Curiosa y sorprendentemente, mi admirado Iñaki Gabilondo nos trae
un argumento que recuerda a lo más rancio del puretaje
de otras décadas al señalar que uno de los problemas principales que tiene la
Monarquía española son las malas compañías.
Nos trae a colación el viejo truco de
quien, erigiéndose en protector a toda costa de los suyos, siempre pensaba que
su hijo andaba torcido por las malas compañías con las que se rodeaba. Por lo
visto, los monarcas son unos angelitos del Señor engañados por falsos amigos.
No es que la posición estructural de los monarcas abra la posibilidad de
corruptelas de todo tipo, de lujos desmesurados, no es que su posición de poder
casi absoluto en este estado de esclavos se desarrolle en otras esferas de
poder político y económico donde campea la explotación, el lucro desmedido, el
saqueo de las arcas públicas y otras actividades ilícitas que no han podido
demostrarse. No es que amparados en la impunidad total, los monarcas y sus
descendientes procuren ampliar su margen de beneficios, y que para ello echen
mano de algún pobre infeliz que tengan alrededor, un chivo expiatorio, no, eso
no entra en el esquema de Gabilondo.
Según su elitista y rancio suponer, una
persona decente de buena familia que va misa todos los domingos no puede ser
una mala compañía, las malas compañías son los otros, los subalternos, la gente
sin postín, tirando a pobre.
Yo también anduve en malas compañías, tuve un amigo burgués de
apellidos ilustres y venidos a más que le importaba todo un carajo, era el
típico renegado de su clase social. Se acercó a nosotros para vivir como vivían
los hijos de la clase obrera de los barrios. Lo primero que nos pidió era que
le enseñáramos a escupir, a hablar, luego, que le acompañáramos a robar el
coche de sus padres, y luego a robar gasolina para divertirnos de madrugada.
Menos mal que nos disolvieron pronto, porque él tenía las espaldas cubiertas
por sus dos carreras, por sus apellidos con familiares en las altas instancias
de la justicia, la política y la economía de las islas. No cabe duda, era una
mala compañía que pudo arrastrarnos a alguna desgracia o imputación, pero nos
dimos cuenta a tiempo y se lo dijimos: eres y actúas como un burguesito. Peligro.
Artículos de Francisco A. Déniz Ramírez