La memoria que se pierde y transforma.

Patrimonio y sociedad en Canarias

«.» Montserrat Soto *

[...El campesino concentra buena parte del imaginario insular, desde ser visto como la viva expresión del primigenio vínculo con la tierra a su consideración como depositario de las auténticas costumbres y tradiciones...]

La memoria es un vehículo de conflictividad social. En este sentido, la Ley de Memoria Histórica de 31 de octubre de 2007 –por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la Guerra Civil y la dictadura franquista–, generó, y sigue generando, polémicas y debates apasionados en los medios de comunicación y en las conversaciones cotidianas. La entrada en vigor de la referida ley fue un episodio más, sin duda, de ese “enfrentamiento político” en que se ha convertido el tema de la memoria histórica.

Pero la memoria es, sobre todo, uno de los pilares de la existencia humana, nos remite paralela o simultáneamente a la capacidad de recordar, al conjunto de los recuerdos y al lugar o los lugares donde éstos quedan asentados. Por eso la memoria y el patrimonio se relacionan y están presentes mediante el registro y la conservación, que nos permiten guardar bienes, imágenes, documentos, audios y conocimientos que forman parte de nuestra identidad cultural, de nuestro patrimonio.

Este patrimonio cultural, en sentido amplio, está integrado por todo lo que un grupo social ha creado a lo largo del tiempo y nos identifica en relación con los demás pueblos. El patrimonio, por tanto, no es algo estático, antes, al contrario, es un proceso creativo, dinámico y multidimensional, a través del cual una sociedad funde, protege, enriquece y proyecta su cultura. El patrimonio cultural incorpora la ciencia, la tecnología, el arte, las tradiciones, los monumentos, las costumbres y las prácticas sociales de diversa índole. Su conocimiento es indispensable para las relaciones sociales y con la naturaleza, y para propiciar que continúe existiendo la sociedad caracterizada por su cultura.

La crisis de las memorias “locales”
Desde la década de 1960 se viene asistiendo a la progresiva pérdida de las memorias locales, regionales. La paralela globalización ha fomentado la idea de las sociedades multiculturales y el concepto de la cultura universal. En el mundo globalizado de hoy, la diversidad cultural, la protección del patrimonio y la memoria colectiva son temas recurrentes. Pero existe una necesidad evidente de actualizar y comprender el alcance y los usos del patrimonio y de las memorias locales y, sobre todo, las razones de su crisis.

En el ámbito canario, un ejemplo de esta crisis lo encontramos, por ejemplo, en el patrimonio indígena y en las tradiciones etnográficas del campesinado. Por lo que respecta al primero de ellos, el patrimonio arqueológico, debemos partir de una premisa: la esencia cultural y biológica del mundo indígena canario se vio drásticamente afectada a raíz de la expansión europea por el Atlántico, un proceso iniciado por Portugal, Aragón e Italia en el siglo XIV, al que se unió Castilla en el siglo XV y que dio paso a la conquista y colonización del archipiélago canario, que se desarrolló en dos fases: la de señorío (1402-1477), protagonizada por los normandos, y la de realengo (1478-1496), encabezada por los Reyes Católicos. El redescubrimiento y posterior conquista de Canarias por los europeos propició la imposición de unas formas de vida y sistemas de organización social y producción regidos por una cosmovisión, valores y mecanismos de regulación definidos, de corte occidental, y ajenos al mundo indígena canario. La identidad del ser isleño se fue difuminando y matizando por la impronta de un modelo económico y social que se formó en el siglo XVI y cuyo marco institucional, de carácter librecambista y colonial, se vistió con ropas nuevas en el siglo XIX para preservar el anclaje de las Islas en el nuevo estado, en beneficio de la oligarquía agraria y de la burguesía de las Islas.

En este paisaje identitario el campesino se ha convertido, secularmente, en la encarnación de lo canario. El campesino concentra buena parte del imaginario insular, desde ser visto como la viva expresión del primigenio vínculo con la tierra a su consideración como depositario de las auténticas costumbres y tradiciones. De hecho, desde el siglo XIX, los campesinos fueron considerados, por la intelectualidad burguesa canaria y foránea, como los descendientes directos de los antiguos pobladores indígenas. Pero la elevación del campesino como diacrítico étnico, como rasgo identitario, no es en absoluto una característica peculiar de la etnicidad canaria, “local”. De hecho, históricamente no ha sido otra cosa que la mímesis de los procesos y mecanismos que dieron lugar y consolidaron al nacionalismo en la Modernidad.

