La comida y la Bolsa
Wladimiro
Rodríguez Brito
En los
últimos años se ha producido en el planeta una cultura urbana con un deterioro
del mundo rural, incorporando un valor decreciente a los bienes agroganaderos
y, en consecuencia, degradando el esfuerzo y sacrificio del hombre del campo.
Unido a ello, las mejoras tecnológicas como la mecanización, transporte y
conservación de alimentos en frío, mejoras genéticas en las semillas y
ganadería, entre otras, han hecho que la política de los países industriales
asocie la agricultura al pasado y, por supuesto, al tercer mundo. El aumento de
la población y los límites con los que se encuentra el agro como actividad
industrial pone numerosos interrogantes sobre cómo alimentar a 7.000 millones
de habitantes en el planeta[1].
Los países
industriales se han especializado en la economía de los servicios y la
industria, de tal manera que en unas décadas se han reducido de manera
significativa los activos del sector primario, que en muchos casos, como el
nuestro, no alcanza ni tan siquiera el 5% de la población activa. Así, en
Canarias los economistas nos dicen que solo el 3% de la población activa
trabaja en el sector primario, significando en el PIB de Canarias un discutible
2%, y teniendo en nuestra tierra un 20% de parados.
Tenemos un sistema
cargado de contradicciones -tierras balutas, parados
e importación de alimentos- y a unos 25.000 agricultores para cuidar el campo y
obtener alimentos frescos con lo que no producimos ni el 8% de la demanda
interna. Así, por ejemplo, importamos
Así, el campo, la
agricultura, el mantenimiento del paisaje, la lucha contra la erosión, la
retirada de combustible en el mundo rural, están valorados en nuestro país como
actividades marginales, pues no alcanzamos ni tan siquiera el 5% del PIB. Por
si fuera poco, últimamente los alimentos están en manos de la Bolsa y suben y
bajan no solo por planteamientos económicos sino también por estrategias de
especulación, de tal manera que este año han subido los cereales un 40% sin que
este incremento haya tenido repercusión positiva en los agricultores. Es decir,
el comer depende de los juegos de la Bolsa, como si esto fuera un juego.
Por ello, estas líneas
son una reflexión en voz alta, no solo desde un punto de vista social, sino
eminentemente ambiental, dado que gran parte del medio ambiente está asociado a
la agricultura y a los que labran y limpian los entornos del monte. Los
campesinos no se injertan. Hemos perdido una cultura del campo transmitida de
manera familiar y urge dar un giro en la educación y en la formación tomando
medidas que penalicen las tierras abandonadas o balutas,
así como medidas arancelarias que frenen las importaciones de choque mientras
tengamos producción local.
Además, hemos de
cambiar la política hacia los parados y habrá que potenciar la labor de estos
limpiando y cuidando las tierras abandonadas y fomentando la incorporación al
mundo rural, sobre todo de los más jóvenes. No olvidemos que la mayor parte de
las medianías de nuestras islas están siendo mantenidas, en su mayor parte, por
los pensionistas y en la que la alergia al sacho de los jóvenes parece que se
pone de manifiesto hasta en los desayunos de Pedrito y Pepe Benavente.
El campo es también
dignificar toda una cultura que no solo es paisaje y sentimiento, sino una
referencia de un pueblo que ha luchado para domesticar una naturaleza hostil,
como de hecho se pone de manifiesto en los "machu-pichu" gomeros, en La Geria
de Lanzarote o en los malpaíses cultivados en tantos
puntos de nuestras costas, con sorribas y tierra
transportada incluso en sacos.
Aún estamos a tiempo
de corregir el rumbo del barco aunque los vientos no den de popa, pues no hay
viento a favor posible para un barco que no sabe a qué puerto se dirige. Por lo
tanto, no es bueno que los pensionistas de las medianías continúen huérfanos de
discípulos que quieran familiarizarse con la cultura del campo, el cuidado del
medio ambiente y la producción de alimentos frescos y sanos para nuestro pueblo.