El naufragio de Europa

 

Elsa López *

 

Eso es lo que nos queda del naufragio de Lampedusa: la noticia de la muerte de cientos de emigrantes hundidos con el barco que los transportaba y la vergüenza de la muerte de los más pobres entre los pobres; la de aquellos que viajaban en la bodega por no poder pagarse un billete en cubierta. 

Un billete hacia la nada, hacia un destino que les pintaron de colores y donde todo parecía de cartulina brillante y que ellos creyeron o soñaron que era el paraíso al que querían llegar.

Pero nadie les explicó que ese paraíso encierra miedos inconfesados al color de su piel, a sus costumbres tan extrañas y primitivas en apariencia, a su manera tan distinta de pensar y de actuar, a su concepto, tan olvidado por nuestra parte, de lo que significan la familia o las tradiciones. Nadie les contó que a este lado del mar existen leyes injustas que impide a los pescadores ayudarlos en su naufragio, a los transeúntes apoyarlos en sus peticiones, a los particulares ofrecerles casa o comida. Nadie les dijo la verdad de esta Europa tan codiciada en sus fantasías.

Nadie les explicó que aquí, al otro lado de sus sueños, hay una nueva forma de pobreza no muy distinta a la suya que va minando poco a poco a los países y a sus habitantes hasta convertirlos en animales debilitados por la cólera y poco dados a movimientos de compasión. Tenemos miedo, desconfianza, oscuros recuerdos de grandes migraciones hacia el norte probablemente hace miles de años, millones de años, cuando hombres y mujeres como ellos conseguían llegar a las costas de lo que hoy llamamos Europa y avanzaban hacia lugares menos cálidos que los que ellos dejaban atrás y con tierras más fértiles con las que alimentar a sus hijos y ganados. Hombres y mujeres parecidos a estos que embarcaron buscando la tierra prometida pero más desnudos, más fieros, más dispuestos a dar la batalla y a no dejarse morir tragados por las aguas o por la desidia de los gobiernos y los gobernantes que habitan esta otra orilla. Es una vergüenza lo que deberíamos sentir ante la actitud de una Europa acomodaticia y enferma que ha olvidado, para su desgracia, de dónde procedían la mayoría de sus pobladores y que se ha acostumbrado a ver a los emigrantes como si de una plaga de cucarachas hambrientas se tratara; las mismas que a la hora del naufragio corren a refugiarse en lo más hondo del barco sin darse cuenta de que esa será su tumba. La misma tumba que hemos abierto en mitad del mar para enterrar en ella a todos los que consideramos una invasión incómoda y desagradable.

* Miembro del Consejo Editorial de la opinión de Tenerife

Fuente: Publicado en el periódico La Opinión de Tenerife, 8-10-2013