Internacionalismo
y nacionalismo ¿Se oponen o complementan?
Francisco Javier González
[Ya
Federico Engels había sintetizado la
dicotomía nacionalismo/internacionalismo para las clases trabajadoras con una
escueta frase: “Cuanto más nacionales sean los polacos, más internacionales
serán”]
Miro mi DNI y ese “Nacional” de la N en el
nombre del documento se refiere a España. Si en internet
me registro en cualquier opción que me interese y que encuentre en el
navegador, incluidas las solidarias tipo Change o Avaaz, donde pone “país” no me permite escribir Canarias,
que no aparece en la lista del desplegable. El mío es un país no reconocido por
los agringados navegadores y si, por casualidad, no figura el epígrafe de
“otros” me veo obligado a elegir como propio uno que no lo es, por ejemplo
España, aunque pueda optar por las islas Fiji o por Tuvalu. En el pasaporte o
en el carnet de conducir pues más de lo mismo, pero ahí ya lo de “España” es
una imposición sin alternativa. Así resulta que, viviendo y perteneciendo
étnicamente a unas islas de las que el arcediano Viera afirmaba que “todos cuantos tienen alguna
mediana tintura de geografía saben que estas Islas pertenecen al África”,
me veo obligado a esa no deseada españolidad que me inferioriza
como pueblo.
España, a pesar del rebumbio que han
organizado desde allá con el guineo de la “Marca España”, no pasa de ser, como
decía Secundino, “la madrasta arbitraria” y su
importancia relativa en el concierto de naciones va, cada vez, con su
esperpéntica sumisión a la Merkelandia,
menguando más aceleradamente. Aún así, y negando esa pretendida españolidad, debemos
entender que, obligatoriamente y de forma manu militari si es preciso, todo lo negativo que acontece
en la metrópoli repercute multiplicado en la colonia, por lo que los
colonizados ni podemos ni debemos sustraernos al devenir metropolitano. Que se
lo pregunten a nuestros parados con una tasa del 34,27% (EPA 2013)
superior en 7,11 puntos a la de España y ¡23 puntos por encima de la media de
la zona Euro! o, mejor aún, preguntémosle a nuestros jóvenes con una tasa del
70% de paro para menores de 25 años, nada menos que 27 puntos por encima de la
española.
Pagamos el precio de una triple opresión:
la de una lumpenburguesía criolla, la de una
metrópoli mendicante en una Europa que va dejando a marchas forzadas de ser
próspera y la omnipresente gringa que, no por ser la más alejada es menos
opresora, pero todavía hay en esta heptainsulana
patria quien reafirma nuestra fementida “españolidad” y la aberración
geográfica de denominar como la “Europa del Sur” a nuestra situación sahariana.
No se me venga a decir que “democráticamente” hemos decidido en cualquiera de
las elecciones “democráticas” realizadas en esta colonia africana nuestra
españolidad supuesta. Canarias fue ocupada por la fuerza de las armas y por un
siglo de luchas y no por la fuerza de unos votos y se mantiene, no por unos
votos que la misma Constitución del estado no permite, sino por la fuerza
ejercida de múltiples formas que obliga al mantenimiento de esa españolidad por
encima de cualquier planteamiento verdaderamente democrático de desespañolizar
este territorio ultramarino. La “democracia” del inconcluso Estado Español se
acaba justo cuando se pone en cuestión a ese estado.
Aún con todo ello tenemos que entender que
la clase trabajadora española está a su vez, también sometida a explotación.
Algunas de las llamadas “provincias” -como Extremadura- no dejan de ser
colonias interiores por su método de explotación, salvando que ni están en otro
continente ni fueron invadidas y conquistadas por una potencia extranjera. Sus
naturales se ahorran por ello la opresión nacional pero, muchas veces, juguetes
en manos de sus expoliadores, se convierten a su vez en opresores de los
territorios no metropolitanos. Son cosas de la colonialidad,
pero también de la ausencia de la solidaridad de clase a la que han sido
propensos frecuentemente los trabajadores de la nación colonizadora.
Muchas veces se justifica esa postura en
base a la supuesta contradicción entre el nacionalismo que pueda practicar el
trabajador del país colonizado y el internacionalismo que se supone al
trabajador foráneo. Ya Federico Engels había sintetizado la
dicotomía nacionalismo/internacionalismo para las clases trabajadoras con una
escueta frase:“Cuanto más nacionales sean los polacos, más internacionales
serán” pero no
tenemos siquiera que recurrir a los clásicos del pensamiento marxista y sus
análisis de la relación entre trabajadores de las metrópolis y los de las
naciones sometidas, como eran los casos de Irlanda/Inglaterra o Polonia/Rusia,
para entender con claridad que el internacionalismo de las clases trabajadoras
debería obligar a todo trabajador, autóctono o foráneo, que desarrolle su
actividad en una nación colonizada a apoyar con su lucha la emancipación
nacional, la independencia, y no solo como un paso necesario hacia el
socialismo que no podrá lograrse con un pueblo oprimido y sobreexplotado y una lumpenburguesía dependiente -burguesía burocrática que vive
a la sombra de la metrópoli- sino como parte fundamental de la aspiración
humana a la libertad con dignidad.
Justo en este momento de la historia, con
una Europa que se ha despojado de vestiduras progresistas y se aleja cada vez
más del ideal de justicia social, de solidaridad y de igualdad del que hacía
gala y con una España lacayuna que mendiga mendrugos de la mesa neoliberal, la
independencia nacional se convierte en la cuestión política clave para todas
las clases sociales y para el futuro de nuestra patria por encima de los
intereses espurios de las burguesías que obtienen su lucro de la perpetuación
de la explotación colonial y, si las burguesías canarias renuncian a su posible
papel revolucionario como motor en la lucha por la liberación nacional, tendrán
que ser las clases trabajadoras las que impulsen ese proceso de liberación y,
justamente en nombre del internacionalismo proletario, unir a ese proceso a
todos los trabajadores, canarios o foráneos, sin distinción de origen. En una
colonia como Canarias, la de Nacionalismo vs
Internacionalismo es una falsa disyuntiva.
En Canarias, por su condición de islas ya
superpobladas es imprescindible regular la entrada de foráneos, No es cuestión
de xenofobia sino de mera supervivencia, pero el enemigo real para los
trabajadores canarios no es el trabajador que viene de fuera. Es el de
cualquier clase social, canario o extranjero, que no luche por la libertad de
esta tierra de la que extrae su sustento.
Gomera, Canarias junio 2013
Otros artículos de Fco. Javier Gzález.
publicados en El Canario y anteriormente en El Guanche