviste pero se le ve demasiado
el rabo al diablo. En la primera Transición los nuevos rostros del PSOE y la
campaña electoral a la americana 7 diseñada
como una campaña publicitaria por Julio Feo hicieron la labor disciplinadota
que el antiguo régimen era incapaz de cumplir. Pero nos encontramos en un
momento mucho más crítico que a principios de los años ochenta, en estos
momentos hay opciones ya quemadas. La degradación del sistema político (la
corrupción) que, según los informes alemanes es el mayor factor de
desestabilización de nuestro país deja sólo dos opciones abiertas, una de ellas
la franquista de los años sesenta: los tecnócratas a la política, la otra, una
versión postmoderna del “cambio”: nuevas caras y promesas de honestidad.
Institucionalización y legalización van de
la mano. La institucionalización ordena, estabiliza, reparte funciones, asigna
tareas. Es un proceso de racionalización cuya función principal en las
sociedades modernas es desactivar el conflicto canalizándolo si se trata de
opciones negociables o sacándolo fuera (criminalizándolo) si no se puede
institucionalizar. Desde el estallido del 15M ninguna de las movilizaciones
sociales han buscado una “gestión institucional” de ahí las resistencias al
proceso de institucionalización, de ahí el riesgo posible (aunque todavía no
probable) de ruptura con el orden actual.
En este proceso de aumento constante de la
conflictividad social muchos intelectuales, académicos y políticos han sido
desplazados de los espacios de conflicto, o simplemente no estaban allí. La
movilización social los ha reducido a meros acompañantes de los procesos, ni
interlocutores, ni guías, ni expertos ni líderes. Muchos se han sentido defraudados,
algunos han repudiado al vulgo ignorante, los menos han tomado el testigo del
compromiso, y alguno que otro ha creído ver su oportunidad de salir del segundo
plano para desempeñar un papel protagonista. ¿Por qué esperar a que haya una
sociedad revolucionaria? ¿Y si nunca se da?
¡Votad, votad, malditos!
Cuando no existe un poder popular
acumulado, las elecciones son el instrumento que legaliza y legitima el poder
de las élites, son un fiel reflejo de las relaciones mercantiles, si no fuera
así no habría elecciones. Los sistemas representativos modernos ponen en el
mercado del voto las opciones posibles y la única libertad de los ciudadanos es
elegir entre ellas. Si las instituciones, las que resultan de la hegemonía
capitalista, se nos venden como productos neutros, como cascarones vacíos a la
espera de ser ocupados por los sujetos adecuados, el procedimiento homologado
para tal función es el electoral.
El voto es el primer instrumento de
delegación de soberanía de nuestros sistemas. Es el ejercicio político al que
queda reducida la participación social. Es además un acto individual, resultado
de la concepción de la política también como un sumatorio de voluntades
individuales. Una vez ejercido, el ciudadano puede volver a casa tranquilo, ha
transferido la responsabilidad de la toma de decisiones políticas, ha
depositado en el otro su voluntad para que ese otro haga lo que pueda, lo que
le dejen o lo que quiera.
Cuando no existen mayorías sociales –estar
en una misma situación de explotación no supone ser una mayoría social ya que
para ello se necesita una misma conciencia de identidad de clase-, el voto es
el constructor de las mayorías políticas postmodernas, desideologizadas, es
decir, el gusto, la simpatía, la presentación del candidato, no la ideología, ni
la práctica política, son los referentes de la elección.
Igual que ocurre en el mercado para otras
mercancías, la concurrencia de los ciudadanos no es una concurrencia libre,
está relacionada con su capacidad de compra, en el caso de las elecciones, de
su cultura política, de su implicación en organizaciones, de su mayor o menor
exposición a la influencia mediática. Como en el mercado, no existe una
competencia real ni entre las distintas opciones ni entre los líderes
correspondientes. El sistema es básicamente homogéneo. Las reglas electorales
homogenizan el sistema.
Quinto Tulio Cicerón daba unos consejos a
su hermano mayor en su campaña para el consulado: “Una candidatura a un cargo
público debe centrarse en el logro de dos objetivos: obtener la adhesión de los
amigos y el favor popular”. 8 Como
vemos, ya en el año 64 antes de nuestra era, los intelectuales señalaban las
pautas necesarias para lograr ser elegidos. Ambas pautas implican que las
campañas electorales recauden apoyos de personas relevantes, que los contenidos
de los mensajes sean lo más genérico posibles para no crear conflicto entre los
posibles votantes y que se centren en los temas de mayor preocupación popular.
Todos los programas de acción de las
opciones electorales actuales se centran en movilizar a la gente para que vote
no en movilizarla para resolver sus problemas, para oponerse a la coacción o
para tomar el poder. De este modo el compromiso que se pide es el compromiso de
saber elegir a la persona correcta. Estas opciones aceptan el chantaje al que
los sistemas representativos someten a la gente: ¿Y si no votamos qué hacemos?
Se apoyan aquí para sacar votos. Oportunidad y oportunismo no solo tienen la
misma raíz en la coyuntura actual son clones.
