La lata del gofio

 

Victoria Dorta S.

 

Amaneció despacio aquella mañana entre tuneras verdes llenas de vida; la brisa paseaba su suave aroma mientras el mar y el sol reinaban sin corona. La mirada perdida en el horizonte, los sentidos cautivos por el paisaje, la alegría vestida de mil palmeras y un alma soñadora, de océano y arena.

Llegan a mi memoria con frecuencia un montón de recuerdos y paisajes de esos que se hacen muy difíciles de olvidar, porque me niego a olvidarlos, por supuesto. Todos ellos los guardo en lo más profundo de mi ser, como oro en paño. Y es que al estar físicamente tan lejos de mi tierra canaria no me queda otro remedio que pensar como mínimo una vez al día en ella; así evito que esta ajetreada locura llamada vida diaria controle por completo mis pensamientos, los absorba y me deje sin ellos. Por eso escribo en canario, hablo en canario y pienso en canario cada vez que humildemente me lo puedo permitir. A mí esto me alegra el alma, me refresca el espíritu y me deja como nueva un día sí y otro también. 

Qué quieren que les diga. Cuando tengo uno de esos momentos en los que estoy de "capa caída", ustedes me entienden, suelo poner unas folías como fondo musical, seguidamente me pongo a cantar que da gusto hasta que se me enciende otra vez el alma. Yo no sé lo que pensarán los vecinos al oírme cantar, como decimos en nuestro país canario, "con el corazón en la mano"; lo que sí sé es que a mí me da igual lo que piensen. ¿Saben por qué? Pues porque a mí también me toca oír de tanto en tanto el repertorio "lírico" del vecino/a de turno, por ejemplo: mientras friega la loza, pasa la aspiradora o limpia el polvo. Claro que una servidora siempre respeta los "decibelios vocales" permitidos en estos casos; por eso, después del discreto desahogo musical, me quedo más fresca que una rosa mañanera.

Por otro lado, quizás sea algo sicológico, pero a mí tener la lata del gofio bien surtida y preparada para el siguiente "asalto" me relaja que es una barbaridad; además, saber que puedo preparar un escaldón o una buena taza de leche con unas cucharadas del nutritivo alimento a la mínima bajada de temperatura, para mí no tiene precio. Ah, se me olvidaba lo del trocito de queso blanco; de momento saboreo los elaborados en estos lares de por aquí arriba. No me queda más remedio. Me he cansado de buscar nuestros quesos canarios (por cierto, de primera calidad, exquisito sabor y renombre internacional) en todas las tiendas en las que se vende el sabroso alimento, pero no hay manera; sin embargo, los encuentras de muchísimas otras procedencias. Creo que es injusto. Antes, podía encontrar plátanos canarios sin esfuerzo en los grandes supermercados; ahora, hace tiempo que no los veo. Creo que ya va siendo hora de que los productos canarios más representativos empiecen a ocupar cuanto antes el lugar que les corresponde en las estanterías de los comercios de más allá de nuestras fronteras. Si desde afuera inundan nuestras islas con sus productos, ¿por qué no hacemos nosotros lo propio y enseñamos al mundo la calidad de los nuestros, que no son pocos? Ahí queda la pregunta.

 

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