Creo
que no hay remedio
Isidro
Santana León
Asistí a la convocatoria del 23 de febrero, en la
Palaza de la Feria de Las Palmas de Gran Canarias, más que por lo que mi
presencia allí pudiera tener de útil, por una cuestión terapéutica.
Algunos dirán que fue un éxito la participación, valoración que es muy
respetable dada la conciencia y el interés que demuestra nuestro pueblo por los
asuntos primordiales para vivir con dignidad, y que yo, sin querer ser
subjetivo, analizo como un estrepitoso fracaso. Puestos a estimar que la cifra
de paro en Canarias supera el 32٪de la población activa, con un índice
juvenil superior al 60% ; más de 300.000 parados en la nación canaria y más de
160.000 en Canarias del Este; si como dicen, los barrios populares no tienen
para comer y los niños van a los colegios sin desayunar; parte de la población
se muere en listas de espera de la S.S., a los
pensionistas los estafan con los repagos y
desatienden en sus dependencias; la educación es un caos; los impuestos
indirectos y directos menguan el poder adquisitivo de los más débiles…, 4 o
5000 almas que asistieron a la manifestación es un evidente ridículo para los
convocantes y un deleite para el sistema opresor español y los poderes fácticos
y capitalistas que lo condicionan y dirigen. Ese mismo día de la manifestación
se contabilizaron más de 300.000 personas en el carnaval del sur –no sé si en
el de Maspalomas– y me imagino los tantos que dormían
la resaca del viernes noche, mientras el evento político se celebraba. No
obstante, todavía hay quien dice que hemos de ejercer la solidaridad con
nuestro pueblo llevándole a los barrios los paquetes de macarrones, la ayuda de
la Cruz Roja, de la UE o de Caritas Diocesana, reafirmándose en que esos no son
actos de caridad, sino que sirven para el estímulo y la concienciación de su
esclava realidad. Es manifiesto que el pueblo canario –sobre todo las nuevas generaciones– ha sido un pueblo educado en la pedigüeñería,
la picaresca, la comodidad, el egoísmo y la socarronería más vil…, producto de
un sistema colonial subvencionado que lo convierte en dependiente económico,
psíquico y moral.
La tarde estaba maravillosa para la excursión, que me
dio la impresión de parecer un entierro, donde la gente se saludaba
efusivamente por el tiempo que no se veían, o se daban el pésame, más que una
verdadera jornada de contundente reivindicación, tal es la respuesta que se
merece la situación política y la corrupción. Atisbé muchas banderas: de los sindicatos
y partidos canarios comparsas del colonialismo, la de las diferentes Mareas, y
muchas republicanas españolas. Evidentemente, me sentí desubicado, pues acudí
con mi bandera republicana canaria –la de las siete estrellas verdes– hasta que, por fin, logré colocarme al lado de
algunos compatriotas que portaban este distintivo nacional, y que evitamos
mezclar con la republicana de España, posicionándonos aparte y bajo una
pancarta que decía INDEPENDENCIA: juntos en la reivindicación, pero no
revueltos en la identidad. Finalizado el acto hubo paella a precio popular,
pero como el arroz ya había llegado a los barios en forma de “solidaridad”, por
parte de las Órdenes mendicantes, los pobres no se molestaron en bajar a comer,
sino que lo hicieron en casa. La jovialidad se derramaba a raudales, y los
cabecitas de ratón se hacían notar entre la clase media y nuevos ricos –ahora
nuevos pobres–, algunos con aires de grandeza,
creyendo, quizás, que el que estaba presente era su potencial electorado o sus
seguidores ideológicos. Los poquísimos independentistas que fuimos estábamos
detrás, hasta donde llega un representante de la Coordinadora Stop desahucios,
quien nos pregunta: “¿Ustedes son independentistas, no?” “Sí, ¿por qué, somos
tan raros?”, le respondo. “No, por lo de las banderas; además porque la
independencia no es viable para Canarias, en todo caso los es para Cataluña”,
afirmó convencido.
A continuación le pregunto que si en el ideario de su
coordinadora, además contemplarse el alquiler social para los
desahuciados por la banca, también recogen el derecho a un alquiler social para
las personas que, ni siquiera, nos hemos podido hipotecar, pero que llevamos
muchísimos años en lista, esperando por una vivienda social, y en la que la
mayoría destinamos al alquiler más del 65 ٪ de nuestra renta total.
“No, la cuestión de los alquileres no está contemplado en nuestras
reivindicaciones sino para los desahuciados por la banca”, responde, rotundo.
“Bueno, pero yo también, de antemano, soy un desahuciado social, y como se
pretende que con dinero público se le dé respuesta a los estafados por la
banca, también queremos respuesta para nosotros ¿o no dice la constitución de
España que todos los españoles tienen derecho a una vivienda digna?, ¿o es que
a mí me dejan fuera porque soy independentista?”, le digo irónico. “Nosotros no
entramos en política sino en la cuestión de los desahucios”, termina, tajante…
Me quedo perplejo porque el muchacho no entra en política, pero asegura que la
independencia es inviable para Canarias y no para Cataluña; no entra en
política, pero pide que con el erario público se sufrague los desahucios; no
entra en política, pero se incomoda menos con la bandera republicana española y
con los anagramas de los sindicatos que con la bandera nacional de Canarias.
¿No será la indiferencia del pueblo canario la respuesta a una clase acomodada
que mientras le fue bien, compraron “pirámides y sarcófagos”, le importó una
mierda la situación de los más pobres y la tienen identificada, más que por el
descrédito que les da el gobierno fascista del PP, por la observación y la
memoria? Espero que no sea así. Lo que sí recuerdo es que los principios, la
ética y la cordura se fueron pa´ el carajo cuando
apareció la pasta, y que los sindicatos se convirtieron en meras gestorías que
consiguieron aburguesar a los trabajadores. Igual que en Guanarteme,
cuando las expropiaciones, todo aquel que le tocó el tiralíneas del derribo se
hizo revolucionario, pero, cuando salvaron sus casas, siguieron votando a los
mismos tiranos. No quiero ser perverso porque tengo muy cerca una situación
calamitosa y, por ende, dolorosa, pero, pregunto: ¿no es cierto que el monstruo
lo han mimado y alimentado entre todos mientras le daba calorcito…? ¡A ver como
coño lo matamos! Yo sigo diciendo que, en Canarias, con la independencia.