Por
la libertad de expresión y la meritocracia ¡Vivan las radios libres!
Cuando
los gobernantes y los gobiernos carecen de catadura moral y de cultura democrática,
el primer recurso es manipular la información, coartando la libertad de expresión,
que sin embargo es uno de los derechos fundamentales.
La
libertad de expresión es el derecho de todo individuo a expresar ideas
libremente, y por tanto sin censura. Es un derecho fundamental, recogido por el
artículo 19º de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y la mayoría
de los sistemas democráticos también lo señalan.
En
el artículo 20 de la constitución
española se recoge el derecho a la libertad de expresión, concretamente en los
apartados 1.a) y 1.d), desarrollados más abajo y en el artículo 1.3.
Apartado 1. Se reconocen y protegen los derechos:
a.
A expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la
palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
d.
A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de
difusión. El ejercicio de estos derechos no puede restringirse mediante ningún
tipo de censura previa.
La libertad de expresión
es consustancial con el desarrollo de la sociedad, que a su vez será más libre
cuando se informa rigurosamente. El problema surge cuando a determinados
gobiernos no les interesa que los ciudadanos sean libres. Si no somos libres
estamos domesticados. El rebaño domesticado se aborrega fácilmente.
La catadura antidemocrática
del gobierno presidido por Paulino Rivero, de Coalición Canaria, ahora en
funciones, se pone en evidencia, entre otras muchísimas ocasiones, cuando
resuelve un concurso para la adjudicación de frecuencias de radio que, vaya
casualidad, deja fuera a radios con mucho arraigo en la sociedad, fallo que,
nunca mejor dicho, reiteramos, lo comete, osadamente, un gobierno en funciones,
en un intento de clausurar todas aquellas entrañables radios que no están en
la onda gubernamental, gobierno que se justifica en el mínimo subterfugio, en
este caso que nadie recurrió las bases de
la convocatoria.
Cuando la ya ex
alcaldesa de La Laguna, la Sra. Oramas, del mismo partido de cuyo nombre no
queremos acordarnos, ordenó la tala del magnífico bosque que crecía en la
avenida de La Trinidad para fabricar, que sepamos, un aparcamiento subterráneo
y encima la infraestructura para el Tranvía, más conocido como Tranca-vías,
utilizó la excusa de que los árboles estaban enfermos y claro, a un enfermo no
se le cura, se le acaba de rematar. No es nada nuevo: un ejemplo actual lo
tenemos en la Sanidad, que de cara el verano cierra parcialmente el Hospital
Universitario de Canarias (HUC) para desviar enfermos a la sanidad privada ¿y
la excusa? Las vacaciones de los médicos, faltaría más, que aún no han
recurrido a los tribunales judiciales.
La excusa para oradar
la sagrada montaña de Ti-n-daya, la de la luz (con la misma estructra gramatial
que Ti-n-guaro o Ti-n-guatón) y apoderarse de su magnífica traquita es el
fallecido Chillida, cuyos herederos buscan desesperadamente sustento ante el
cierre, una vez fracasado, del museo del mismo nombre.
En función de esa errática
conducta también se definen los aludidos como nacionalistas, pero como decía
el compatriota Juan Valiente, nacionalista viene de nación como tabaquería
viene de tabaco, nación que los aludidos no asumen, por lo que, siguiendo el más
elemental de los silogismos griegos, no lo son, por lo menos no nacionalistas
canarios, nacionalistas españoles probablemente sí.
Canarias, 19 de Junio de 2011.