Algo no solo va mal, sino peor

 

 

Juan Jesús Ayala

Tony Judt es uno de los intelectuales preclaros de la modernidad, recientemente fallecido, y del que apenas se tenía conocimiento de algún que otro retazo de su pensamiento y de sus reflexiones acerca de cómo está la situación mundial. El último de sus libros escrito y publicado, "Algo va mal", hace un repaso de las causas que han desencadenado el cataclismo del mundo occidental, y destaca unas líneas que me parecen fundamentales para invitar a deambular por los recovecos de todo aquello que se ha hecho mal y que, paradójicamente, los causantes del desaguisado o nos los presentan como los supermán inestimables de su gestión o, simplemente, los silencian escondiendo sus vergüenzas con los ropajes de sus incapacidades, a las que no se atienen ni siquiera cuando mantienen ese soliloquio, si es que lo hacen, consigo mismos en la oscuridad de algún que otro recinto que invite a ello.

Pregunta Tony Judt: ¿por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones? Hace hincapié en que la esperanza no está depositada en el individualismo extremo que pregona la derecha, como en la desacreditada pose retórica de la izquierda. Judt nos desafía a oponernos a los males de nuestra sociedad y a afrontar nuestra responsabilidad sobre el mundo en que vivimos. O sea, que cada cual aprenda a construir su propia historia como protagonista de la misma.

Basta la muestra en estas preguntas para que desde territorios que han sido machacados por la inoperancia de los que desde fuera se han erigido en conductores de los mismos, de aquellos que dictan leyes y reformas desde el tiralíneas de un despacho avital, sórdido y enmoquetado, se inquieran y busquen la esencia de los problemas sin querer encontrarla, echando balones fuera.

Se escandalizan los que desde allá emiten consignas y lemas de que haya habido una rebelión financiera en esos territorios y que llaman excesivo gasto y descontrol del mismo cuando de lo que se trata es de dar al ciudadano de esos territorios los recursos que el Estado central se ha quitado de encima y que han dejado al borde de la cuneta al ser el "chupóptero" por excelencia.

El Estado, si engorda, no lo hace por sí mismo; si el Estado se enriquece, no lo hace porque tiene en sí mismo esa riqueza, puesto que el Estado está formado por esas partes que lo conforman, unas que tienen una forma y estilo de vida diferentes a otras, y desde ahí, en esos servicios que prestan, fortalecen al Estado, que dirige buena parte de sus recursos fuera de sus linderos y fortalecidos ministerios y delegaciones y subdelegaciones periféricas innecesarias, sobre todo ahora, cuando se pregona recortar y liquidar parte de la administración.

El Estado, desde sus orígenes, se forma con el plus producto, con los excedentes, que hay que regular, equilibrar, para luego redistribuir. Eso fue así en sus inicios dentro de la teoría más elemental de la ontología de los Estados, y sigue vigente aún. Las avenidas que conducen al engorde del Estado son las que arrancan desde los distintos territorios que actualmente lo conforman. Si estos territorios algún día se fueran por libres, la pregunta sería: ¿qué le quedaría al Estado? ¿Qué es lo que sería el Estado? ¿Tal vez se reduciría a Castilla y Asturias? ¿Con qué fuerza y presupuesto se sostendría?

Los Estados engordan y se consolidan porque hay otros a los que llaman miniestados, que precisamente no son la causa del disparate, sino el origen de su disparate. Lo cual, ante la situación en la que no solo todo va mal, sino que podría seguramente ir mejor, siempre y cuando, desde una política más coherente, más moderna y acorde a los tiempos, sean precisamente esos miniestados los que inicien el camino de una confederación antesala de mejores proyectos políticos; y si fuera así, la cuestión tal vez se pondría en su sitio sin tanta majadería ni tanto lío, que ni nos viene ni nos va, ni tanta Bankia ni las grandes mentiras que hay que soportar y que nos meten entre ceja y ceja un día sí y otro también.

Lo que sí es cierto es que los que se arrogan la propiedad del Estado, cuando oyen hablar de cosas como Estado federal, de confederación, de independentismo, se les ponen los pelos de punta, porque saben que si esas cuestiones se produjeran se quedarían sin clientela.