Maduro,
Bélmez y Chaves
José Manuel Ponte
La prensa española es
terreno abonado para destacar cualquier noticia que ponga en entredicho la
cordura de los dirigentes de la República Bolivariana de Venezuela. Sucedió
con el fallecido presidente Hugo Chaves al que en algunos medios se le llamaba
el "gorila rojo", y se repite con su heredero Nicolás Maduro del que
se comentan en tono jocoso sus visiones cuasi-místicas sobre la presencia
espiritual de su antecesor que, según él nos cuenta, se le aparece bajo
diversas formas para marcar el camino que debe seguir el movimiento
revolucionario. En una ocasión, durante la última campaña electoral, creyó
haberlo visto encarnado en un pájaro que cantaba dulcemente mientras volaba en
torno suyo durante un mitin.
Bastantes periodistas católicos (de esos que no permiten
hacer bromas con el Espíritu Santo cuando convertido en paloma le anunció a la
Virgen María su embarazo) hicieron burla cruel con Maduro y su pajarito. Y lo
tomaron como prueba inequívoca de un presunto desarreglo mental. Deberían de
ser más caritativos, ya que no son más consecuentes. Maduro, igual que antes
Chaves, se manifestó siempre como católico practicante, y entre los fieles de
esa religión los milagros y otros sucesos extraordinarios son aceptados como un
signo evidente de la intervención divina en los asuntos de los humanos. Y nadie
se atreve a burlarse de nadie por creer en esas cosas. Yo mismo, para quitarle
hierro la polémica, recordé en un artículo publicado en este periódico el
asombroso suceso de San Ero, el monje que fundó el monasterio pontevedrés de
Armenteira[1].
Dice la leyenda, y se da por absolutamente cierto, que San
Ero, allá por el año 1.150, salió a pasear fuera del recinto monacal y habiéndose
sentado a descansar debajo de un árbol quedó profundamente dormido tras
escuchar el canto de un pajarillo. Cuando despertó, al volver al monasterio no
lo conocía nadie puesto que había trascurrido nada menos que 226 años. Y una
historia muy parecida a esta le sucedió en el monasterio navarro de Leyre a
otro monje que pasó a la historia de la Iglesia Católica como San Virila. Digo
lo que antecede porque supongo que se iniciará muy pronto otra avalancha de
bromas mordaces en torno a la última revelación del presidente venezolano
sobre la presencia de Chaves.
Leo en una agencia de prensa que, con ocasión de una
visita a las obras del metro de Caracas, los obreros le enseñaron a Maduro unas
fotos en las que podían apreciarse sobre la roca unas manchas que parecían
conformar la imagen de un rostro muy parecido al de Chaves. Según testimonio de
los obreros, las caras de Chaves aparecían y desaparecían a medida que
avanzaban las excavaciones. Maduro emocionado por el hallazgo, reflexionó con
los mismos reflejos de un obispo cuando los feligreses vienen a contarle un
supuesto hecho milagroso "La mirada de ese rostro –dijo– es la mirada
de la patria que está en todos lados, incluso en fenómenos que no tienen
explicación". Las imaginadas caras de Chaves en las obras del metro de
Caracas me traen a la memoria las caras aparecidas hace años en una casa del
pueblo jiennense de Bélmez, que fueron un acontecimiento turístico
extraordinario. Rocas y cuevas son escenarios propicios a las apariciones
milagrosas.
[1]/almejas-el-cielo-jose-manuel-ponte
Fuente:
laopinion.es/2013/11/10