La pobreza en Canarias, algo más que cifras

 

Armiche Carrillo

 

Contraviniendo el título de este artículo empecemos por unos pocos datos ilustrativos de la realidad canaria.

 

Canarias finalizaba el verano con más de 290.000 personas registradas en las oficinas del SEPE (antiguo INEM), de las cuales 137.000 siguen cobrando algún tipo de prestación social, mientras que las restantes 153.000 ya no cobran ningún tipo ayuda. Además de esos casi 300.000 personas registradas en el paro, más de la mitad (150.000) están en situación de paro de larga duración.

 

La isla de Gran Canaria está especialmente castigada por el paro, absorbiendo casi el 50% de ese paro registrado (unas 125.000 personas), siendo Las Palmas de Gran Canaria el municipio más castigado del archipiélago con más de 55.000 personas en esa situación.

 

El riesgo de pobreza en Canarias se sitúa 12 puntos por encima de la media del estado, hasta alcanzar un escalofriante 34%, siendo el riesgo de pobreza infantil de un 30% (5 puntos por encima de la media del Estado)

 

Hasta aquí los datos en frío. Pero si en lugar de tomarlos como si fueran una foto fija, nos fijamos en la tendencia comprobamos que con la profundización de la crisis capitalista la pobreza y la miseria se extienden por sobre la clase obrera y los sectores populares.

 

Es cierto que la pobreza y la miseria siempre han existido (y siempre existirán) en todas las formaciones socioeconómicas clasistas, pero también lo es que en la formación socioeconómica capitalista alcanza unos grados nunca vistos, más aun cuando incluimos en nuestra ecuación la riqueza social que la clase obrera es capaz de producir gracias al incomparable desarrollo de las fuerzas productivas.

Ni que decir tiene –lo vemos todos los días– que cada crisis del sistema se salda con un empeoramiento de las condiciones laborales y de vida de la clase obrera y de los sectores populares y ello porque el bloque oligárquico-burgués busca la salida a la crisis (en otras palabras, contrarrestar la caída de la tasa de ganancia) atacando a los trabajadores y trabajadoras: despidos, bajadas de salarios, privatizaciones...

 

Pero incluso durante los ciclos expansivos del capitalismo, eso no se traduce en un mejoramiento significativo de la clase obrera. Para muestra, un botón: Entre 1981 y el año 2000 la productividad por hora de trabajo subió un 40%, pero los salarios sólo lo hicieron un 15%. Es decir, los trabajadores/as generábamos más riqueza pero nos apropiábamos de menos (por supuesto, es indiferente que hubiera gobiernos del PSOE o del PP).

 

Los datos en sí mismos tienen una capacidad explicativa limitada si no profundizamos en el análisis, en una palabra, si no buscamos las causas últimas que originan la pobreza. Mi tesis es muy sencilla: la razón de que haya personas que pasen hambre, sed, falta de medicinas o vivan sin un techo, no es que falte comida, agua, medicamentos o viviendas; la razón es que hay gente a la que le conviene que eso sea así.

En otras palabras, el desarrollo científico-técnico-ya lo apuntaba antes--que ha alcanzado la humanidad permitiría erradicar fácilmente la pobreza en el mundo, pero existe una oligarquía internacional que no puede permitirse tomar las medidas para erradicar la pobreza pues eso significaría quebrar las bases de un sistema de dominación que les ha colocado en su posición de poder.

 

Sólo dos datos: todos los años la cosecha de cereales es mayor que el año anterior y aun así hay 1.000 millones de personas que pasan hambre. En España (y en Canarias) hay miles de viviendas vacías y aun así hay cientos de miles de personas que viven en la calle. Y todo porque esas producciones de cereales y esas viviendas pertenecen a una oligarquía que ni está dispuesta (ni podría hacerlo, si quiere seguir siendo oligarquía) a ponerlas al servicio de toda la sociedad.

