Nacionalismo españolista

 

Juan Jesús Ayala

 

Es este un término que se impuso en un momento histórico, rescatándose sin ningún reparo desde la etapa de Aznar como presidente del Gobierno, y que se ha acentuado aún hoy más que antes y que ha derivado en lo que se conoce con el nombre de patriotismo constitucional. Lo cual viene a significar que se debe a la Constitución una devoción sin límites y que raya en un fundamentalismo constitucional.

La Constitución actual, que lleva ya de vida 35 años, se piensa que es inamovible, y cuando algunos de los territorio que integran el Estado pretenden impulsar algún tipo de movilidad democrática, para dar respuestas a exigencias políticas y territoriales, se comprueba que, y es una constante, sale lo de siempre: la Constitución no se debe violentar ni reformar. Es un tótem, lleno de papeles como un ente impertérrito, donde se apretujan artículos y títulos inmodificables, sin percatarse o no queriendo hacerlo, que ésta, la de 1978, ni es la primera (anteriormente se han sucedido seis, comenzando por el Estatuto de Bayona de José I, hermano de Napoleón), ni será la ultima.

El patriotismo constitucional, cuando es exacerbado y se atesora como una pieza de alto rango, donde después de ella, si no fuera así, vendría el desastre, con lo cual se estaría en el estadio en que a la Constitución se consideraría un arma arrojadiza con la que se agrede a todo aquel que se separa siquiera un ápice de la ortodoxia política.

La Constitución no es un todo inamovible, pues existen acontecimientos que corren más deprisa que los papeles quietos y estáticos; así, por ejemplo, la Constitución alemana, desde 1949 hasta el 31 de diciembre del 2000, ha operado 49 reformas o modificaciones, algunas de gran calado y relevancia.

Este nacionalismo españolista acentuado, que fue preocupación para los integrantes de la generación del 98 y reforzado por los gobiernos del PP, llega a convertir a España en una nación incuestionable, indestructible, irreformable y, aunque haya sido creada desde el artificio y la violencia, donde en su edificio conviven distintos mosaicos políticos e identidades perfectamente diferenciadas, donde no solo lo español prevalece, sino lo vasco, catalán, gallego y canario, esto no es considerado así y esas simbologías identitarias hechas cuerpo como pueblo, que son sujetos históricos, tanto como lo español se pretende por parte del nacionalismo españolista que estén bajo su protección, al socaire de sus leyes y componendas, donde las de ámbito político y económico se cruzan que hace que no las dejen desarrollarse. Y, eso si, que continúen bajo la influencia de una unicidad orgánica, hoy cuestionable, donde el nacionalismo españolista o se adapta al tiempo político actual o terminará siendo engullido por sus propios demonios internos, que los tiene.