Acerca de nuestro pueblo

 

 

Isidro Santana León

 

Llegué a la casa más que cansado, hastiado; el último impulso de la jornada fue para tenderme reflexivo sobre la cama. Me creí un hombre solo, como si fuese el único a quien le importara esta patria nuestra, dudando de si sus indolentes hijos la aman, la notan, la entrañan… Entonces comprendí que la Patria existe para los que la sentimos como algo inherente a nuestra esencia. Cada acto que erosiona mi tierra es como si me desgarrara la carne; cada pastor, labrador o pescador que eliminan de su seno, es como si amputaran diferentes vísceras de mi cuerpo. El dolor me estrangula el alma. Atormentado por ver cómo le cambia su salvaje faz milenaria para entregarla cual fulana a los deseos libidinosos de todos los que con dinero la pueden usar. Irascivo, al verla travestida con un conglomerado de diversos, distantes y extraños lugares; de carreteras y más carreteras, de hormigón y de piche, de urbanizaciones turísticas y no, de puertos deportivos, elitistas campos de golf, superficies comerciales…, y toda esa depredación colonial casi siempre asumida y nunca contestada por nuestro pueblo.

 

Repelo todo lo existente cuando observo, indefenso, cómo deportan los barrios populares para concentrarlos en guetos, desarraigados éstos de nuestras ancestrales costumbres y personalidad. Ver cómo todo forastero que arriba a estos minúsculos lares accede, por imperativo colonial, al trabajo, a la vivienda, a los puestos de decisión…, que le hace gozar de mejor calidad de asentado y distinción social, imponiendo, con su advenediza cultura, las reglas del juego para la forzada convivencia y supervivencia de los legítimos o naturales. Gozan los colonos de tantas comodidades que tales necesidades y derechos le niegan al pueblo originario de Canarias. Pueblo el nuestro que, en su mayor proporción, subvive como clase segregada: víctima del abuso, de la vejación, de la marginalidad y de la desprotección de las leyes y tratados internacionales sobre los derechos humanos. Pueblo de existencia sojuzgada, aspirante a las migajas, a las miserables subvenciones europeas y usado fraudulentamente como feudo para legitimar a los partidos políticos españolistas y, por ende, al sistema colonial. ¡Cómo no!, con la implícita connivencia de algunos partidos canarios, colaboracionistas en la oprobia y sistemática sangría de los recursos propiedad de los naturales del archipiélago, así como otros individuos a quienes nuestra historia jamás absolverá. Pueblo el nuestro al que se le impide que dirija su destino, que continúe practicando su heredada cultura, que vertebre su economía, que se reconozca capaz, que sea dueño de sí. Pueblo el nuestro empujado a la deriva, a la extinción, al que quieren extirparle el alma.

 

¡Cuántas veces, irritado, he maldecido esta putrefacción que corroe tierra y conciencia; invocando a los volcanes para que sus erupciones pongan orden y detengan esta progresiva lepra! ¡Cuántas veces he implorado a la lluvia para que su impetuosidad arrastre las horrorosas y degenerativas construcciones que han ocupado cauces y laderas, cuyos regazos, milenariamente, sólo se han ofrecido generosos al Cardón, a la Tabaiba, al Balo, a la Támara…! ¡Cuántas veces, encrespado, he requerido a las mareas para que su vigor abofetee y añique al intrusismo que, provocador, se ha instalado en sus rompientes, aguazales y arenales!; ahí donde su blanca espuma jugaba brutalmente, se desahogaba o sencillamente descansaba. ¿Es que tiene que ser ella sola: ¡tu madre!, ¡tu Matria!, la que se imponga valerosa? ¿Es que hijos tan crueles se merecen su amparo?... Ella, como madre, acogerá al hijo inocente igual que al hijo culpable; ella, como madre, saciará al hijo parásito como al trabajador; ella, como madre, si es preciso, morirá por sus hijos; pero yo, como hermano, deploraré al hermano rastrero y al pusilánime; al traidor y al converso; al especulador y al tramposo; al cobarde y al colaboracionista; al insolidario y al egoísta. Yo, como hermano, sólo aceptaré a sus honrados hijos, ¡sí! ¡A todos aquellos que luchan por nuestra Independencia para dejarle a las venideras generaciones una Canarias mejor! 

 

A los que se nos ha quedado grabada para toda nuestra existencia la conmoción sentida por la injusticia que, desde antaño, se ejercita contra la libertad de nuestro sumido Pueblo; en muchos casos por los instintos rebeldes legados de nuestros alzados abuelos precoloniales, perseguidos y asesinados por defender orgullosamente su forma de vivir, su manera de comprender la existencia en armonía y por rechazar la imposición cultural extranjera y su incomprensible Dios; ancestros a los que por negar el dogmatismo y desestimar la indigerible superioridad de esa deidad, despectivamente los llamaban “Bárbaros” o “seres sin alma” Yo, igual que mis remotos abuelos, tampoco tengo alma, tampoco tengo alma española, subyugadora, abusadora…, tengo el alma rebelde, por decencia no puedo tener otra y soy Orgullosamente Bárbaro.  

 

Por fin me dormí. Soñé con un pueblo sumido en la ignorancia; en la incapacidad para comprender por qué había existido para ser servidumbre de una minoría que, de igual forma, sufría y amaba. Solo que la relación de los cresos y dominadores se diferenciaba de la del famélico y sojuzgado pueblo en su sustrato: en una armonía sustentada en intereses de Poder y diferenciación social.

 

Éste es el prólogo y el comienzo de la obra “Orgullosamente bárbaro” cuyo argumento está contextuado en la sociedad feudal de principios del siglo XVII y que, en todo momento, retrata la psicología y actitud de nuestro pueblo, el orden político y la corrupción de sus gobernantes. Nada ha cambiado desde entonces sino en apariencia. 

 

29/01/13