La elaboración histórica de esta imagen idealizada de las gentes, de la vida rural y precolonial es de una clara naturaleza política y no el resultado de una decantación secular de una supuesta esencia de lo canario. A esta construcción ha contribuido de manera excepcional la intelectualidad canaria, desde los artistas a los científicos sociales y la propia clase política. Y es en este punto donde, de cara a una interpretación más reflexiva de los procesos identitarios en Canarias, no deberíamos perder de vista el alcance ideológico-político y cultural de haber convertido a los indígenas y campesinos en un privilegiado objeto de estudio para las ciencias sociales. Campesinos e indígenas han legitimado identidades políticas y la inherente soberanía territorial.

Algunas razones para la “desmemoria”
Los grupos hegemónicos modernos, el pensamiento único, ha mostrado su capacidad para provocar, sin violencia aparente, fenómenos de olvido colectivo. La cultura indígena canaria pasó a ser objeto de estudio por parte de arqueólogos e investigadores, debido a su progresiva desaparición desde el siglo XV. Y hoy en día, las formas artísticas auxiliares en la vida rural de las islas, las tradiciones del campo, de nuestros mayores, están también abocadas a convertirse en material de antropólogos y buscadores de vestigios, especialmente desde la década de 1960. Los motivos son variados y complejos: el retroceso creciente del sistema campesino de producción y trabajo en el archipiélago canario, el proceso de rápida desruralización y de polarización masiva en áreas urbanas, el desarrollismo consumista y la adaptación de esa herencia rural a las necesidades y expectativas del turismo, en el marco de la globalización. Este legado vinculado al mundo rural ya atraviesa, de hecho, por un profundo proceso de desnaturalización, pues asistimos, en pleno siglo XXI, a la búsqueda de elementos antiguos de decoración y “ambiente canario” para tascas, apartamentos y “rincones típicos”.

Los conflictos y las luchas por apoderarse de la memoria social de un grupo determinado afectan a lo que en cada momento se considera “patrimoniable”, es decir, digno de ser conservado y convertido en lugar de la memoria. Por eso la noción de patrimonio se ha ampliado desde el campo histórico-cultural a otros ámbitos como el paisajístico o el medioambiental. Incluso la UNESCO acuñó, en el año 2003, la noción de patrimonio cultural inmaterial para referirse a “los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas (junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes) que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos, reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural” (Convención para la Salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial).

En el caso concreto de las Islas Canarias, la gestión del patrimonio arqueológico ha perpetuado algunos aspectos de las grandes narrativas históricas de Europa, de los discursos hegemónicos. El caso canario permite revelar, por ejemplo, el peso que la tradición tiene en la actual gestión del patrimonio arqueológico, con interesantes contradicciones: el patrimonio monumental, histórico, frente al patrimonio no monumental, el indígena, previo a la conquista y colonización europea, y que está infra representado en comparación con el histórico.

Un ejemplo evidente de esta tendencia lo encontramos, por ejemplo, en el registro de Bienes de Interés Cultural (BIC) con que cuenta la Comunidad Autónoma de Canarias, es decir, a partir de la máxima figura de protección y de reconocimiento que concede la Ley 16/85 de 25 de junio del Patrimonio Histórico Español (LPHE), así como el artículo 62.2.a) de la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio Histórico de Canarias (LPHC). En el caso de Tenerife existen 26 BIC declarados con la categoría de Zona Arqueológica (pertenecientes a la etapa indígena), frente a los 105 BIC declarados con la categoría de Monumento (pertenecientes a la etapa histórica o colonial, y representados por capillas, conventos, castillos, casas altas, etc.).

En el caso de Gran Canaria, una isla en donde la gestión del patrimonio indígena ha dado importantes frutos en los últimos dos decenios, la proporción es más equitativa, pues frente a los 30 BIC declarados con la categoría de Zona Arqueológica, la isla cuenta con 42 BIC con la categoría de Monumento. Pero aún así, la balanza se decanta a favor del patrimonio histórico.

En el resto del archipiélago canario, en las islas no capitalinas, la proporción presenta un reparto desigual, si bien la tendencia general también refleja el predominio del patrimonio histórico. En La Palma existen 6 BIC con categoría de Zona Arqueológica, frente a 18 con la categoría de Monumento. En El Hierro hay 4 BIC con categoría de Zona Arqueológica y 2 BIC con la categoría de Monumento. En La Gomera se registran 2 BIC con la categoría de Zona Arqueológica y 2 con la categoría de Monumento. Lanzarote cuenta con 1 BIC con categoría de Zona Arqueológica y 16 BIC con categoría de Monumento; mientras que Fuerteventura cuenta con 5 BIC declarados con la categoría de Zona Arqueológica, frente a 36 BIC con la categoría de Monumento.

