El nacionalismo, el enemigo a batir

 

Juan Jesús Ayala *

 

Los nacionalismos existen y se prodigan a lo largo y ancho del planeta simplemente como respuesta de aquellos territorios que, por razones históricas, pretenden encontrarse a sí mismos y caminan para situarse en el concurso del resto de las naciones del mundo como una más. Los nacionalismos luchan desde su razón política por romper los linderos que siempre se han puesto en las acotaciones territoriales o bien por la vía de la violencia, del maridaje o de la sumisión. Y aunque se diga una y otra vez que los nacionalismos hoy no tienen razón de ser ante un mundo globalizado sucede, precisamente, lo contrario. Esta globalización que uniformiza, que transgrede valores, que pretende hacernos iguales rompiendo identidades hace y tiene como consecuencia que la ideología nacionalista, los nacionalismos, a pesar de los intentos que se hacen por estrangularlos, sigan vivos; si acaso, en algunos lugares, como Canarias, con menos pujanza, pero vivos al fin.

Por eso, para el centralismo, para aquellos que consideran que la tierra termina y comienza en el mismo centro, que es el suyo, al cual se le deben reverencias y favores, el nacionalismo es el enemigo a batir. Hay que demonizarlo, como causa de todos los males y encorsetarlo para que desde dentro, de su propia asfixia, auspiciada por los de fuera, quede como una entelequia o como una desmemoria para la historia. Pero la tarea que tienen por delante los depredadores del nacionalismo saben que no es nada fácil y casi, se puede decir, imposible. Ahí está el mapa de Europa, que una vez que el cemento del comunismo los unía como sujetos históricos aun diferentes y sometidos como un solo pueblo, con una misma consigna y un mismo ideario una vez que el comunismo se queda en la cuneta de la historia, han vuelto sobre sus principios, sus realidades y ahí están y siguen contra viento y marea, pero están.

Y ahora, cuando es el PP el que va a gobernar en el Estado español, los nacionalismos no lo van a tener nada fácil, porque sabemos por dónde irán sus acciones y pronunciamientos al respecto. Bastará recordar que en el XVI congreso del Partido Popular, celebrado en 2008, se aprobó una ponencia política (¿no fue Soria el ponente de la misma?) donde se remarca que "España es la única realidad histórica y política de todos los españoles, la España constitucional no es una confederación de naciones, ni un Estado federal, sino una nación cuya soberanía corresponde única y exclusivamente al pueblo español", y con más énfasis si se quiere aun dicen que "la nación española se basa ante todo en la herencia de Hispania romana y visigoda y en cualquier caso la unidad española quedó definitivamente consolidada a partir de 1516 con la llegada al trono de Carlos I". Ante lo dicho y los pronunciamientos de última hora, que siguen apuntando en la misma dirección, efectivamente el nacionalismo para el nacional-centralismo del PP es el enemigo a batir.

Cuando se habla de Hispania o de España deberíamos saber con claridad y rotundidad qué es España y cómo se ha formado. Si es o no un artificio que a lo largo de su historia ha tenido varias caras, y todas ellas diferentes, o una realidad imperecedera e incuestionable. Si nos referimos a la España de Calderón, con Segismundo encadenado en su torre, nada tiene que ver con aquella donde reinaba un rey estulto y hechizado llamado Carlos II, último de los Austrias, incapaz que fue de dejar heredero; sí recordamos la España del nieto del francés Rey Sol, Felipe V, que gobernó con mano de hierro; si no que se lo pregunten a los catalanes, y con desenfrenos sexuales y lujuriosos durante treinta años, esta España no tiene nada que ver con la de Napoleón, que puso como rey a su hermano, el borracho José I, al que llamaban Pepe Botella. O la España gobernada por un italiano, Amadeo de Saboya, con la de Isabel II, cuyos devaneos amorosos hicieron historia. La nación española fue forjada a través de los maridajes y de la violencia impresa en siete constituciones y que en unos episodios de su historia esta miraba a América y en otros su imperio colonial se rompía y no porque quisiera que fuese así, sino porque a los que sometía un día se rebelaron y fueron tras su legado histórico y la recuperación de sus identidades e independencia política.

Lo que nos espera, sobre todo al nacionalismo canario, es que la confrontación está en dos escenarios diferentes donde se ponen a trabajar la inteligencia y la sagacidad o efectivamente seremos barridos del mapa.

O sea se pueden adoptar dos caminos: o dejamos las cosas como están, con la fuerza que va a desplegar el PP con alguna que otra aquiescencia del PSOE para laminar paulatinamente a los nacionalismos que contradicen su creencia de España como nación indivisible, lo que lograrán ante la pasividad y torpeza de algunos, o nos ponemos todos en la misma tesitura y en vez de mirarnos el ombligo, de hacer nuestras capillitas, de creernos unos mejores que otros, en pensar la majadería de que hay nacionalismos progresistas y otros no, y en mirar algunos por encima del hombro a otros, mientras estemos en esa batalla inútil, estúpida y torpe, efectivamente se podrá acabar no solo con los nacionalismos en donde por la parte que toca a catalanes y vascos lo tendrían complicado, pero descabalgando su idea en la tierra canaria sí que podrán mandar al nacionalismo canario al reducto de los recuerdos, lo cual no solo sería un desastre ideológico, sino una desmotivación territorial y popular. Canarias, sin un referente nacionalista consecuente y contundente, entraría en una etapa de verdadera y peligrosa incertidumbre.

Para saber hacia dónde queremos llegar, y lo volvemos a recalcar, que es consolidar la construcción nacional hacia la institucionalidad de un Estado, tendremos que saber la fuerza que tenemos e ir hacia el objetivo fundamental e imprescindible cual es la unidad nacionalista sin dilaciones y ambages, ya que sin ella no hay nada que hacer; es pan para hoy y hambre para mañana. De momento, la fuerza está del lado contrario, del nacional-centralismo, y si continuamos inmersos en devaneos ideológicos sin enjundia nacionalista seguiremos igual, siendo testigos mudos de una historia mal contada, mientras otros serán los que dictarán y marcarán los caminos por donde habrá que transcurrir. Lo que hay que evitar con inteligencia, con tino y con el ensamblaje de argumentos históricos que nos sobran.

* Presidente insular de Tenerife y vicepresidente nacional del Partido Nacionalista Canario (PNC)