Orwell dio en el clavo (1984 versus 2012)

 

Juan Jesús Ayala

 

Cuando Orwell escribe en 1947 la novela de ficción distópica "1984", en la cual nos ilustra con la recreación de una sociedad totalmente descerebrada, con los terrores que produce la propaganda del totalitarismo imperante, y cuando a la gran masa de plebeyos no se le da importancia alguna porque ha sido desposeída de horizontes y lo que solo sabe hacer es gritar y apoyar lo que le dicen desde las altas instancias burócratas, que rodean, protegen y rinden pleitesía y amor al Gran Hermano, que encarna la figura del tótem, cuando lo que no está en el diccionario no puede ser pensado y se tenga que admitir que dos más dos es igual a cinco, tenemos la estructura social definida y de la cual no se puede apartar ni un ápice ni cuestionarla siquiera, puesto que de hacerlo se iría camino de la celda 101, donde sería torturado y comido por las ratas hasta la desfiguración total y la muerte inmediata.

 

Nos presenta Orwell una sociedad desnaturalizada moralmente, donde se vivía en guerra permanente con otros países porque, haciendo la guerra, se lograba la paz y se olvidaba de la miseria circulante en el día a día, se prohibía ir más allá del pensamiento establecido (el pensamiento único) y si la historia reciente había que trastocarla o suprimirla por los que trabajan para ellos, y esa era su función, se hacía sin crítica alguna y con suma obediencia, si no la tortura y la destrucción física eran la norma.

 

Orwell, que murió joven y a causa de una bala que le entró por la garganta durante la guerra civil española, cuando estuvo en Barcelona y con un fusil que torpemente sabía manejar, se fue al frente para luchar contra la crueldad, con lo establecido, con el fascismo imperante, que taponaba los labios, desdibujaba las realidades y que lo que se pretendía era que se cambiase la historia de un país.

En la novela "1984" pronosticó que en ese año llegaría un nuevo modelo de sociedad, una sociedad sórdida, desprovista de valores, sin dirigentes capacitados para tirar hacia delante del carro, de reverencias ilimitadas a los líderes, que se encerraban en torno a la figura del Gran Hermano, a la propaganda establecida, que se manifestaba una y otra vez manejando mentira tras mentira, diciendo que la producción subía aunque fuera unas centésimas, y que el país iba mejor aunque el hambre y la miseria fueran lo que sentían obligadamente los que vivían en ese país no tan imaginario que permanecía en guerra continua, y donde lo que más avanza no era la producción de chocolate, sino la de tanques, bombas y aviones.

 

Orwell dio en el clavo, porque en estos momentos estamos calcando lo que predijo para 1984. El pensamiento se ha hecho plano, y el que no transite por esa senda será un enemigo a batir; la producción y la riqueza del mundo están en manos del Gran Hermano, cuyos sucedáneos son la banca y lo poderes financieros, que someten a los gobiernos con sus leyes, martingalas y propagandas para tener a los plebeyos doblegados, y así, desde una dimensión social inquisitorial, producir la apatía, gestionar el miedo y que este se consolide desde una desmovilización social incesante y degradante.

Orwell, que en "1984" imaginó, más allá de la ficción, que el totalitarismo se impondría, dio en el clavo, y al Gran Hermano se le sigue haciendo reverencia; se ha convertido en esa figura sin rostro perfectamente programada para el sometimiento desde el sadismo más lacerante y está atrincherado dentro de las zanjas de una guerra casi eterna, que forma un ejército enemigo muy poderoso y que está cambiando al sociedad, y las actitudes más nobles del ser humano se han extinguido; la verdad es eufemística y en esta debacle todo lo demás permanece impenetrable, insondable y en manos del depredador del planeta (el mercado), el cual, paradójicamente, se presenta como portador de los valores más democráticos posibles cuando es el engaño, la trampa, lo que ha perfeccionado y ya consolidado.

Orwell dio en el clavo y no se equivocó en el pronóstico. Y se puede decir que, efectivamente, en estos momentos la realidad supera a la ficción.