Esta diferencia constatada entre el tratamiento dado al patrimonio histórico frente al arqueológico indígena queda evidenciada con mayor claridad, si cabe, si añadiésemos en el recuento, además de los monumentos, los BIC históricos declarados con las categorías de Conjunto Histórico, Sitio Histórico o Jardín Histórico, por citar algunas de las tipificaciones de bienes inmuebles que contempla la LPHC. Al barajar estas otras figuras de protección la balanza se inclina rotundamente a favor del patrimonio histórico, con especial protagonismo de la arquitectura religiosa, civil y militar. Sin embargo, dentro de este patrimonio histórico, la vivienda tradicional campesina desaparece irremisiblemente, también desde la década de 1960, debido al cambio de modelo económico, al desarrollo de las infraestructuras y de los nuevos modos sociales y al desarrollo de los estilos arquitectónicos, asistiéndose en toda Canarias a un progresivo deterioro de su patrimonio construido.

De forma paralela, las ceremonias conmemorativas –y los olvidos– que se desarrollan en Canarias, en torno a determinados hitos de la historia del Archipiélago, son acontecimientos sociales normalmente promovidos por el poder político, económico o religioso, con el soporte de un cierto discurso histórico (fiesta fundacional de San Cristóbal de La Laguna y su ceremonia del Pendón; conmemoración de la gesta del 25 de julio y de la victoria sobre Nelson, en Santa Cruz de Tenerife; conmemoración de la Gesta del Batán y de la victoria sobre Pieter van der Does, en Las Palmas de Gran Canaria; celebración del Día de la Hispanidad el 12 de octubre, etc.). No se conmemora porque sí ni en abstracto, sino desde un espacio y un tiempo concretos y con unas miras y unos propósitos identificables. Ello implica una determinada visión de los procesos y acontecimientos históricos y no otra. Por eso, bajo los gobiernos del Partido Popular, el énfasis conmemorativo se ha puesto en las figuras de los Reyes Católicos, Carlos I, y Felipe II –la España Imperial, con mayúscula–, en la monarquía isabelina y los gobiernos del liberalismo moderado del siglo XIX y en figuras políticas del moderantismo como Cánovas del Castillo. Y por eso, las celebraciones en este contexto de determinados acontecimientos relacionados con el pasado indígena de Canarias, promovidas desde colectivos culturales, constituyen un ejercicio de lucha contra el poder establecido y su visión no integradora de la historia.

Este panorama, no obstante, no es único en Canarias, pues forma parte de una tendencia internacional. Un estudio mundial llevado a cabo por ICOMOS desde el año 1987, reveló que Europa, las ciudades históricas y los monumentos religiosos, el cristianismo, los periodos históricos y la arquitectura “elitista” (en relación con la autóctona) estaban todos sobre representados en la Lista del Patrimonio Mundial y que, muchas culturas arqueológicas y culturas vivas, en particular las llamadas “culturas tradicionales”, estaban insuficientemente representadas.

Canarias, por tanto, es parte de esta dominación sobre las nociones y prácticas patrimoniales. El lenguaje dominante de la reflexión internacional se ha impuesto sobre los valores locales. En cierto sentido, podemos hablar del desarrollo de un pensamiento único en el marco de la gestión del patrimonio arqueológico y del no monumental. Los efectos de esta orientación crean un escenario cultural cerrado, unidimensional, en el que se propicia este pensamiento único y la imposición de un modelo.

La memoria del futuro
La memoria y la importancia de la conservación son temas que deben centrar nuestras investigaciones y proyectos, pues una sociedad sin memoria está condenada al “olvido”, a la imposibilidad de transmitir formas de cultura. Es primordial, por tanto, trabajar para revalorizar la memoria, vista como una herramienta inherente al ser humano que le permite conservar en el tiempo y para el futuro expresiones de la identidad colectiva. Por eso es tan importante un trabajo de identificación y concienciación desarrollado por la sociedad, las comunidades culturales y las redes profesionales del patrimonio y del mundo académico, incluyendo a los estudiantes.

