Agricultura,
cultura y leyes ambientales
Wladimiro
Rodríguez Brito *
[…Las acciones de
incorporar nuestra población al medio rural y de crear puestos de trabajo en la
tierra tropiezan con unas barreras que impiden los usos tradicionales. Las
tierras antaño de cultivo hoy no solo tienen las dificultades que nos impone
nuestro duro medio insular (aridez, topografía escarpada, fuertes vientos, etcétera),
sino que hemos añadido artificialmente unas fuertes limitaciones sobre las
actividades agrícolas y ganaderas…]
En
Canarias, desde la noche de los tiempos, se ha logrado sobrevivir gracias a una
cultura perfectamente adaptada que ha gestionado óptimamente los limitados
recursos de las Islas. La relación entre el hombre y la naturaleza, la manera
de domesticar plantas y animales, así como el resto de los aspectos culturales,
han sido muy flexibles, adaptándose continuamente al medio y a las cambiantes y
duras condiciones.
Muchos
canarios demandan en estos momentos cambios ante una cultura que ha
burocratizado las relaciones entre el hombre y la naturaleza, poniendo unos límites
que tienen mucha teoría y lamentablemente poca adaptación a la realidad.
Nuestro Parlamento ha sido en los últimos años una fábrica legislativa que
apenas ha dedicado tiempo a la realidad social que debe gestionar. La sociedad
rural, agrícola y ganadera, tal vez por falta de representatividad, ha sido
aplastada por un marco legal aprobado desde la distancia por nuestras
instituciones.
Ahora,
con la crisis, surgen graves problemas al buscar alternativas económicas más
allá de la sociedad de servicios establecida como modelo oficial para las
Islas. Las distintas categorías en las que se ha cuadriculado el espacio rural
nos están dejando caminos sin salida para dar utilidad a gran parte de nuestro
campo. Las acciones de incorporar nuestra población al medio rural y de crear
puestos de trabajo en la tierra tropiezan con unas barreras que impiden los usos
tradicionales. Las tierras antaño de cultivo hoy no solo tienen las
dificultades que nos impone nuestro duro medio insular (aridez, topografía
escarpada, fuertes vientos, etcétera), sino que hemos añadido artificialmente
unas fuertes limitaciones sobre las actividades agrícolas y ganaderas.
En
los últimos años, la gestión del territorio no ha tenido en cuenta a los
moradores de éste. Se llega al extremo de utilizar denominaciones tan
artificiales como polígono ganadero, paisaje protegido integral y toda una
serie de adjetivos que nada tienen que ver con una gestión del territorio en la
que el hombre y la naturaleza estén integrados, en el plano ambiental y social.
Son
numerosos los agricultores y ganaderos que se encuentran con que no solo tienen
que luchar con lobbies importadores de alimentos o con la incomprensión de
Madrid, como ocurre con los tomates y los compromisos incumplidos con el coste
de los fletes Canarias-Cádiz. Son muchas las promesas hechas al mundo rural que
hoy no son más que papel mojado. Los que todavía quieren seguir sembrando y
plantando nuestros campos valutos piden que nuestra Administración permita los
usos tradicionales con los que ha convivido nuestro pueblo a lo largo de la
historia.
En
Canarias vivimos más de 50 personas por hectárea cultivada. Somos totalmente
dependientes en alimentación, con lo que esto significa ante cualquier crisis
internacional. En los años sesenta del pasado siglo, cuando emigraron de
Canarias casi el 20% de su población a Venezuela, vivíamos en las islas seis
canarios por hectárea cultivada; en la superpoblada China en estos momentos hay
10 chinos por hectárea cultivada.
Los
12 millones de turistas que nos visitaron el año pasado hacen ver que la
alternativa a la crisis requiere otra cultura hacia el medio ambiente, hacia la
agricultura y cuanta actividad sea posible para un reequilibrio entre población
y recursos.
Nuestra
cultura, desde la familia, la escuela, hasta el marco legislativo de nuestro
Parlamento, o la cultura de la calle y la política han de girar radicalmente.
Nuestra cultura tradicional tiene mucho que hacer y decir; los modelos
importados de otras zonas geográficas y otras culturas no nos ofrecen
alternativa.
Lo que ocurre en La Aldea de San Nicolás, Arico, Santa Lucía y tantos otros
puntos de Canarias es muy grave, ya que no hay alternativas a un cultivo para el
que existen infraestructuras y una cultura enraizada en su gente para producir
tomates. Hay mercado para unos tomates que hoy demandan en la Europa rica y a
los que solamente les dificulta su producción y rentabilidad los costes de los
fletes a Cádiz.
Gran
parte de los problemas de la crisis tienen que ver con las actitudes humanas,
con los valores y los compromisos. Como pueblo tenemos la obligación de buscar
alternativas; la emigración no es la solución. No queremos pensar que la
alternativa a la actual situación sea repetir la dura lucha de los aldeanos con
la familia Nava-Grimón, en la que tuvo que intervenir el ministro de Primo de
Rivera (Galo Ponte). Optimicemos nuestros recursos, sobre todo el factor humano;
en el campo educativo y formativo hay mucho que hacer. Hagamos una jardinería
ambiental que alimente las desorientadas mentes de los hijos y nietos de los que
construyeron los machu pichus canarios que hoy se embarcan en la llamada crisis.
* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
Otros artículos de Wladimiro Rodríguez Brito publicados en El Canario