¿Qué es ‘Podemos’?

 

Iñigo Errejón  *

 

Las elecciones europeas del pasado 25 de mayo en España, que vieron la irrupción de ‘Podemos’, se desarrollaron en un contexto de grave crisis social y democrática. Por un lado, las políticas de ajuste impuestas por el Gobierno de Mariano Rajoy provocan un masivo empobrecimiento, un incremento de las desigualdades y una desposesión de las mayorías sociales para una mayor concentración de la renta y del poder en manos de la oligarquía. Al mismo tiempo, la capacidad de las elites para generar consenso está erosionada, y lo que algunos llaman “desafección democrática” es un fenómeno de divorcio entre la ciudadanía y sus representantes, percibidos como un grupo cerrado que trabaja para sus propios intereses y no para los de España.

En España, el descontento, en aumento con las medidas de ajuste y con el secuestro de la soberanía popular por los poderes oligárquicos, había dado lugar a un ciclo de protestas y de creación de espacios de cooperación social, aunque sin producir efectos en el sistema político y sus equilibrios internos. El bloque de poder dominante ha sido capaz hasta ahora, pese a sus dificultades y a su crisis de hegemonía, de conducir el proyecto de ajuste (que no debe confundirse sólo con sus medidas económicas sino también con un horizonte político: modificar el Estado en un sentido de estrechamiento oligárquico y también de una gobernabilidad postpolítica que reduzca lo discutible al interior del sistema) y recortando la capacidad contractual de los subalternos a su interior, avanzando a la ofensiva sobre el pacto social de 1978. La solidez de los aparatos del Estado y administrativos ha asegurado que ninguna “irrupción catastrófica” de protestas haya podido –más allá de loables éxitos locales– cortocircuitar las políticas de empobrecimiento y revertir el proyecto del saqueo del país y sus gentes.

Así, los comicios del 25 de mayo ocurrían en un momento de reflujo de la movilización social. Entre gran parte de la izquierda hacían mella las hipótesis más pesimistas, a pesar de la rapidez de la pérdida de credibilidad de las elites políticas y las principales instituciones del sistema político. Junto a la crisis social y de legitimidad, el otro rasgo crucial del momento es el de la expansión de un descontento inorgánico, transversal y que no se expresa en los códigos de las identidades políticas tradicionales, en medio de una sociedad civil en general desorganizada, de una ruptura de los lazos comunitarios y de varias décadas de retroceso de los valores de cooperación social. Un ánimo destituyente, así, difuso y fragmentado.

 En este contexto, las elecciones europeas estuvieron presididas por una lógica doméstica y así deben leerse sus resultados: predominaron los temas de política española y el voto se expresó en clave estatal. El primer y más importante dato es el descalabro de los dos partidos dinásticos: el Partido Popular (PP) ganó las elecciones pese a perder 2,6 millones de votos, mientras que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) perdía 2,5 millones de votos, siendo su crisis un elemento central, si no el fundamental, de la crisis del régimen de 1978. Los dos principales partidos se dejaron 30 puntos de apoyo popular y pasaron de sumar el 81% en las elecciones europeas de 2009 al 49% en estas. Por primera vez, los partidos del turno, juntos, no alcanzaban ni la mitad de los electores. El juego de vasos comunicantes que oxigenaba el sistema político protegiendo los consensos centrales se colapsó y el desgaste de uno no lo capitalizó el otro. Esto es un hito histórico que reconfigura el escenario político. En Catalunya ganaba las elecciones Esquerra Republicana (ERC), con un voto anticipado proindependencia, y el abanico del sistema de partidos se abría notablemente: Izquierda Unida (IU), en coalición con otras formaciones, alcanzaba el 10% del voto y 6 diputados.

