La Navidad cristiana
Francisco
R. González Alonso
A los ochenta años de
mi existencia no es fácil recordar con detalles cómo se celebraba la Navidad en
mi pueblo de Guía de Isora, Tenerife. Ese pueblo del
suroeste de la Isla que se negó a morir por su aislamiento, y que los isoranos, con su tesón de hombres de lucha contra la
adversidad, de no tener agua que beber ni tierras que cultivar, hoy día han
transformado en una zona de gran producción agrícola de los dos cultivos más
exportables a Europa: tomates y plátanos.
La celebración de la
Navidad siendo niño recuerdo que se limitaba a la celebración de la misa de
medianoche o "del Gallo", que asistíamos llevados de la mano de
nuestros familiares, y al salir y regresar al hogar era costumbre tomar
chocolate bien caliente para soportar el frío de la madrugada, acompañado de
rosquetes de huevo deliciosos, que han hecho famoso a mi pueblo isorano, y también tomarse una copita de la deliciosa
mistela canaria.
A medida que íbamos
creciendo comenzamos a participar en el grupo de coristas, que todos los años
por diciembre ensayábamos en la sacristía de nuestro templo en honor de nuestra
patrona espiritual, la Virgen de la Luz.
Los ensayos eran por
la tardecita, con la presencia del cura párroco. Si mal no recuerdo, era
nuestro guía espiritual el bonachón padre Matías. El ensayo se realizaba con
mucha atención modulando nuestras voces, de acuerdo al grado de entonación de
cada uno de los participantes. Yo no cantaba, pues desde los cinco años uno de
mis tíos me enseñó a tocar la bandurria y mi participación era como tocador de
dicho instrumento, aunque sí sabía interpretar las canciones de aguinaldos al
Niño Dios.
Los ensayos nos
servían, además del regocijo espiritual cristiano que sentíamos por participar
en tan bella actividad como es cantar canciones alusivas a la Natividad del
Señor, para disfrutar del flirteo con las muchachas del coro, al menos con el
sentido de nuestra vista, mirándonos mutuamente con cierta atracción
sentimental.
El coqueteo con las
féminas del pueblo lo iniciaron muchos de los jóvenes que participaban en el
coro de los aguinaldos, y muchos terminaron en matrimonio.
Al llegar el primer
domingo de Adviento, comenzaban los ensayos de los villancicos a interpretar en
las célebres misas de gallo durante nueve días antes del nacimiento del Niño
Jesús. Nos levantábamos de madrugada y antes de entrar en el templo para
amenizar la santa misa recorríamos las calles del pueblo con algarabía cantando
y tocando en las ventanas y puertas de compañeros que faltaban por integrarse
al grupo. Muchas veces me despertaron los compañeros tocándome en la ventana de
la habitación donde dormía cantando a coro: "Levántate, amiguito, si te
quieres levantar, que ya tocaron segunda y falta solo dejar". Se referían
al toque de campanas de la iglesia parroquial llamando a los feligreses a la
celebración de la misa de aguinaldo.
Como observarán, la
Navidad tenía doble motivación para quienes actuábamos, tanto en la coral o
como simple participante en las misas de luz. Mi relato sobre la Navidad se
limita a testimoniar gratos recuerdos de infancia y de mi adolescencia, pero
lamentablemente no puedo dejar de manifestar que se vivían días muy azarosos
por las grandes limitaciones y angustias que la guerra civil nos producía y también
por la Segunda Guerra Mundial. Se vivía sobresaltado pendientes de la suerte de
los combatientes hijos del pueblo en los diferentes frentes de batalla.
La historia registra
que la Natividad del Señor aconteció en el mes de diciembre, pero su
celebración la inicia el obispo Liberio de Roma a los 354 años después de
Cristo, ordenando a los creyentes celebrar el nacimiento de Cristo el 25 de
diciembre, para contrarrestar la celebración que los romanos dedicaban a
Saturno, dios de la agricultura, el cual fue destronado por su hijo Júpiter,
que se instaló en el Lacio, donde hizo florecer la paz y la abundancia.
A pesar de que no se
sabe a ciencia cierta cuándo ocurrió la natividad de Jesús, al haber fijado el
obispo Liberio de Roma celebrarla el día 25 de diciembre la humanidad cristiana
no ha puesto reparos en la fecha establecida, y todos los años desde entonces
se recuerda su nacimiento.
La festividad de la
Navidad comenzó con gran espíritu cristiano, que lamentablemente hoy la
humanidad no conserva su alto grado de espiritualidad. Al comienzo, los
cristianos celebraban la Navidad del Señor como el día de más alegría y
comunión de todo el año.
En la Edad Media la
celebración de la Navidad en Inglaterra degeneró por extralimitación, y mucha gente
comenzó a confundir la alegría que mostraban los cristianos con el placer
corporal que producían el alcohol y la prostitución. Fue de tal grado la
descomposición social que los cristianos puritanos acordaron suspender la
celebración de las Navidades mediante una ley promulgada en 1643. Años después
la ley fue derogada y las Navidades siguieron celebrándose.
