12 de octubre,

la indecente celebración colonialista de dos genocidios

 

Como cada año, y van ya demasiados, aunque sea con distinto nombre (Fiesta Nacional, Día de la Hispanidad o Día de la raza: ¡ole, tus cojones, con perdón!) el 12 de octubre, coincidiendo con ese aciago día pero de 1492, en que el genocida denominado Cristóbal Colón invadía la isla Guananí, en las Bahamas, el régimen monárquico y colonial español celebra esta efemérides como si de una orgullosa gesta se tratase en vez del mayor holocausto de la historia humana que la misma supuso, régimen que por lo tanto incurre años tras año en verdadera apología del terrorismo, con la connivencia del poder judicial, tanto estatal como internacional, que deberían velar por el respeto a la memoria de las víctimas.

“Los indios de América sumaban no menos de setenta millones y quizás más, cuando los extranjeros aparecieron en el horizonte. Un siglo y medio después se habían reducido en total a sólo tres millones y medio...” (Moreno, N. y Novak, G. Feudalismo y Capitalismo en la Colonización de América, Buenos Aires, 1972, Ediciones Avanzadas). Primero, fueron derrotados por la desproporción de recursos bélicos (colonizadores fuertemente armados), la sorpresa y la confusión. Luego, fueron privados de su cultura y creencias, sometidos al trabajo esclavo y, finalmente, las enfermedades importadas por los invasores encontraron a sus organismos sin anticuerpos para resistir los virus y bacterias.

 

Así, la viruela, tétanos, sífilis, tifus, lepra, entre otras, produjeron estragos. “Los indios morían como moscas; sus organismos no oponían defensas ante las enfermedades nuevas. Y los que sobrevivían quedaban debilitados e inútiles. El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro estima que más de la mitad de la población aborigen de América (...) murió contaminada luego del primer contacto con los hombres blancos”.

 

La casi extinción de la población nativa generó otro genocidio, al propiciar el execrable comercio de seres humanos, arrancando millones de africanos de nuestra tierra ancestral para llevarlos a nuestro querido continente americano como mano de obra esclava.

 

Sólo entre 1680 y 1688, la Real Compañí́a Africana embarcó setenta mil negros, de los cuales sólo llegaron a las costas americanas unos 46 mil. En Haití, arriaban un promedio de treinta mil esclavos por año. En 1789, la población de la mitad francesa de la isla Española era de cuarenta mil blancos y 450 mil negros.

 

La reconstrucción de los datos disponibles permite determinar que, en no menos de un siglo, se importaron unos diez millones de nativos africanos. Según fuentes inglesas, esa estimación se duplica.

 

Si se toma en cuenta que gran cantidad de africanos morían antes de pisar tierra americana, víctimas de las cacerías, en el traslado hacia los barcos, en las tortuosas travesías hacinados en las bodegas o en el desembarco, la cifra de seres arrancados violentamente de Africa puede elevarse a cincuenta millones desde que comenzó este sucio comercio hasta mediados del siglo diecinueve, provocando el arrasamiento de regiones, aldeas y etnias enteras.

 

El censo de 1790 de Estados Unidos indicabá que los esclavos sumaban 697 mil individuos. En 1861, esa cifra se elevó a más de cuatro millones.

 

En las islas de Cuba, Española y Puerto Rico, en sólo dos o tres años, se despojó a los nativos de todo el oro producido en casi un milenio (Pierre Chaund. Seville et l ́Atlantique, Paris, 1959).

 

Agotada rápidamente esa fase del saqueo, se pasó a la búsqueda desenfrenada de los yacimientos, derribando todo obstáculo que se interpusiera en su camino.

 

“En menos de una década, los españoles exploraron casi todas las islas del Caribe, especialmente Cuba, Jamaica, Puerto Rico y La Española. En 1513, Balboa avistó el Pacífico. Durante la década de 1520-30, se inició la conquista de México y Centroamérica. Y en la próxima la de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile” (Luis Vitale. Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina, Tomo I. Atelí, Punta Arenas, 1998).

En cambio hacia su interior tanto España como Portugal carecieron de una burguesía industrial, razón por la cual el flujo masivo de riquezas consolidó a la monarquía limitando el futuro de la fugaz prosperidad. En el caso de España aun reina la monarquía borbónica.

La conquista de América se ejecutó a través de la apabullante superioridad tecnológica y militar europea. Pero esta brutal dominación se complementó con la sutil participación del Vaticano. En Canarias dicha institución llegó a emitir una bula, Tue devotionis sinceritas, del papa Clemente VI, mediante la que, sorprendentemente, autorizaba la conquistas del archipiélago Canario. Su actuación, durante la conquista de América, no fue muy distinta del rol cumplido en épocas más recientes, cuando cooperó con regímenes siniestros como los representados por Hitler, Mussolini, Franco o Videla.

Este nuevo aniversario del colonialismo en  América encontrará, salvo honrosas excepciones, a los gobernantes de  los países sometidos nuevamente como los promotores de las celebraciones, no es casualidad, pues, de acuerdoo con Bernardo Veksler, ellos son los que abren las puertas a la colonización, entregan las riquezas al invasor, someten al pueblo trabajador a cada vez mayores sufrimientos y explotación, generan aumento de la mortalidad infantil así como de las personas mayores y, en general, disminución del promedio de vida de los más pobres, eliminando todo rastro de justicia social.

 

Lo mismo ocurre en Canarias, colonia española desde el año 1495, aún sin descolonizar: el presidente del gobierno títere de Madrid en Canarias, Fernando Clavijo, popularmente conocido como “El genuflexo”, por su forma de besar la mano al monarca español, ya ha confirmado su vergonzosa asistencia a la metrópoli para celebrar el vil acontecimiento.

 

Movimiento por la Unidad del Pueblo Canario

Movimiento UPC

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