EN EL CAMINO DE LA HISTORIA

 

La libertad en venta

 

Juan Jesús Ayala

El mercado, que todo lo controla, dirige y exige qué hacer, no podía olvidarse de la libertad. Como es así también le ha puesto precio.

Si se quiere ser libre habrá que pagar un canon. De lo contrario, el que no vaya por ese camino continuará sometido al infinito control del mercado, que lo confundirá diciéndole, aunque no lo entienda, que ha habido un trueque en el que se ha cedido esa libertad por seguridad. O sea, se ha sometido al ser humano a un perfecto desequilibrio en el cual, de momento, parece encontrarse bien, porque es lo que se demanda en las sociedades occidentales. Se deja de ser libre, pero se está más seguro. Esto, en realidad, no es así, es la gran mentira, la falacia más descarada que se ha puesto en rodaje. Y es que de seguridad, nada de nada. Control y más control para quienes lo ejercen y se preocupan de ello. Sin embargo, el predicamento es que se exige seguridad a toda costa haciendo vigente la proclama leninista: "Libertad, ¿para qué?". Nos meten en la cabeza que lo importante es vivir y seguir así el mayor tiempo posible, y si se tiene que renegar de los valores que dan cimentación a la personalidad, y uno de ellos, por los que se ha luchado desde siempre, es la libertad, pues nada, no importa, se pone en venta y asunto resuelto.

Repensar la historia, repasarla y traer a la memoria a los que perdieron la vida en el escenario del sacrificio no solo no serviría de acicate. Así piensan muchos, porque las batallas que en su día pudieron haberse ganado hoy se han convertido en derrota tras derrota. Y el enemigo, el monstruo de mil cabezas que acabó con ella, fue el mercado, que terminó engullendo esperanzas, mejorando sobremanera lo que estaba perfectamente controlado para que los tiranos tuviesen menos poder, aunque esos tiranos favorecidos por las ganancias se auparon machacando a sus países y prometiendo que, aunque allí no existiera la libertad, sí estarían seguros, porque desde esa situación el mercado continuaría boyante, sin límites ni fronteras.

Los utilitaristas Stuard Mill y Bentham justificaron cualquier acción humana con tal de seguir viviendo, lo que le vino muy bien como argumento a los dictadores de turno -creo que aún existen cuarenta-, haciendo grandioso este esperpento cuya culminación y siempre en pro de la salvación de la humanidad (así se dijo) fue cuando se dejaron caer en Nagasaki e Hirosima dos bombas atómicas que asolaron miles y miles de vidas, acabando así la guerra para que el mundo, a partir del exterminio, se sintiera más seguro, sin la amenaza de los dictadores, porque las democracias occidentales habían logrado un nuevo y adecuado orden internacional.

Y ahora, cuando se pretende levantar de la ciénaga la libertad en el norte de África y en Asia, se nos dice que más vale la seguridad que la libertad, y que Occidente hará todo lo posible para acabar con esa masacre que están infligiendo a sus pueblos y que esa libertad será corregida, mediatizada, pero no por los impulsos populares sino por el mercado, el que en el tiempo ha propiciado ese canto hipócrita a esa libertad que hoy camufladamente quiere canjear por seguridad para que el negocio no se detenga.

La libertad está tomando impulso en aquellos pueblos que se sienten maniatados, con las bocas amordazadas, y que tienen conciencia de que están en el mundo rodeado no de fantasmas y de enemigos desconocidos, ya que son los de siempre los que con su mano negra pretenden subvertir valores, obtener cada día que pasa más ganancias y no se cansarán hasta lograr que a la libertad como una pieza más del negocio la pongan en venta.

De momento, las espadas están en alto y pudiera ser que la historia comenzara a virarse hacia el lado de los que, siendo pequeños, se suben a lomos de los gigantes, desde donde verán mejor y más próximo el horizonte de la libertad.