La puesta en práctica de esta labor debe partir, necesariamente, del reconocimiento de dos realidades preexistentes. Por un lado, y debido al desarrollo de internet, las redes y los archivos digitales, estamos asistiendo a un cambio en la manera en que interactúan la memoria, la historia y el patrimonio. Vamos hacia un estado diferente de la memoria. Los cambios acaecidos en los soportes de la memoria implican nuevos tipos de relaciones e interacciones tanto con la historia como con el patrimonio en general. Es importante la cuestión de quién o quiénes van a ser los que tomen las decisiones acerca de lo que debe, o no debe, ser preservado y transmitido, y de cómo y con qué soportes debe ser preservado, estudiado y divulgado.

Asimismo, igualmente importante resulta este otro hecho: el sistema escolar se encuentra inmerso en una complicada situación por el simple hecho de que la mayor parte de la información se produce fuera de la misma y de forma más atractiva e influyente, mediante la cultura electrónica.

Por otro lado, en el caso particular de las Islas Canarias, a estas reflexiones debe sumarse también este punto de partida: la recuperación del patrimonio en nuestro Archipiélago está revelando las mismas insuficiencias observadas a nivel internacional, realidad que se explica por la herencia colonial y por la incidencia del pensamiento occidental en los discursos históricos y arqueológicos. En este sentido, la historia que se ha conservado en el archipiélago canario tiende a ser la historia de las clases dominantes, a partir de la conquista de las islas en adelante. Los monumentos que se han conservado son los asociados a los eventos culturales y de producción de las clases dominantes (palacios, iglesias, casas y mansiones señoriales, castillos, etc.). El lenguaje del poder se ha “urbanizado” y se ha convertido en patrimonio. La historia de las clases dominadas, en este caso los indígenas canarios, está infra representada, la vivienda tradicional canaria está en vías de extinción, y el uso banal y mercantil de las tradiciones del campesinado ha propiciado su desnaturalización.

La recuperación y puesta en valor del legado y de la historia indígena, de las tradiciones del campesinado canario, nunca será efectiva si ese patrimonio no se convierte en lugar de memoria y en el que depositar la memoria, en algo a recordar y que nos haga recordar. Lo que entendemos por patrimonio, pues, no viene dado. Se halla en un proceso inacabable de construcción y reconstrucción.

Pero paradójicamente, el interés que existe en el siglo XXI por la memoria, la historia y el patrimonio, se produce en un momento caracterizado por la desmemoria, la destrucción de lo común o comunitario, y los profundos cambios en los medios y soportes de transmisión intergeneracional del saber y del conocimiento. Buena parte de estos medios, además, forman parte del contexto de la era digital, es decir, de la rápida obsolescencia tanto de los soportes como de su contenido. En palabras de Jean-Claude Carrière, “no hay nada más efímero que los soportes electrónicos considerados duraderos, ya se trate de disquetes, cintas, CD-ROM, DVD u otros artilugios cuya lectura requiere haber conservado los ordenadores que la hacían posible. Su acelerada obsolescencia contribuye a borrar la memoria en un momento histórico caracterizado por la invención de muchos instrumentos para conservar la memoria”.

En pleno siglo XXI, “actualizar” es la acción más común en el mundo electrónico. Esta acción, precisamente, implica que lo preexistente se borra en beneficio de lo vigente y sólo lo actualizado queda como absoluto. Esta actitud, ¿generará comportamientos anti-memoria, formas de pensar y hacer, mentalidades y prácticas para las que el pasado es algo a borrar, eliminar y olvidar?

La apuesta de futuro, creemos, reside en saber cuál será el lugar de la memoria en ese universo inconexo de piezas conectadas, en atisbar cuáles y cómo van a ser los nuevos modos de leer la realidad y las nuevas narrativas que le den sentido, en qué condiciones y espacios van a subsistir aquellos modos de dar significado a lo real, propios del mundo oral, del quirográfico y del tipográfico y, en definitiva, en definir cuál va a ser el papel y el lugar del patrimonio histórico y de la educación en ese nuevo universo.

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Este texto recoge el contenido del “Alegatox” presentado en el marco del Bucio 2017 – II Foro Tamaimos (Agüimes, Gran Canaria. 25 de noviembre de 2017). Por limitaciones de tiempo en el referido “Alegatox”, aquí se desarrollan diversos aspectos que no pudieron incluirse en la presentación original.

Fuente: http://www.tamaimos.com/2017/11/27/la-memoria-que-se-pierde-y-transforma-patrimonio-y-sociedad-en-canarias/