Un maestro de Jesucristo (I)
Domingo Lima Domínguez *
Toda doctrina humana, incluyendo
las de carácter religioso, tiene antecedentes y precursores que preparan su
eclosión (valga el galicismo) más o menos repentina. El cristianismo no es
excepción.
La aparición del cristianismo no está representada, como muchos
piensan, por la figura de Jesús; Jesús jamás se presentó como fundador de
ninguna religión ni secta,
ni
quiso serlo. Según parece (muchos discuten este
punto), se presentó como el Mesías tan anunciado por los profetas hebreos, es
decir, no pretendió jamás salirse de la ortodoxia mosaica, cuyas
prescripciones cumplió fielmente. Lo que pretendió es que sus correligionarios
lo aceptaran como el hombre objeto de las profecías; nunca como el iniciador de
una nueva fe. ¿Que su judaísmo tenía matices particulares? No cabe duda, pero
dentro de la ortodoxia hebrea esto no era nada extraño. Sin traicionar lo
esencial de la ley de Moisés había, incluso en Jerusalén, diversas formas de
entenderla.
Se me recordará que, según San Mateo (XVI, 13-20), Jesús afirmó,
refiriéndose a Pedro: "Tú eres Pedro (que quiere decir
"piedra"), y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia". -1)
Esta "Iglesia" de Jesús solo aparece aquí, en ningún otro
Evangelio, lo' cual es sumamente sospechoso: de haber tenido el
proyecto de fundar una "Iglesia" propia, hubiese hablado mucho más de
ella. 2) En ningún Evangelio aparece Pedro como jefe de los apóstoles en vida
de Jesús, 3) El pasaje termina de esta sorprendente manera: "Entonces
ordenó a los discípulos que a nadie dijeran que él era el Mesías",
cuando el mismo Evangelio de San Mateo y los otros tres sinópticos lo afirman.
En resumen: todo indica que se trata de un pasaje tendencioso, en que se
atribuye a Jesús una frase que jamás profirió, pero que convenía a la
situación en que se hallaban sus seguidores tras su muerte (fue entonces cuando
se escribieron los Evangelios). Cuando entre los cristianos empiezan a surgir
aspirantes a liderazgo, muchos siguen a Pedro (como el pretendido san Mateo) y
otros a Pablo. En la llamada "reunión de Jerusalén" (hacia el 50
d.C.) ambos discuten y se ponen de acuerdo.
"No deben los Evangelios tomarse como punto de partida, .sirio más bien de llegada, en cuanto
en ellos convergen (fueron escritos unos cincuenta años después de la muerte
de Jesús) los vagos recuerdos personales de los discípulos, la inicial
especulación cristológica de la primitiva comunidad judeo-cristiana, la de
Pablo de Tarso, muchas veces contrastante, y, en algunos casos, los añadidos
posteriores” (Marcello Craveri, “Vida de Jesús”).
Jesús anunciaba, eso sí, como tantos otros profetas, la cercanía del fin de los
tiempos y del juicio universal, lo que -para decepción de sus seguidores no se
produjo. Su condena y crucifixión fue un rudo golpe para los apóstoles, pero ellos no olvidaron
su doctrina. "El escándalo de la cruz, como diría san Pablo, debía, al parecer,
poner término a la tentativa de Jesús. Él había aparecido para anunciar un acontecimiento
que no se produjo; había perecido; sus discípulos se habían dispersado presas
de pánico; ¿no debían abandonar hasta la esperanza que había puesto en su
corazón y lamentar o maldecir su error y el de ellos mismos? No lo olvidemos:
Jesús no había fundado nada. No había traído una religión nueva, ni
siquiera un rito nuevo, sino una concepción personal -más que original- de la piedad en la
religión judía, de la que no pretendía cambiar ni la fe ni
la Ley ni el culto. En el centro de su enseñanza se
situaba la idea mesiánica,
que compartía
con casi todos sus compatriotas;
idea que
solamente él concebía de o una manera distinta. Nos es imposible
afirmar que esta manera fuera realmente particular de él.
Atribuirle la voluntad de establecer una Iglesia, su Iglesia, de
proveerla de ritos, de sacramentos, signos sensibles de su gracia y de prepararle la
conquista del planeta son otros tantos anacronismos. Diré más: otras tantas
deformaciones de su pensamiento que, de conocerlas, lo hubieran escandalizado.
Pero entonces ¿qué podía quedar de él, aparte de algunas máximas
morales, seguramente provechosas,
pero menos originales de lo
que ordinariamente se afirma, aparte del recuerdo conmovedor de sus virtudes, de
su encanto personal. La lógica responde: nada.
Y, sin embargo, la serie de los acontecimientos pareció desmentir a la lógica"
(Ch. Guignebert, "El cristianismo antiguo").
El cristianismo, como religión divergente del judaísmo, no arranca de
Jesucristo (que, repito,
jamás
lo pretendió); es, sobre todo, obra
de un genial seguidor que, por cierto, y esto es sumamente importante, nunca lo
conoció personalmente: san Pablo. En su plan de ser aceptado como el Mesías
por los judíos, Jesús fracasó por completo. Pura leyenda es su pretendida
entrada triunfal a Jerusalén aclamado por las
gentes con palmas y vítores. Y es que el Mesías que esperaban los judíos era
un-
adalid que,
con
espada y ejército, los liberara del
yugo romano y de Herodes 1 y los condujera a la restauración del reino de David y
Salomón -de quienes, por cierto, en materia criminal y aberraciones, resultó aquel un digno, y "aventajado discípulo-, pero no uno que les pedía ofrecer una mejilla cuando' le abofetearan la
otra.
San Pablo se dio perfecta cuenta de
que el cristianismo no tenía futuro entre los judíos -como
tercamente querían aquellos que sí conocieron bien a Jesús, y, por lo tanto,
no querían romper con el judaísmo- y lo proyectó con fuerza hacia los
gentiles; en tal sentido, es cierto que en un principio fracasó en Grecia.(fue
el hazmerreír en Atenas: Hechos, XVII, 16- 34), pero no en Asia, si bien en
Roma le costó la vida.
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Publicado
en el periódico El Día, La Prensa,
sábado, 23-04-2011
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