El desgaste de la representación política
va unido al descrédito de los programas electorales. Al igual que las etiquetas
de los productos en el mercado por más que leamos su composición y sus
beneficios nunca podemos estar seguros de no haber sido víctimas del engaño de
la propaganda. Ante esta situación las nuevas ofertas electorales proponen que
sea el propio votante quien elabore el programa, de la misma forma que Ikea nos ofrece redecorar nuestra vida por poco dinero,
aquí se oferta un programa a la carta. Que sean los ciudadanos quienes indiquen
sus demandas a través de la participación (electrónica preferentemente),
después los expertos valorarán y confeccionarán el programa, a gusto de todos.
Para una opción electoral lo fundamental
es “no quedarse fuera de juego”, dejarse de pretensiones revolucionarias si de
lo que se trata es de ganar. En la coyuntura actual todo diseño ganador debe
dirigirse a la gente “normal”, a la gente corriente, como en aquel anuncio de
la Coca- Cola : "Para los gordos, para los
flacos, para los altos, para los bajos, para los que ríen, para los miopes,
para los que lloran, para los optimistas, para los pesimistas, para los que lo
tienen todo, para los que no tienen nada… para los educados, para los que
sufren… para los que participan, para los que suman, para los que no se callan.
Para nosotros. Para todos.” Nada mejor que la publicidad de esta empresa,
apunto mandar a la calle a cientos de sus trabajadores, para expresar la
distancia entre el discurso y la práctica cotidiana. Desde el momento en que el
triunfo de las opciones políticas descansa en la suma de votos, el marketing
político –confundido constantemente con la comunicación política- es quien
tiene la última palabra.
Por eso, los medios de comunicación como
en cualquier campaña para cualquier otro producto se ponen a disposición de la
simplificación de los mensajes, la única forma de que llegue a un público
generalizado. Cualquier opción que pretenda ser mayoritaria tendrá que
enarbolar el “sentido común” como bandera. Tendrá que elevar el “sentido común”
a categoría política para tener opciones de ganar. El sentido común del
comprador que se deja llevar por su intuición ante el bombardeo constante de
mensajes, teniendo siempre la banal esperanza de que esta vez sí, no se dejará engañar. Así, expresiones como “participación
ciudadana” “empoderamiento” “apostar por la decencia”
“la patria”, etc. suplirán los contenidos de un programa político que
necesariamente tendría que ser excluyente.
Dado que no hay conciencia de clase, dado
que no hay un “potente movimiento de masas”, ni hay “partido que catalice el
malestar social”, es decir, si hay una izquierda sin unidad e impotente y el
malestar social no tiene claro a donde va, ergo, démosle una salida
electoral. Si la izquierda no es una alternativa real de gobierno, dicen
nuestros filósofos, apoyemos aPodemos. Como
opción electoral no queda claro si estas nuevas formaciones son o no de izquierdas,
o si simplemente son una alternativa de gobierno aunque no sea de izquierdas, o
si nada de esto tiene la menor importancia.
Pablo Iglesias o Belén Esteban
En una entrevista a Julio Feo, ex
secretario de la Presidencia y coordinador de varias campañas de Felipe
González, en enero de 2011 se le preguntaba por las características que debía
tener hoy un buen líder a lo que Feo contestó: Los mismos que ayer y que mañana: carisma,
sentido común, claridad de ideas, honestidad, un programa y una ideología
claros, y ganas de trabajar 9 .
Nadie mejor que este publicista formado en una empresa estadounidense y con el
aval de los éxitos cosechados para el PSOE para orientar la construcción de una
opción política con posibilidades de ganar. Lo interesante es la atemporalidad de su consejo y que fuera formulado en plena
crisis del sistema político, pocos meses antes de que estallara el 15M.
Suponemos que en realidad Julio Feo nos
señala los rasgos que debe presentar la imagen de cualquier candidato con
opciones. Todos ellos están en sintonía con lo que muchos siglos antes Tulio
Cicerón señalaba como recursos que un político debía manejar para movilizar a
sus electores: “... hay tres cosas en concreto que conducen a los hombres a
mostrar una buena disposición y a dar su apoyo en unas elecciones, a saber, los
beneficios, las expectativas y la simpatía sincera, es preciso estudiar
atentamente de qué manera puede uno servirse de estos recursos” 10
No cabe duda de que la nueva opción
electoral maneja todos estos recursos, especialmente las expectativas y la
simpatía del posible candidato. Pero existe un handicap
importante, si el público al que se dirige es “normal”, el “para todos” de
la Coca-Cola, para convertirse en representante de los deseos
de la gente, de sus demandas, de su hartazgo, de su indignación, entonces, la
formación intelectual del candidato puede ser un lastre, una pequeña marca en
el currículo. La sinceridad y la honestidad de la propuesta pueden verse
menguadas por el excesivo carácter intelectual del candidato.
