Francisco J. Sánchez de La O
Después de la acumulación de tantos desastres sobre
esta tierra, los canarios nos debemos cuestionar si modificar ese adjetivo
benefactor que desde la edad clásica se nos ha adherido al nombre de nuestro archipiélago,
que junto con otros del atlántico cercano formamos la Macaronesia,
o islas de la fortuna. Y es que desde la invasión, conquista y colonización por
parte de España, este archipiélago canario sufre una devastación tras otra.
Primero fue la
esclavitud y exterminio de la población aborigen y su cultura, luego la
devastación forestal de nuestros bosques por el monocultivo azucarero. Tan
fuerte fue la deforestación que en islas como Gran Canaria modificó sus
condiciones climáticas.
También soportó
Canarias, el negocio sangriento del esclavismo y las consecuencias fatales del
corso berberisco, especialmente en islas como Lanzarote.
Otra nefasta página de
nuestra historia fue la prohibición que la Corona y la Iglesia Católica impusieron
a las prácticas pesqueras de marineros canarios en aguas cercanas a la costa
noroccidental africana; y de igual forma a los intercambios de productos entre
estos marineros y los pobladores de esos territorios continentales,
obstaculizando de esta forma el desarrollo de relaciones sociales y comerciales
entre canarias y otros pueblos del continente cercano. Impedimentos que
aún hoy se mantienen a través de otras formas jurídicas y sociales.
Soportamos también la
loza que ha supuesto la fuerte dependencia de Canarias del Estado español
y en consecuencia la creencia inducida de la supuesta incapacidad de un
desarrollo endógeno, sin la necesaria “ayuda” de España y de Europa. Idea que
se ha venido proyectando -en común acuerdo- desde las estructuras
político-administrativas estatales y locales, que per
secula seculorum han
modelado nuestra conducta en este asentimiento. Unas administraciones públicas
llenas de vividores (altos cargos) que se alternan en sus correspondientes
poltronas para garantizar -como objetivo primario- su futuro económico por
vida, mientras que el pueblo adolece un devenir incierto a la espera de
soluciones a sus problemas cardinales.
De todo eso, es
cómplice y beneficiaria una burguesía (local y foránea) parasitaria que sólo
emprende para el enriquecimiento fácil; llámese especulación del suelo,
transacciones comerciales y financieras, o negocio turístico, que no es otra
cosa que la explotación particular y lucrativa de nuestro patrimonio natural:
agua, borde litoral, paisaje, clima, mar….
Por si fuera poco se
queman nuestros bosques, y a pesar de no cogernos por sorpresa, resulta que no
existen medidas preventivas eficaces y tampoco se tiene capacidad de respuesta
inmediata para sofocar el fuego e impedir que éste se expanda.
Que mala fortuna, que
teniendo una base aérea con aviones para hacer la guerra no tengamos aeronaves
suficientes para salvaguardar la paz de nuestros bosques.
¿Mala fortuna?
¿Insensatez? ¿Ineptitud? ¿Negligencia? Una suma de imperdonables actuaciones y
procederes, por tanto es hora de exigir depuraciones que lleven al banquillo de
los acusados a los responsables de esta quema y evitar que se repitan estos
episodios desastrosos. Para librar a nuestra tierra de incendios,
pirómanos y políticos irresponsables.
Fuente: movimientoporfrenteamplio.com