La
necesidad del perdón
Isidro
Santana León
Quiso cargarle también a Antonio Cubillo, el
franquista reciclado, Lorenzo Olarte, el intento de acabar con su persona. Este
personaje de la época de las tinieblas, no sólo deja a la vista su desmesurada megalomanía,
sino que, además, usando el cinismo más abyecto, inherente a su categoría,
manifiesta, con fingido populismo, tener un aprecio fraternal hacia Cubillo, a
la vez que le requería públicamente que le pidiera perdón por intentar
asesinarlo. Además de negarse Antonio Cubillo a semejante escarnio, siempre
desmintió la patraña de Olarte, juego sucio que éste a menudo practica, desde
su militancia franquista hasta el actual neo-franquismo monárquico, confesión
que le hubiera servido de coartada para inhibir su responsabilidad, directa o
indirecta, en el atentado asesino consumado con el líder independentista
canario, pues era su partido el que gobernaba en ese momento.
Claro está que la mejor defensa es un buen ataque y
esta táctica la ha empleado el franquista Olarte para ocultar un asunto que
todavía está pendiente: depurar las responsabilidades de los autores
intelectuales en el atentado que, hasta la actualidad, sólo se ha reconocido
por los tribunales españoles como acto de terrorismo de estado. Antonio Cubillo
denunció directamente a Martín Villa, Ministro del Interior en la legislatura
del atentado, siendo, precisamente, lo que quiere bordear Lorenzo Olarte,
quizás porque él estuvo muy cercano a Adolfo Suárez y por ello debió estar al
corriente, ya que se trataba del gran asunto de Canarias y de la gran derrota
de España durante su camuflaje para la democracia. Acusa Lorenzo Olarte a
Cubillo, aunque no aporta ninguna prueba, siendo más creíbles las acusaciones
que hacen públicamente contra Martín Villa los autores materiales del atentado,
los mismos que delatan, además, que de la reunión donde se fraguaba la macabra
trama también salieron Alfonso Guerra y otros “demócratas”. Ha manifestado
Eligio Hernández, diputado en su momento, Delegado del Gobierno en Canarias y
Fiscal General del Estado, que aquí, en Canarias, ningún político, inclusive
con tareas de gobierno, tenía escolta, porque nunca se sintieron amenazados.
Eso yo lo constato porque he visto a la mayoría de los políticos con
responsabilidades andando a sus anchas por la calles de nuestras islas, aún
sabiendo los agravios que le han hecho al pueblo canario. Muy importante se ha
debido creer este engendro del franquismo, Lorenzo Olarte, como para ser
objetivo de algo tan trascendental como es la independencia de nuestra nación.
Por lo visto quiere pasar a la historia, a costa de un revolucionario que ha
dado la vida por una causa justa, aunque la memoria popular sólo le reconocerá
como un colaboracionista más del colonialismo, por mucho que diga que quiere y
defiende a Canarias –el quiere a todo el mundo, a las palomitas también– y no menos como un chupóptero que se ha pegado la
vida, igual que otros tantos que conocemos, extrayendo la sangre de Canarias al
servicio de la rapiña de España.
Hay que diferenciar entre lo que es lucha armada (que
persigue objetivos concretos y selectos, entre los que entran acabar con
individuos claves en la estabilidad de un sistema) y lo que es la propaganda
armada, que consiste en hacerse oír internacionalmente, como fue la lucha del
MPAIAC, para que se supiera que Canarias es una colonia y que tiene derecho a
la independencia. Los independentistas canarios entendemos, mejor que nuestro
desgraciado y analfabeto pueblo, que todo este embrollo lo hace de forma torticera
el aparato de propaganda al servicio del colonialismo, que son casi todos los
medios que hay en esta colonia. Si nos guiáramos por la lógica de las
declaraciones de Eligio Hernández no hubiera habido problemas para acabar con
la vida de Lorenzo Olarte ni de cualquier otro fascista edulcorado. Pero el
MPAIAC, con todas sus carencias, no era tan chapucero, mafioso y asesino como
el Ministerio de Interior español y sus servicios de inteligencia, que
contratan sicarios, al más puro estilo de La Camorra, para solucionar los
problemas políticos. Hasta en eso tenemos decoro y finura los independentistas,
sobrados de motivos y de moral para reprobar a todos los grupos políticos que
gobiernan esta colonia, por su silencio cómplice en la criminalidad colonial.
No sé si a Lorenzo Olarte le remuerde la conciencia y
por eso necesitaba una autoinculpación por parte de Antonio Cubillo, o algún
día, antes de morir, hará un acto de arrepentimiento y dirá la verdad de su
implicación en el asunto, y de los otros tantos que estuvieron en las cloacas
del reino de España preparando el atentado del compatriota Antonio Cubillo.
Quizás, como hombre católico que es, se lo confiese a algún pastor de la
providencia y, como en la iglesia nunca se sabe, salte el asunto de lo sacro a
lo profano porque de la llamada justicia independiente, nanai.
12/12/12