En realidad si se tratara de coherencia,
el votante de la nueva formación tendría que elegir como candidata a Belén
Esteban. La narrativa del fenómeno Belén Esteban, como en las telenovelas,
muestra a un personaje de extracción popular, con poca cultura, pero honesta,
en la que la representación pública del personaje coincide íntegramente con la
realidad del mismo. Un personaje capaz de mantener a millones de espectadores
pendientes de su historia posicionándose a favor o en contra y que es elegida
como “Princesa del pueblo” por aclamación popular.
El vaciamiento de la política y el voto
como legitimación del sistema se corresponden con una época post-moderna donde
conviven en un mismo nivel distintas formas de entender el mundo sin que se
anulen entre si, la incoherencia forma parte de los relatos políticos
post-modernos. A los
discursos políticos sólo se les exige coherencia en la apariencia, en la puesta
en escena. Así la selección de los candidatos sólo tiene dos vías posibles: la
negociación de intereses al interior de los partidos políticos, o por aclamación
popular. Tan escasamente participativas la una como la otra ya que en el
segundo caso dicha aclamación no es posible sin la concurrencia de los medios
de comunicación.
Por otro lado, las elites ilustradas han
dejado de ser valoradas positivamente dada su incapacidad y falta de compromiso
con las clases populares. La oferta y la demanda cuestiona el mérito como rasgo
distintivo de la clase política por eso Belén Esteban tendría más posibilidades
que Pablo Iglesias aunque este último si de verdad quiere convertirse en un
candidato popular tendrá que rebajar cada vez más su discurso y su puesta en
escena aproximándose a la narrativa de los “famosillos” con los que la gente
“normal y corriente” se siente más identificada.
Dice la investigadora María Lamuedra que los shows de tele-realidad y las historias de
famosillos son formatos actuales, post-modernos, de la hibridación social. Que
esta hibridación ofrece un mayor poder interpretativo a los espectadores que se
pueden identificar o criticar, decodificar las historias en un orden moral
maniqueo u optar por una reflexión más profunda sobre los cambios culturales.
Estos formatos, nos dice, son una mutación del melodrama y cumplen una función
social integradora de la burguesía y las clases populares. Podríamos
aplicar este análisis a las tertulias políticas considerándolas una mutación de
los antiguos debates. En ellas, no está en juego ningún argumento, ninguna
reflexión, sólo la simulación del conflicto social a través de la
representación discursiva banal. Los participantes pueden, gracias a su vacío
de significantes, conectar con distintas sensibilidades, unas más progresistas
otras más reaccionarias.
En un sistema político que se legitima
apoyándose en la suma de agregados de voluntades individuales, los medios de
comunicación masiva son realmente los encargados de posibilitar estos arreglos.
Son una pieza clave en la selección de los candidatos. No puede ser casualidad
que sólo determinadas opciones encuentren la oportunidad de salir en los medios
masivos. En este sentido, tampoco es casualidad el diferente tratamiento dado a
Gamonal y a Pablo Iglesias. Los medios no sólo construyen héroes y villanos,
construyen opciones y líderes políticos, todo ello sobre las movedizas arenas
de las emociones.
Cambiar este país de arriba abajo no será
el resultado de las buenas intenciones de ningún grupo de ilustrados, tampoco
las elecciones son la pócima mágica que una vez bebida nos hará más fuertes,
como a Obelix, para derrotar a los enemigos del
pueblo.
Notas:
1 Daniel Bensaïd
(2013) La política como arte estratégico, Viento Sur, Madrid, pág. 29
2 Alain Badiou,
Circunstancias, Ed. Libros el zorzal, Buenos Aires, 2005, p. 20
3 Ibidem
4 http://www.rebelion.org/noticia.php?id=136952
5 Ciutadans
surgió en el 2006, UPyD (Unión Progreso y Democracia)
en el 2007, IA (Izquierda Anticapitalista) en el 2009 escindiéndose de
Izquierda Unida, Equo (partido Ecologista y ecosocialista) en el 2011, Red ciudadana partido X en el
2013
6 http://www.europapress.es/nacional/noticia-primer-ano-gobierno-rajoy-mas-36000-manifestaciones-concentraciones-20130112120312.html
7 Julio Feo, secretario de la
Presidencia entre 1982 y 1987, diseñó la campaña “Por el cambio” que dio el
triunfo electoral a Felipe González, y trabajaba como publicista para una
compañía estadounidense en esa época. En el 2004 reconoció que el gobierno de
González, en 1983, contrató a una empresa americana la operación «venta de
imagen» para que preparara la visita del presidente socialista a Washington.
8 Quinto Tulio Cicerón, Breviario de
la campaña electoral, Cuadernos del Acantilado, Barcelona 2003, p. 39
9 http://www.lahuelladigital.com/julio-feo-ex-secretario-general-de-la-presidencia-la-crispacion-funciona-y-la-derecha-intenta-que-siga-funcionando/
10 ibidem, p.
45
El Lunes 8 de
septiembre de 2014
Francisco Rodríguez López pacorodriguezlopez@hotmail.com
Ángeles Diez es Doctora en CC. Políticas y
Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.