Aurelio
González *
Pasan los días, los años, la vida, y uno
se convence cada vez más de que los seres humanos en colectividad no deben
dejar de constituir nunca una sociedad cuyos miembros han de caracterizarse
siempre por una permanente y acechante actitud crítica e impugnadora ante los
gobernantes y ante la propia vida. Y así debe ser desde las primeras sociedades
en las que vivimos juntos y compartimos obligaciones y deberes, es decir, la
familia y la escuela.
Pienso que es preferible el individuo
crítico, impugnador, incluso rebelde, frente al insensible, insolidario
e indiferente. Los primeros son partidarios de regular la vida en colectividad
y se esfuerzan por racionalizar un sistema colectivo de libertades y
obligaciones que haga posible el perfeccionamiento intencional y permanente de
las facultades específicamente humanas.
Los segundos son los egoístas, los
partidarios de que todo se lo den hecho, a los que la vida del prójimo les
importa un pimiento, la carne de cañón para los regímenes totalitarios y las
dictaduras de cualquiera de las calañas.
Respeto y apoyo las razones que
motivaron el nacimiento del movimiento social denominado del 15-M, es decir, la
preocupación e indignación por el panorama político, económico y social que
padecemos y que se traduce en el descrédito de la clase política y la actitud connivente de muchos banqueros y empresarios.
En este sentido, entiendo a las muchas
personas -al principio, en su mayoría jóvenes, y ya de todas las edades- que
exigen una democracia real, auténtica, que no permita que muchos derechos
constitucionales (a un trabajo, a una vivienda digna, a la seguridad pública,
etcétera) se les sigan negando.
Pero por estas mismas razones creo que
deberíamos rechazar de plano la desnaturalización y deslegitimación que viene
padeciendo el movimiento de indignados debido a la incorporación incontrolada
en él de sectores radicales, antisistema y anarcoides
que persiguen la destrucción del sistema (en lugar de corregirlo y mejorarlo)
para imponer otro alternativo que satisfaga sus no siempre confesados intereses
partidarios o grupales.
El mismo esfuerzo y convicción que está
haciendo posible la extensión del movimiento en todo el país debe ejercerse
para erradicar de sus filas a estos oportunistas e indeseados.
Resulta lamentable, incluso, que los dos
partidos de mayor presencia en el Parlamento de España, adopten posiciones
respecto al 15-M en función de sus intereses y conveniencias electorales.
Así, por ejemplo, mientras el que apoya
el Gobierno central reconoce que los actuales sistemas (democrático,
empresarial, económico y financiero) son mejorables, el otro dice que la culpa
no la tienen el sistema ni las instituciones, sino el partido político que en
estos momentos gobierna. Es decir, cualquier situación y argumento son buenos
si nos permiten arrimar el ascua a la sardina de nuestros intereses partidarios
y electorales.
La vida en democracia será tanto más
frágil y estéril cuanto menos participativos sean los ciudadanos en la vida
pública y, por tanto, en la defensa de sus derechos y en la asunción de sus
obligaciones. En este sentido, hay que reconocer que aún seguimos casi en
pañales.
El gran reto que tenemos hoy todos por
delante, especialmente los políticos actuales, consiste en combatir el
descrédito que sufren la clase política, las instituciones públicas y el propio
sistema democrático.
Para conseguirlo, hay que lograr
ciudadanos críticos, impugnadores, rebeldes si hace falta, con ideas políticas
propias, democráticamente activos en la defensa de sus derechos individuales y
colectivos.
He leído ¡Indignaos! (Destino, 2011),
ese librito tan vendido del franco-alemán Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal
de los Derechos Humanos, y estoy de acuerdo con su “alegato contra la indiferencia
y a favor de la insurrección pacífica”.
Sin constituir nada del otro mundo, dice
dos cosas que me han interesado especialmente. Una, que la peor actitud es la
indiferencia y que, si nos comportamos así, perdemos uno de los componentes
esenciales que forman al hombre: la facultad de indignación y el compromiso que
la sigue. Y otra, que no es verdad, como escribió Sartre en 1947, que la
violencia constituya un fracaso inevitable puesto que estamos en un mundo de
violencia, sino que la no violencia constituye el medio más eficaz para
combatirla. Por eso apoyo a los indignados y combato a los indiferentes.
Fuente: /indignados-e-indiferentes