La celebración de la
Navidad hoy día en Estados Unidos es una combinación de múltiples tradiciones y
costumbres arraigadas en la vieja Europa y en la evolución acontecida en Cuba,
República Dominicana y Puerto Rico, con ciertas influencias africanas. Como
cristianos deberíamos desechar las más nocivas de dichas tradiciones y
costumbres; todo lo que no dé gloria a Cristo Jesús debe ser eliminado. El uso
del arbolito es una de esas costumbres nocivas al espíritu cristiano. Usar el
arbolito navideño proviene de Escandinavia. Los romanos, que adoraban cientos
de dioses, creían que las ramas verdes de los árboles eran portadoras de la
buena suerte. Los alemanes fueron los que en verdad comenzaron a usar el
arbolito como decoración navideña, y en la antigüedad de los tiempos bíblicos
existió dicha costumbre similar. Lo positivo o negativo del uso del arbolito
desde el punto de vista religioso lo decide el estándar bíblico. Veamos lo que
nos dice uno de los cuatro profetas mayores, Jeremías, que vivió entre los años
580 y 650 antes de Cristo:
"Oíd la palabra
que ha hablado Jehová acerca de vosotros, oh casa de
Israel. Así ha dicho Jehová: no aprendáis el camino de las naciones, ni tengáis
temor de las señales del cielo, aunque las naciones las teman. Porque las
costumbres de los pueblos son vanidad: cortan un árbol del bosque, y las manos
del escultor lo labran con la azuela. Lo adornan con plata y oro; lo afirman
con clavos y martillo para que no se tambalee.
Son como un
espantapájaros en un huerto de pepinos. No hablan; son llevados, porque no
pueden dar un paso. No tengáis temor de ellos, porque no pueden hacer daño ni
tampoco tienen poder para hacer bien" (Jeremías 10:1).
Lo que Jeremías
manifestaba al pueblo de Israel era que no se dejara influir por dichas
costumbres paganas, pues no tenía el poder que la gente decía. El Señor quiere
hacerle saber a su pueblo que no hay poder en los árboles. Para Dios, el mal
está en la adoración a los árboles, como también lo es la adoración a la
estatua de Buda, fotos de Jesús, de la Virgen María o de cualquier otra imagen
u objeto.
La Navidad o Natividad
significa nacimiento; por lo tanto, su festividad se instituyó para conmemorar
el nacimiento de Jesús, no para usar el arbolito, que como decoración es
agradable, pero tiene que estar acompañado por escenas del nacimiento, que sí
es digno de alabanza. Cualquier utensilio que se use litúrgicamente si es
aceptado por la Iglesia Cristiana el arbolito no está contemplado como tal. Por
lo tanto, no recuerda en nada el nacimiento del Redentor espiritual de todos
los seres humanos.
Existen referencias
bíblicas que nos dan a entender que el uso de árboles o sus ramas, con la finalidad
de alabar al Dios verdadero, no son rechazados por Dios, pues durante las
fiestas del tabernáculo se usaban. Observemos: "El primer día tomaréis
para vosotros fruto de árbol hermoso: ramas de palmeras, ramas de árboles
frondosos y de sauces de los arroyos; y os regocijaréis delante de Jehová
vuestro Dios durante siete días. Celebraréis fiesta a Jehová durante siete días
cada año. Esto es un estatuto perpetuo para vosotros, a través de vuestras
generaciones. Las celebraréis en el mes séptimo" (Levíticos 23:40-41).
En el Nuevo Testamento
podemos apreciar otro ejemplo del uso de ramas: "Al día siguiente, cuando
oyeron que Jesús venía a Jerusalén, la gran multitud que había venido a la
fiesta tomó ramas de palmera y salió a recibirle, y le aclamaban a gritos:
¡Hosanna! Bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel".
Santa Claus en la Navidad es para los cristianos una figura que
no tiene sustento bíblico y no debería formar parte de la tradición navideña.
Los tres Reyes Magos de Oriente sí son personajes bíblicos, pero Santa Claus es una creación comercial, como contraposición de los
Reyes Magos, que trajeron regalos al Niño Jesús.
No hay dudas de que el
materialismo agnóstico ha hecho posible que gran parte de la humanidad celebre
la Navidad como un acto pagano, más de los muchos que realiza a espaldas del
cristianismo. Es evidente que estas celebraciones son babilónicas y engañan al
verdadero cristiano, que es arrollado y cae en el contagio colectivo. En estas
fiestas las murmuraciones pululan entre los celebrantes con muchos dimes y
diretes, así como el alcoholismo, que genera toda clase de perturbaciones
mentales.
Los que nos sentimos
verdaderamente cristianos debemos celebrar la Navidad llevando en nuestro
corazón a Cristo como único y exclusivo salvador. Así es como verdaderamente
deberíamos celebrar su natividad.
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