 La noticia, sin duda, fue la irrupción de ‘Podemos’, una formación creada tan sólo cuatro meses atrás con el objetivo de “convertir a la mayoría social golpeada en una nueva mayoría para el cambio político”, que obtuvo 1.250.000 votos, el 8% del total, colocándose como cuarta fuerza del país (tercera en algunas regiones como Madrid con el 11%, o Asturias con el 13,67%). Sus votos parecen haber venido de sectores muy diversos: abstencionistas, votantes tradicionales del PSOE y de otras formaciones, algunas difícilmente imaginables para una rígida aritmética ideológica. Sociológicamente, desafiando de nuevo las etiquetas, es un voto maduro (el 45% entre 35 y 50 años), urbano y de las periferias urbanas golpeadas por los recortes, considerablemente educado y que se autopercibe lejos del estigma de “extrema izquierda” que los medios conservadores han querido acuñar (3,7 en una escala de 0 a 10). Un voto considerablemente diverso y que atraviesa relativamente las identificaciones y lealtades tradicionales. Además de la dimensión cuantitativa, la irrupción de ‘Podemos’ se refleja en impactos cualitativos: la atención mediática despertada, los feroces ataques por parte de las fuerzas más conservadoras y de sus creadores de opinión, o la instalación de nuevos términos en el vocabulario político del momento hablan de una emergencia cultural al menos tan relevante como la electoral. En su conjunto, el “pequeño terremoto” del fenómeno ‘Podemos’ ha contribuido a rasgar el monopolio simbólico de la representación política por parte de los dos principales partidos (PSOE y PP) y, así, abre la puerta a posibilidades inéditas.

 ‘Podemos’ nació como propuesta de herramienta para la “unidad popular y ciudadana”, esto es: la articulación del descontento flotante para una activación popular que recuperase la soberanía y la democracia, secuestradas por la “casta” oligárquica. La campaña electoral mereció comentarios displicentes y duras críticas de algunos sectores de la izquierda y de toda la derecha que, en lo fundamental, coincidían en una visión estática del tablero político según la cual, en el mejor de los casos, ‘Podemos’ obtendría un escaño a costa de Izquierda Unida. Una pequeña disputa de votos en el margen izquierdo del tablero. El correr de la campaña dibujó una progresión de la que finalmente se hicieron eco las encuestas y medios de comunicación. Para el día de las elecciones, la flecha seguía subiendo y en el momento de escribir esto el resultado sería probablemente muy superior al ya sorprendente obtenido.

 ‘Podemos’ es una iniciativa muy joven pero arraigada en una hipótesis intelectual y política largamente fraguada en ámbitos del activismo y de la universidad, particularmente de la Complutense de Madrid: que España atraviesa una crisis de régimen que es, en primer lugar, una fractura de los consensos y una desarticulación de las identidades tradicionales, y que existen condiciones para que un discurso populista de izquierdas, que no se ubique en el reparto simbólico de posiciones del régimen sino que busque crear otra dicotomía, articule una voluntad política nueva con posibilidad de ser mayoritaria. La iniciativa nunca habría sido posible sin el clima impugnatorio de las elites generado por el ciclo de movilización social iniciado el 15 de mayo de 2011, y los cambios en la cultura política que introdujo. Pero nada en este ciclo conducía a una necesaria “expresión” electoral. En diferentes países de la Unión Europea, el descontento con las elites ha generado abstención, mera alternancia o voto a la extrema derecha. Lo que permite comprobar, de nuevo, que en política no hay “espacios”, hay sentidos que se producen y disputan.

 Esta hipótesis descansa sobre tres columnas. La primera es una lectura particular del movimiento 15M o de “los indignados” según la cual esta irrupción plebeya no habría tenido efecto en los equilibrios electorales pero sí habría modificado aspectos centrales del sentido común de época, esbozando o posibilitando una nueva frontera política que postulaba simbólicamente un pueblo no representado por las elites, que excedía las metáforas izquierda y derecha.

 La segunda es el desarrollo de una práctica teórico-comunicativa que combinaba el análisis del discurso con la creación de programas de televisión propios en cadenas comunitarias. Esta experiencia supuso un aprendizaje de la tarea de traducción de diagnósticos complejos en narrativas y marcos discursivos directos, que se refleja en los programas “La Tuerka” y “Fort Apache” y en la elevada visibilidad mediática de Pablo Iglesias, cabeza de lista de ‘Podemos’ en las pasadas elecciones, en las principales tertulias políticas televisadas del país. Una visibilidad que se convirtió en la más poderosa herramienta comunicativa y en catalizador simbólico de la articulación popular de la campaña. Ese trabajo, a veces despreciado por parte de la izquierda como de “simplificación”, fraguó un estilo discursivo crucial en una campaña con mucho peso de las emociones y lo simbólico, y en la decisión central de resignificar los principales significantes flotantes del momento, enmarcando la pugna en terrenos favorables y no donde el adversario pretende o las inercias ideológicas nos llevan. Sobrevolando esta práctica está la convicción teórica de que la política es la disputa por construir sentidos compartidos, que no se “derivan” necesariamente de ninguna condición social. La política, así, no es sólo escuchar, también es decir y crear. Atreverse a asumir riesgos y probar si la práctica valida las apuestas.

