Homar
Garcés *
Según lo subrayara el periodista
uruguayo Luciano Álzaga, “el proceso bolivariano es una
pirámide invertida: arriba están las masas populares, en el medio la burocracia
y, abajo, el propio Chávez, soportando sobre sus hombros todo ese peso. Por eso
la gente habla de chavismo sin Chávez: quitando al
Presidente se viene abajo la pirámide y queda un proceso socialdemócrata, sin
los excesos oligárquicos del pasado, pero sin la amenaza que supone la
comunicación y confianza mutua entre un pueblo que busca una salida
revolucionaria y un líder dispuesto a intentarla”.
Tal percepción no es nada ajena a muchos
venezolanos, convencidos como están que Chávez es el único del gobierno que se
muestra sincero a la hora de concretar una situación verdaderamente
revolucionaria en el país. Por ello mantiene una singular estimación entre los
sectores populares; algo que no poseen otros, ni dentro ni fuera del proyecto
bolivariano, teniendo que echar mano a la imagen del Presidente para asegurarse
el favoritismo de los miles de electores chavistas
que existen en cada estado y municipio.
La primera lectura que se podría extraer
de todo esto es que, a pesar de las directrices lanzadas de modo reiterado por
Chávez a lo largo de su mandato constitucional, no hay todavía la articulación
de un amplio movimiento de movimientos lo suficientemente efectivo, responsable,
maduro y autónomo que le dé respuesta efectiva a las distintas debilidades,
contradicciones y errores que brotan del proceso revolucionario bolivariano. La
ausencia de este amplio movimiento impide que muchas de las tareas urgentes
sean postergadas, producto de la falta de visión y de compromiso
revolucionarios de parte de aquellos que tienen la grave responsabilidad de
conducir dicho proyecto y de crear las condiciones necesarias para impulsar un
cambio estructural suficientemente revolucionario y socialista. Adicionalmente,
es de mencionarse el hecho resistente del legado cultural adeco,
gracias al cual nuestro pueblo se vio invalidado y desestimado en su papel
ciudadano durante cuarenta años consecutivos y sólo le restó acogerse a la
queja, la resignación o, cuando menos, a la protesta rabiosa contra el sistema
impuesto, como ocurriera el 27 de febrero de 1989; aceptando de mala gana la
fatalidad que sus representantes en el poder hicieran todo lo contrario de sus
promesas demagógicas.
Los nuevos tiempos, marcados por una
ebullición social y política revolucionaria, reclaman un mayor activismo
político y una mayor claridad de conciencia social de parte de todos los
revolucionarios y chavistas progresistas para
confrontar abiertamente las desviaciones reformistas-derechistas que estarían
posesionándose del proceso bolivariano. Esto haría posible que se propicie el
contexto que abra caminos definitivos a la revolución socialista con un perfil
ideológico y una praxis mejor definidos.
Es imperioso que esa pirámide invertida a la cual se refirió Álzaga comience a ser sustentada por revolucionarios y chavistas progresistas dispuestos a curtirse en la lucha social diaria y a romper con los paradigmas dominantes de la vieja escuela puntofijista, de manera que se construya ese ideal de Patria y de sociedad igualitaria, justa y democrática que anima los corazones de la mayoría de los venezolanos. Pero, debemos estar conscientes que esto lo llevará adelante el pueblo sin la burocracia ni la dirigencia que entorpece su participación y protagonismo en la construcción del socialismo revolucionario. Como resultado, el mismo pueblo será quien promueva su protagonismo en la búsqueda consciente de su propio destino, en continuo peregrinar a sus raíces de pueblo rebelde y revolucionario, en una constante y definitoria labor colectiva para implantar los cambios revolucionarios aún pendientes.