 

En 2011 unos investigadores publicaron un artículo, que, por supuesto, pasó desapercibido para los grandes conglomerados mediáticos, en el que demostraban, entre otras cosas, que 147 empresas, muy estrechamente relacionadas entre sí, controlaban el 40% de la riqueza mundial. Estas empresas están controladas por unas 6.500 personas, que constituyen la fracción más poderosa de la oligarquía financiera.

El capitalismo tiene sus propias leyes de funcionamiento internas, que Marx y Lenin se encargaron de analizar en obras como El Capital o El imperialismo fase superior del capitalismo: una de ellas es la que nos habla de la concentración y centralización del capital: la formación inevitable de monopolios empresariales.

 

Estas 147 empresas constituyen –huelga decirlo– auténticos monopolios. Por ejemplo, en el sector de la alimentación, 10 empresas (Nestlé, Kraft, Kellogs...) controlan prácticamente cualquier alimento o bebida que consumamos al aglutinar más de 1.000 marcas comerciales.

En cuanto a la distribución de cereales, 4 empresas (de nuevo Nestlé o Cargill) controlan más del 70% del mercado. Por su parte, Monsanto, Dupont, Syngenta o Limagrain controlan casi la mitad del mercado de semillas.

 

En España la cosa nos es diferente: 6 empresas de perfumería y detergentes controlan el 100% del mercado; 3 de telecomunicaciones acaparan el 79%, otras 3 de transportes el 90%, etc. Esta oligarquía está representada, a escala estatal, por hombres y mujeres como Florentino Pérez (ACS), Emilio Botín (B. Santander), Antonio Brufau (Repsol), Amancio Ortega (Inditex), o las hermanas Koplowitz (FCC) y a nivel canario por gente como Delfín Suárez Almeida (Kalise-Menorquina), los hermanos Manuel y Santiago Santana Cazorla (hoteles), Eustasio López y sus hermanos (también del sector hotelero, entre otros) o Amid Achí Fadul (tiendas de moda).

 

Es decir, este bloque oligárquico-burgués (sea en el ámbito canario, estatal o mundial) constituyen una clase dominante fuertemente conectada entre sí, con un inmenso poder económico y político que utiliza, precisamente, para garantizar su posición como clase dominante. Cuando el capitalismo atraviesa sus crisis de funcionamiento (y esta es especialmente fuerte) esta oligarquía, que tiene nombres y apellidos, arrecia sus ataques sobre la clase obrera y los sectores populares, utilizando todo su poder para cargar sobre nuestras espaldas las consecuencias de una crisis que nosotros y nosotras no hemos creado.

 

El saldo de esta guerra general contra los trabajadores y trabajadoras es el aumento de la pobreza, de la miseria y de la explotación del conjunto de la clase obrera y de los sectores populares (pensemos que di al principio). Emplean todo el poder que les da el Estado burgués para perpetuarse como clase dominante, aunque eso suponga generar millones de muertes anuales por hambre, por sed o por falta de medicinas.

Eso es el capitalismo en toda su gloria.

 

Decía G. Luckács que el capitalismo nos había hecho perder eso que él llamaba la totalidad intensiva, es decir, la capacidad de comprender el sistema como un todo. La tarea de quienes queremos cambiar la realidad empieza por analizar la relación que existe entre los distintos aspectos en que se manifiesta la realidad. Es imposible comprender el fenómeno de la pobreza sin conocer el mecanismo de su reproducción. Y ese mecanismo no es otro que el funcionamiento normal y habitual del capitalismo. Cada segundo el capitalismo genera riquezas fabulosas de la que se apropian unos poquitos y miserias, igualmente fabulosas, que es lo que nos queda a una inmensa mayoría.

 

Hoy es más palpable que nunca que la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción exigen una solución rupturista con el sistema capitalista so pena de alargar la miseria, la pobreza e incluso la extinción de la especie.

 

Pretender acabar con la pobreza sin acabar con el capitalismo es como querer sostener el océano en la palma de la mano y frustrarnos porque el agua se nos escapa entre los dedos.

 

¡No más frustraciones, organización comunista!

 

Fuente: unidadylucha.es