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Caco Senante *
De
siempre me ha parecido que nuestra manera de expresarnos, el uso del lenguaje en
estas Islas y los vocablos diferentes que manejamos, junto con nuestro
particular acento, hacen que el habla de nuestro pueblo tenga un particular
atractivo.
Pero también he de reconocer que se está perdiendo progresivamente,
siendo importante la labor de quienes lo han estudiado y han publicado sus
trabajos. Hace ya muchos años sufríamos una colonización lingüística a través
de tanta gente de fuera que venía a hacer el servicio militar o a ocupar plazas
de funcionarios. Inconscientemente, se iban adoptando palabras y expresiones foráneas
en detrimento de las nuestras. Por ejemplo: bocata, en vez de telera. Y creo que
hoy en día, la implantación de nuevos vocablos y la desaparición de muchas de
nuestras expresiones, son obviamente fruto de la influencia de la TV, del
lenguaje de Internet y de las redes sociales; es decir, de eso que llaman la
sociedad de la información[1].
Palabras
como jeito, chuchazo, troncocol, guanajo, fechillo, cachimba, arriscarse,
enchumbar, gaveta, sarantontón, machango, piche, fonil, tupido o zorullo han
desaparecido prácticamente de nuestro vocabulario. Y recuerdo cuando en vez de
asomarse, se decía alongarse. Aquellas madres gritando: “Arturitooo no te
alongues en el murooo…”, para rematar con un: “¡Como te caigas del
muro…, te mato!”… Chachi ha sido suplantado por cojonudo y decir el nota
es otra de las expresiones que ha ido cayendo en desuso. Y una, que sin ser
nuestra, pues evidentemente era argentina, estaba totalmente asentada en nuestro
habla, era pibe. Imborrable aquellas Navidades que apareció por casa mi amigo
Poldo Cebrián y me dijo: “Mano, agarra la guitarra y vamos a la Rambla a
hacer feliz al piberío”.
En
insultos y descalificaciones ha pasado lo mismo. Es casi imposible escuchar
tortolín, salsaboba o tolete. Antes de que apareciese la palabra gay, nosotros
usábamos vasiola, vasioleta o varvuleta. Hasta nuestro pollaboba, insulto en el
que se te llenaba la boca a la hora de proferirlo, se ha visto sustituido por el
gilipollas que nos ha llegado de fuera. Y eso que nosotros teníamos un sistema
de reducirlo a la mitad, pero para darle más consistencia. Me explico, si decíamos:
“El nota es medio pollaboba…”, estábamos ratificando que el tipo era
mucho más de lo que la frase daba a entender.
Había
frases que eran auténticas sentencias: “Ya el conejo me arriscó la perra”,
“El que quiera lapas, que se moje el culo” o “Vete a freír chuchangas”.
Nos
quedan pocas expresiones nuestras y deberíamos hacer un esfuerzo por
preservarlas. Por ejemplo: “¡Ños, mano!” y “¡Vete por ahiii!”. ¡Ah!…
y “Deja ver…”.
[1]
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