La Palma, la isla del miedo
Jorge
Dorta *
[La isla es una prisión del miedo que los palmeros se
han construido ellos mismos. Pero no son conscientes de ello.] [Detrás de la
elegante fachada de la sociedad y el innegable atractivo natural de la isla, La
Palma es una prisión del miedo. Miedo a perder las subvenciones, miedo a perder
presupuesto, miedo a hablar, miedo a que don Antonio se entere, miedo a
expresarse, miedo a perder las migajas. No me extraña: todo régimen fascista se
basa en el control, el temor, la culpa y el miedo.]
Dos horas en un
aeropuerto fantasma. Nunca he estado en un aeropuerto tan silencioso. Hileras
de mostradores vacíos, locales vacíos y tiendas vacías. Un aeropuerto más. Casi
tan grande como el de Fuerteventura. Impersonal como tantos. ¿Y para que quieren los palmeros un aeropuerto vacío?
Retumbando sobre el
piso se escuchan perfectamente los pasos de una azafata de Binter.
Al fondo de la sala, la televisión del bar con el que el empleado llena las
horas, transmite los resultados de las elecciones vascas. Se alegra de que le
pida un café para romper con la rutina. Por fin algo de acción con lo que
llenar las horas vacías.
Según me cuentan, las
elecciones que verdaderamente preocupaban a los palmeros no eran las del País
Vasco, sino las de Venezuela. Miles de palmeros estaban esperando a ver si
Chávez perdía el poder para emigrar a Venezuela. Quizás Antonio Castro Cordobez construyera el aeropuerto para facilitarles la
salida de la isla.
Pero en realidad no se
lo construyó Antonio Castro, sino que fue una multinacional española que, como
todas las obras públicas de las Islas, subcontrata la obra a locales a precios
de miseria repartiendo las migajas. En realidad Antonio Castro le
"consiguió" a los palmeros un aeropuerto vacío y a la empresa
española un suculento contrato con el que llenarse los bolsillos.
El aeropuerto es una
más de las contradicciones de la sociedad palmera. Un aeropuerto vacío para una
isla con la esperanza vacía. ¿Acaso les soluciona el futuro de los habitantes
de la isla?
Hablando con el
recepcionista del hotel me comenta que la isla es de izquierdas. Se definen de
izquierda, pero mantienen en el poder, desde hace décadas, a quien posiblemente
sea el cacique más reaccionario de toda Canarias. Y sin él posiblemente
también. Otra más de las contradicciones.
La isla es una prisión
del miedo que los palmeros se han construido ellos mismos. Pero no son
conscientes de ello. Los agricultores entregaron sus vidas y su destino a unos
burócratas en Madrid y Bruselas. Cambiaron su libertad por seguridad, y por
tanto ahora no merecen ni la una ni la otra.
Detrás de la elegante
fachada de la sociedad y el innegable atractivo natural de la isla, La Palma es
una prisión del miedo. Miedo a perder las subvenciones, miedo a perder presupuesto,
miedo a hablar, miedo a que don Antonio se entere, miedo a expresarse, miedo a
perder las migajas. No me extraña: todo régimen fascista se basa en el control,
el temor, la culpa y el miedo.
Me estoy quedando sin
batería en el portátil y busco un enchufe. Encuentro uno en una de las modernas
zonas wifi. No tiene corriente. Pruebo otro y
tampoco. No deben de darle mucho uso a estas zonas. Sigo escribiendo este
artículo en el móvil. No pasa nada.
La ley electoral
canaria alimenta a estos caciques insulares. Es precisamente su poder a nivel
regional lo que les permite perpetuarse en sus respectivas islas. Las mantienen
controladas y cautivas, bloqueando al mismo tiempo el desarrollo de Canarias en
su conjunto.
Y todo para conseguir
un aeropuerto vacío mucho más incómodo que el anterior. Todo para conseguir las
migajas de unas obras públicas que enriquecen a las multinacionales españolas
que luego las subcontratan enteras a precios de hambre y saltándose a la torera
la ley de contratos del sector público que, en general, no permite subcontratar
más del 50% de una obra.
Una ley que se hizo
precisamente para evitar la arbitrariedad de las subcontratas, pero que en
Canarias no se cumple. El sistema es perfecto para adjudicar trabajos a dedo
como castigo y recompensa a la "lealtad" al régimen en la colonia.
Las multinacionales españolas se comen la crema y dejan el pan duro con el que
recompensar lealtades.
"Si cambiásemos
la ley electoral estaríamos bajo los sanedrines de las islas mayores", me
comentó un palmero. No necesariamente, y aún suponiendo que eso fuera cierto,
al menos uno de los dos mejoraría y el otro no empeoraría. Porque si la defensa
de la isla y la estrategia de futuro es esperar que Chávez pierda las
elecciones en Venezuela para emigrar es que algo está terriblemente mal.
Miedo y control en una
clásica estrategia de "divide y gobierna". Los palmeros no ven a grancanarios y tinerfeños como quienes les pueden ayudar a
acabar con el caciquismo sino como una manada de personas deseosas de "aprovecharse"
de La Palma. No importa que más del 80% de los canarios vivan en esas islas ni
que más del 80% de la riqueza se genere ahí.
Lo que no entienden
los palmeros es que ellos solitos se crearon la prisión con sus comportamientos
y forma de pensar y que solo ellos pueden librarse del monstruo que han creado.
Las consecuencias de no querer cambiar modelos de negocio y depender de las
administraciones públicas crean una prisión que ejemplifica el caso de Islas Airways. La negativa al cambio ha convertido a la isla en
ultra-dependiente. Cuando se es dependiente se tiende a percibir el desarrollo
como dependiente de la buena voluntad del gobernante y a pensar que el poder
fluye de arriba a abajo en lugar de emanar de abajo a arriba.
Pero el gobernante no
es el "conseguidor" sino quien, con su
inmovilismo, ha frenando la innovación y el desarrollo para proteger los
equilibrios existentes y los chiringuitos extractivos. La consecuencia es que
en lugar de empoderar a los ciudadanos los ha hecho dependientes. Les ha
construido una prisión. Todo esto ha generado una sociedad devastada, física,
emocional, mental, espiritual y económicamente.
El fondo del problema
es una concepcion jerárquica y extractiva del poder. Creen
que el poder viene de arriba hacia abajo. Cuando descubran que el poder emana
de abajo hacia arriba y no al revés, empezarán a romper los barrotes de su
prisión mental y verán un nuevo amanecer de su isla sobre el Atlántico. Tan
solo tienen que aprender a decir que no.
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