La odiada Iglesia Católica

 

Jorge Rojas Hernández *

Se nota en EL DÍA la falta de los artículos que publicaba todos los miércoles nuestro querido padre Fernando Lorente. Con su palabra fácil, echando mano a su dilatada labor en el hospital San Juan de Dios durante muchos años, iluminaba nuestro camino -así se llamaban sus colaboraciones: "Luz en el Camino"- ofreciéndonos sus sabias directrices para transitar por este valle de lágrimas. Destacaba en ellos su empeño en llamar la atención de la sociedad por su actitud ante los desheredados de la fortuna, que debido a la asfixiante crisis económica que a todos nos acogota sufren ahora más que nunca sus carencias.

Tocando el tema religioso de soslayo sí publica EL DÍA los comentarios que escribe el director de Cáritas, que expresan con meridiana claridad la gran labor que esa institución eclesial está llevando a cabo en pro de los más pobres, que no se limita, como muchos creen, a proporcionarles alimentos, sino a prestarles ayudas de diversa índole.

Pero el hierro para forjarlo no necesita solo calentarlo, sino golpearlo con insistencia en el punto donde queremos doblegar su dureza, con lo cual quiero decir que son pocas todas las ocasiones que se nos presentan para airear la situación que a todos nos acongoja. Yo mismo, en varias ocasiones, aprovechando la gran difusión de EL DÍA, he escrito varios artículos en un intento de concienciar a sus lectores de la obligación que todos tenemos -al menos los que podamos- de contribuir a esa labor que unos pocos han echado sobre sus hombros sin esperar nada a cambio. Por eso no me resisto a airear de nuevo los últimos datos que han llegado a mis manos sobre "la odiada Iglesia Católica", a ver si entre todos logramos que los críticos al menos cesen en sus campañas de descrédito, algo difícil de conseguir porque el odio puede con ellos.

La Iglesia Católica tutela 5.141 centros de enseñanza, con 990.774 alumnos, que suponen al Estado un ahorro de 15.423.000.000 ?/año. Atendiendo 107 hospitales ahorra al Estado 5.350.000.000 ?/año. Participa en 1.004 centros, entre ambulatorios, dispensarios, asilos, centros de minusválidos, inmigrantes, enfermos terminales, etc., que suponen 51.312 camas con un ahorro que ronda los 4.016.000.000 ?/año. Gastos de Cáritas: 155.000.000 ?/año. Gastos de Manos Unidas: 43.000.000 ?/año. Gastos del Domund: 21.000.000 ?/año. 365 centros de reeducación para marginados, más de 53.000 personas: 182.500.000 ?/año. 937 orfanatos, que atienden a casi 11.000 niños abandonados: 93.700.000 ?/año. El 80% de la conservación del Patrimonio histórico-artístico -principal fuente del turismo-, calculado en unos 35.000.000.000 ?/año.

Para los amigos de los números les ahorro hacer la suma: 602.842 millones de euros, a cuya cifra habría que añadirle la colaboración de miles de voluntarios que no cobran ni un euro -ya lo dije en un artículo anterior: aunque parezca mentira, todavía hay gente que actúa sin interés económico-. No sé qué porcentaje supone la cantidad mencionada en los presupuestos generales del Estado, aunque supongo que debe de ser importante: con toda seguridad, si el Estado tuviese que hacer frente a este gasto -obligatorio, por otro lado, si se quiere permanecer en el Estado del bienestar del que tanto alardeamos-, muchas subvenciones, premios y gratificaciones que hoy día se dan con tanta prodigalidad tendrían que desaparecer.

Con todo lo expuesto creo que la Iglesia Católica merece una mayor consideración y respeto por parte de la sociedad española, sobre todo por quienes aprovechan cualquier ocasión para criticarla ácidamente. Ya está bien de fijarse en los aspectos negativos de su labor -que soy el primero en criticar- y no ponderar los positivos.

Pero dicho esto me doy cuenta de lo absurda que resulta esa posibilidad, porque ¿qué se puede esperar de una sociedad que rinde culto a la envidia, la crítica o la calumnia? Vivimos en un mundo donde reina la televisión, que nos embrutece hasta límites tan indescriptibles que no nos permiten ver la realidad que nos rodea. Nuestra obligación es evitar por todos los medios posibles que esa realidad afecte a más gente todavía. Me duele ver en las iglesias la "generosidad" de los asistentes: monedas sueltas, de vez en cuando un euro y, raramente, un billete de cinco euros; en este último caso, si la iglesia fuese un bar, sonaría la campana como cuando hay bote. Con esto no estoy diciendo que lancemos la casa por la ventana y nos dediquemos a resolver los problemas de los demás, pues bastante tenemos con los nuestros, pero sí que apoyemos a quienes, sin esperar nada a cambio -ya lo dije antes, ni siquiera el agradecimiento de la sociedad-, realizan una labor de lo más encomiable que, al menos, debería estar ajena a la consecución de recursos económicos para llevarla a cabo.

* Publicado en el periódico El Día, 28-10-2011