¡Independencia!

¡Que viene el coco!

 

Jaime Llinares Llabrés

 

¿Cómo es que hay personas doctas, cultas, peinando ya canas, que se toman a chufla, incluso por escrito, el que un millón de personas reivindique su independencia y su libertad como colectivo socio-político?

 La gran manifestación independentista en la Diada de Catalunya, ha puesto la carne de gallina a muchos que creen que España es la única Nación posible para catalanes, aragoneses, vascos, canarios y para el resto de Autonomías que hoy conforman el Estado español. No deja de ser una creencia y como tal muy apoyada en argumentos emocionales y faltos de rigor histórico, social y político. España es hoy un Estado Nacional porque un colectivo sociopolítico fuerte, gobernado por un rey absoluto, como fueron los castellanos o los aragoneses, se anexionaron o bien por la fuerza de las armas a otros colectivos sociopolíticos, culturales y territoriales más débiles (como fue el caso de Canarias: colonización bélica, política y religiosa), o bien por uniones matrimoniales dinásticas (como fue el caso de Catalunya por la boda, ya en el siglo XII, del catalán Conde Ramón de Berenguer con Petronila de Aragón). Los pueblos bélicamente o diplomáticamente anexionados a otro más fuerte, no tardan demasiado en experimentar el doloroso vaciamiento identitario, el abuso y la explotación del más grande y más poderoso sobre sus signos identitarios como pueblo original y distinto. En definitiva, el pueblo más débil de una anexión política, aunque en los primeros tiempos haya podido experimentar una mejoría en su calidad de vida, ordinariamente va experimentando con dolor y con rabiosa impotencia cómo el pez grande va devorando al chico en su cultura, en su modus vivendi y en todo aquello que le hacía pueblo uno, único y distinto. También los Estados se van cansando de las permanentes y cada vez más recias protestas y reivindicaciones del anexionado más débil. Esto lo ha dicho el Presidente de Catalunya en la misma capital del Estado español. Bien es cierto que el pequeño que se siente fagocitado por el grande, usa muchas veces estrategias de chantaje de todo tipo, en especial el victimismo, la venganza y, a veces, la violencia. Pero también es verdad que hay simplones, godos unos y adulones isleños otros, que a los canarios nos llaman "pedigüeños" y "victimistas" cuando protestamos contra el Estado y reivindicamos lo que nos pertenece. Digo que son simplones porque, si hicieran la lista real de lo que el Estado español nos ha ido sustrayendo, bóbilis bóbilis, a lo largo de los siglos de nuestro modus vivendi económico, comercial y cultural, entonces moderarían sus juicios y prejuicios sobre nuestro Pueblo.

Si es cierto que todo ser humano llega a este mundo con unos niveles de dependencia inmensos, casi absolutos, también es cierto que el objetivo de la vida individual, condición sine qua non de bienestar y salud integral, es la libertad, la independencia, la autorrealización como ser uno, único e irrepetible. A facilitar a la gente la consecución de este objetivo vital nos dedicamos permanentemente los psicólogos. ¿Cómo es que hay personas doctas, cultas, peinando ya canas, que se toman a chufla, incluso por escrito, el que un millón de personas reivindique su independencia y su libertad como colectivo socio-político? ¿Es posible que un Presidente de Gobierno, por más señas gallego, bautice despectivamente la manifestación catalana en el día de la Diada como algarabía?

No es cierto en absoluto que el justo nacionalismo sea sólo un sentimiento de esos que corren desbocados como caballos salvajes. Hay, efectivamente, nacionalistas sentimentales, desprovistos de la necesaria argumentación racional, ¿es que no hay también centralistas sólo sentimentales, caballos indómitos a los que no monta el jinete de la razón? El justo nacionalismo es un sentimiento razonado, es una emoción pensada, es una querencia operativa, es la justa reivindicación del Sí mismo colectivo. El falso nacionalismo es un sentimiento compulsivo e irracional, que puede llegar a la violencia y a las guerras más encarnizadas, carente de cimiento auténticamente ideológico. Quizás el falso nacionalismo, sin convencimiento profundo y sin suficiente base sentimental y racional, sea el que sufrimos los canarios con Gobiernos, llamados nacionalistas, que no han sabido reivindicar ni defender los valores culturales, económicos, comerciales que constituyen nuestra identidad; sobre todo, no han sabido cuidar el signo identitario más importante: nuestro territorio con sus montañas, sus costas, sus barrancos y su mar. Es más, han contribuido, por motivos indignos, a su destrucción. Demonizar todo nacionalismo es una enorme injusticia y una rastrera artimaña política.

Los colectivos sociopolíticos nacionales que, con diversos métodos, fueron anexionados por otros colectivos sociopolíticos nacionales más fuertes son llamados, con toda corrección, Nacionalidades, porque fueron Naciones independientes y podrían volver a serlo. Nacionalidades son, entre otras, Canarias y Catalunya y ambas Nacionalidades son históricas, ¿o es que sólo Catalunya o Euskadi tienen historia? Canarias también tuvo su lengua, hoy en trabajosa reconstrucción, porque la anexión de Canarias a la Corona de Castilla fue violenta, arrasadora de todo lo que los castellanos encontraron a su paso, usando para ello la cruz y la espada, ambas de fuego, con las que incendiaron Canarias. Burlarse o minusvalorar las querencias sentimentales y racionales de una Nacionalidad que quiere ser Nación, es como despreciar los deseos de una persona que quiere independizarse de los mayores, ser libre y única gerente de su proceso de autorrealización. Sólo las llamadas "madres patria" castradoras e irracionales se asustan ante las justas reivindicaciones de independencia de los pueblos. Esta globalización, asesina de identidades y de culturas que padece el planeta, por una parte, exacerba el odio de los grandes a los chicos rebeldes y, por otra, despierta la conciencia de identidad y de independencia de los chicos frente a los grandes.

Muchos dicen que los manifestantes catalanes por la independencia en la Diada del 11-S, no son representativos de los siete millones y medio que constituyen Catalunya. Entonces, ¿qué hacer? La auténtica democracia tiene una solución: convocar un referéndum. Y si éste fuera inconstitucional, ¡¿qué porras de Constitución nos dejaron aquellos "padres" en 1978?! Tanto miedo tiene El Presidente Rajoy a un referéndum como el que tiene Benedicto XVI a un Concilio; coincide que ambos son absolutistas y uniformistas. Yo prefiero la unión federal de España, pero si llega el momento, ni me asusta la independencia ni le cierro mis puertas.

*  Publicado en el periódico La Provincia, 2012/10/03