La tercera, un estudio prolongado y un aprendizaje sobre el terreno de los procesos latinoamericanos recientes de ruptura popular (y constituyente), conformación de nuevas mayorías nacional-populares para el cambio político, acceso al gobierno y guerra de posiciones en el Estado. Procesos en los que intervenciones virtuosas, en momentos de descomposición del orden tradicional, abrían posibilidades inéditas, casi siempre para estupor y malestar de la izquierda. Algunos de los impulsores de la iniciativa hemos reconocido que, sin aquel aprendizaje, ‘Podemos’ no habría sido posible.

 Con estos mimbres, se lanzó una hipótesis extremadamente arriesgada, que partía de la premisa de que para conectar con una parte amplia del descontento popular y ofrecer una articulación discursiva exitosa, había que desafiar gran parte de los tabúes de la izquierda clásica, de los que citamos sólo los tres más importantes. Se desafió la rigidez del mecanicismo de “lo social”, que sería un ámbito separado y anterior a la política, en el que habría que acumular fuerzas que después se traducían electoralmente. La iniciativa nació desde “arriba” y, frente al fatalista “no hay atajos” del “movimientismo” y la extrema izquierda, defendió que lo electoral es también un momento de articulación y construcción de identidades políticas.

 Se desafió también el tabú del liderazgo, supuestamente reñido con la democracia según las concepciones liberales y de algunas izquierdas. En la iniciativa ‘Podemos’, el uso del liderazgo mediático de Pablo Iglesias fue una condición sine qua non y un precipitador de un proceso de ilusión y agregación popular, en un contexto de desarticulación del campo popular.

 La decisión, inédita en España, de poner su cara en la papeleta para utilizar el signo comunicativo más conocido, fue tan criticada por el purismo como decisiva en unos comicios en los que gran parte de los electores decidieron su voto el último día. Este uso estratégico del liderazgo no ha sido obstáculo, ni siquiera un complemento, sino componente central de la operación política. Se ignoró, por último, el propio tabú sobre los nombres. La campaña de ‘Podemos’ asumió que, en política, los significantes viven luchas en su interior por cargarse de uno u otro sentido, y que su elección depende del conjunto de posiciones que se agrupan tras ellos. Esta visión constructivista del discurso político permitió interpelaciones transversales a una mayoría social descontenta, que fueron más allá del eje izquierda-derecha, sobre el cual el relato del régimen reparte las posiciones y asegura la estabilidad, para proponer la dicotomía “democracia/oligarquía” o “ciudadanía/casta” o incluso “nuevo/viejo”: una frontera distinta que aspira a aislar a las elites y a generar una identificación nueva frente a ellas. Este uso “laico” y no religioso de los términos políticos permitió a la campaña producir un relato amplio con un pie en el sentido común de época y otro en sus posibilidades emancipadoras. Lenin decía que la política es “caminar entre precipicios” y ‘Podemos’ hizo una campaña decidida a moverse en el equilibrio siempre inestable entre la marginalidad impotente y la plena integración, atravesando los grandes consensos y asumiendo los riesgos de la política hegemónica, siempre impura, no para ubicarse en el margen izquierdo del tablero de ajedrez sino para reordenarlo. Las rupturas acostumbran a hacerse desde una producción distinta de sentido, siempre herética y a contrapelo de los manuales y las certezas.

Los resultados del 25 de mayo han precipitado un escenario de descomposición del sistema político de 1978. El régimen salido de la transición no está quebrado pero tiene importantes grietas y sus elites intelectuales y políticas aparecen en repliegue y a la defensiva, visiblemente nerviosas, como han demostrado las prisas en organizar la sucesión monárquica. La irrupción de ‘Podemos’ mostró una posible vía de impugnación del orden existente, pero abre tantas esperanzas como interrogantes, dificultades y responsabilidades, en medio de un tiempo político acelerado en el que no faltará el hostigamiento de los poderes fácticos. La conservación de lo existente no parece una opción. De la audacia y la rapidez de los actores que están por el cambio y la ruptura democrática dependerá que el nuevo ciclo político que parece abrirse no sea el de una restauración oligárquica sino el de una apertura constituyente que construya, partiendo de muchos lugares, una voluntad popular alternativa. Y la haga el centro de un nuevo proyecto de país.

 

* Doctor en Ciencia Política y responsable de la campaña electoral de ‘Podemos’

 

Fuente: monde-diplomatique.es