Pacto
por Tenerife, pacto por Canarias
Por Wladimiro
Rodríguez Brito *
El pasado miércoles, [20-03-2013],
asistimos a un debate en el Aula Magna de la Facultad de Económicas de la
Universidad de La Laguna, debate que debe ser un embrión del quehacer
intelectual y político de la sociedad canaria; debe ser una reflexión amplia y
una búsqueda de alternativas que generen vías, caminos o senderos ante la dura
situación económica y social que vivimos en las islas.
La enhorabuena para los profesores
participantes de la Universidad de La Laguna y para los partidos políticos que
han apoyado estas jornadas; esperemos que sean un semillero ante la conflictiva
situación social y económica que vivimos en las Islas. Estamos en la obligación
de hacer surcos y poner semillas para que en el futuro cosechemos en las
tierras balutas de la llamada modernidad.
No existen medicinas milagrosas que sean
alternativa al trabajo, el esfuerzo, la cultura y el
compromiso. La principal herramienta de nuestros ancestros era una mentalidad,
un compromiso y una cultura pegados al suelo, alejados del espejismo que hemos
vivido en nuestra reciente historia.
Hablar de pacto por Tenerife o por
Canarias no es solo hablar de economía, sino sobre todo de un cambio de
mentalidad, una nueva actitud. Hay que darse cuenta de que las cosas del ayer
tienen un valor en el presente y para el futuro; las nuevas tecnologías y la
sociedad de servicios no están reñidas con el sector primario. El mayor
suministrador de alimentos de las Islas son los huertos que existen en nuestros
puertos. Mientras nuestros campos están cubiertos de maleza y las tierras sin
surcos, importamos más de doscientos litros de leche y derivados por habitante
y año, y más de treinta kilos de carne. Si a pesar de no haber aumentado la
producción local se ha producido un descenso de más del veinte por ciento en
las importaciones en relación con 1992, ¿es que ahora estamos peor alimentados?
Hemos pasado de importar más de seis mil
terneros de engorde al año a menos de mil en estos momentos; se ha reducido la producción
local en casi todo: papas, hortalizas, huevos, leche, etcétera; nuestra
ganadería nos abastece en poco más de un veinte por ciento y encima nuestros
ganaderos tienen no solo dificultades económicas, sino también de tipo legal,
ante unas leyes que hemos creado en Canarias alejadas del mundo rural.
El REA es una herramienta útil para
potenciar la producción local y frenar la subida del coste de vida en algunos
productos alimenticios. Sin embargo, en Canarias se ha degradado gran parte de
nuestra producción local, a diferencia de lo que ocurre en otra serie de
territorios ultraperiféricos. Hay que replantearse las relaciones de la Unión
Europea con Canarias.
En los llamados puntos negros del pacto
está no solo buscar alternativas sociales y alimentarias, tanto en cantidad
como en calidad de lo que nos llevamos al estómago. Esta crisis es marcadamente
diferente de todas las crisis anteriores que ha sufrido nuestro Archipiélago:
con anterioridad las crisis tenían que ver con sequía, invasiones de langosta,
con pérdidas de mercado para los monocultivos dominantes. Antes se sufría de
carencia de recursos para sobrevivir en nuestro territorio; ahora, sin embargo,
estamos en unas Islas con un volumen importante de aguas y tierras ociosas. De
los más de doscientos millones de metros cúbicos de agua que consumen nuestras
zonas urbanas apenas estamos reutilizando un quinto. En islas como La Palma o
La Gomera se están perdiendo volúmenes importantes de aguas blancas por la
falta de campesinos para regar y cultivar nuestros campos.
La superficie de regadío no solo no se
incrementa, sino que incluso pierde espacio como ocurre en los jables del sur
de Tenerife o en La Gomera; las aguas depuradas en Fuerteventura se vierten
mayoritariamente al mar.
Nuestro sistema educativo, la formación
profesional, tiene que optimizar el recurso más valioso que tenemos como
pueblo, nuestra juventud; debemos revitalizar los valores familiares en crisis;
romper con un marco de leyes urbanitas que protegen a todo bicho viviente exceptuando
a los campesinos; reforzar el débil y atomizado tejido empresarial de nuestro
medio rural; luchar contra la distribución de alimentos en manos de pocas
empresas que en contadas ocasiones se abastecen de productos locales. Hay
alternativas pero para ello tenemos que cambiar principalmente nuestra visión
del medio rural, en lo económico y lo social. Otra cultura es posible y
necesaria, se requiere de un cambio de valores hacia el campo, hacia la vida,
hacia el medio rural. Hay que romper los malentendidos hacia el campo y el
mundo rural.
* DOCTOR EN GEOGRAFÍA