El
contexto político-militar
Claudio
Katz
Este artículo forma parte de un libro de
próxima aparición sobre las teorías actuales del imperialismo. Lo publicamos
por capítulos.
Resumen
Al concluir la segunda guerra mundial el
escenario del imperialismo clásico quedó transformado por la nueva etapa de
prosperidad y desaparición de las confrontaciones bélicas entre potencias.
Estados Unidos logró una supremacía militar inédita y subordinó a sus rivales,
en lugar de demolerlos. La confrontación con la URSS no se equiparó con los
viejos choques inter-imperiales, dado el carácter no
capitalista del sistema vigente en ese país.
El contexto económico
quedó igualmente transformado por la nueva asociación internacional de
capitales, la irrupción de compañías multinacionales, la disminución del
proteccionismo, la recuperación del protagonismo industrial y la reorientación
de la inversión externa hacia las económicas desarrolladas.
La actualización de la teoría del
imperialismo estuvo bloqueada por una actitud ritualista hacia el enfoque
clásico, que asignaba vigencia perdurable a un periodo específico del siglo XX.
Esta postura impedía comprender el nuevo marco de solidaridad miliar occidental
y asociación multinacional.
Tres interpretaciones de los años 70
reabrieron la investigación, al resaltar el papel superimperial
de Estados Unidos, el entrelazamiento ultra-imperial de las firmas y el
carácter acotado de la concurrencia inter-imperialista.
Plantearon acertadamente nuevos problemas, que no lograron resolver.
La mundialización neoliberal ha
introducido una nueva etapa, que universaliza el capitalismo. Hay
transformaciones cualitativas en todas las áreas. La inestabilidad del modelo y
la indefinición de la tónica de crecimiento, no desmienten el cierre del
esquema de posguerra. Las características del nuevo período no se clarifican
dirimiendo la presencia o ausencia de una onda larga. Se ha consumado un giro
comparable al observado a fin del siglo XIX y a mediados de la centuria pasada,
que genera novedosos desequilibrios financieros, productivos y comerciales.
En esta etapa se expande el radio de
acción imperial a todo el planeta, con mayores entrelazamientos económicos
globales que afectan a los pueblos y regiones desfavorecidas. El imperialismo
neoliberal acentúa las diferencias con la era clásica y profundiza las
tendencias de posguerra.
Al concluir la segunda guerra mundial el
escenario del imperialismo quedó totalmente transformado. El sostenido
crecimiento y la mejora del nivel de vida inauguraron un período de
significativa prosperidad en los países centrales. La reducción del desempleo creó
situaciones próximas al pleno empleo, que facilitaron el aumento del consumo y
la generalización de un sistema protección social.
Los principales teóricos marxistas
bautizaron la nueva etapa de posguerra con distintas denominaciones
(“capitalismo tardío”, “capitalismo de estado”, “capitalismo monopolista de
estado”). Muchos estudios destacaron la sustitución de las formas de
acumulación extensiva por mecanismos intensivos y el reemplazo del trabajo taylorista por esquemas fordistas.
Otras investigaciones señalaron el nuevo gigantismo de las empresas y la
inédita intervención estatal en la economía. Estos cambios modificaron el
perfil del imperialismo, recreando un marco de estabilidad, en torno a nuevos
equilibrios geopolíticos.
El
contexto político-militar
La principal singularidad de período fue
la ausencia de guerras inter-imperiales. A diferencia
de la etapa clásica, los conflictos armados no desembocaron en conflagraciones
generalizadas. Persistieron los enfrentamientos, pero ya no hubo
confrontaciones directas por el reparto del mundo. Las rivalidades sólo
generaron escaramuzas geopolíticas, que no se proyectaron a la esfera miliar.
La vieja identificación del imperialismo
con el choque entre potencias capitalistas quedó desactualizada
y este cambio transformó el paisaje europeo. En lugar de rivalizar por las
posesiones coloniales, las competidores del Viejo Continente iniciaron un
proceso de unificación regional.
El predominio estadounidense determinó
el viraje de la etapa. Ningún conflicto anterior se había zanjado con semejante
preeminencia. La abrumadora superioridad norteamericana quedó consagrada con la
formación de una alianza atlántica (OTAN), bajo el mando del Pentágono. Estados
Unidos ejerció una dominación explícita y reafirmó su autoridad con la
disuasión nuclear. Impuso la localización de las Naciones Unidas en Nueva York
y estableció en el Consejo de Seguridad un sistema de consultas para supervisar
todos los acontecimientos mundiales.
Este reinado se asentaba también en la
aplastante superioridad económica. Estados Unidos manejaba el 50% de la
producción industrial, acumulaba monumentales acreencias y adaptaba el sistema
monetario mundial a sus necesidades, mediante la hegemonía del dólar (acuerdos
de Bretton Woods).
Pero lo más novedoso fue la estrategia
que eligieron las elites norteamericanas para consolidar su supremacía. En
lugar de demoler a los rivales derrotados, auspiciaron la reconstrucción
económica y el sometimiento político-militar de sus adversarios. El auxilio
multimillonario concedido a Europa y Japón fue la contracara
de la actitud asumida por Gran Bretaña y Francia (frente a Alemania) al
concluir la primera guerra mundial. En lugar del tratado de Versalles se
introdujo un Plan Marshall.
Mediante esta combinación de
reconstrucción económica, subordinación política y protección militar, Estados
Unidos consolidó el sistema de alianzas subalternas, que posteriormente utilizó
para contrarrestar el resurgimiento de sus rivales. Cuando en los años 60 Alemania
y Japón recuperaron competitividad, el gendarme norteamericano hizo valer su
primacía. Recurrió a drásticas medidas comerciales, tecnológicas y monetarias,
para preservar sus ventajas y reformuló los términos de la convivencia con sus
subordinados. Pero estas tensiones no recrearon en ningún momento, el viejo
escenario de rivalidades destructivas.
Alemania y Japón aprovecharon la
exención de gastos armamentistas para recuperar terreno en la producción y el
comercio, pero no proyectaron estos avances al terreno militar. Tampoco
contemplaron la preparación de una revancha. Aceptaron el rol protector
ofrecido por Estados Unidos, avalando el “imperialismo por invitación” que les
ofreció la primera potencia. Todos los conflictos que suscitó la unipolaridad estadounidense se procesaron sin alterar este
dato geopolítico.
Ha sido muy frecuente relativizar la
novedad de este cuadro, afirmando que el antagonismo entre superpotencias
persistió durante posguerra, a través de un conflicto entre Estados Unidos y la
Unión Soviética. Se considera que esa confrontación fue análoga a todas las
batallas precedentes por la hegemonía imperial.
Pero estas pugnas entre Occidente y el
denominado “bloque socialista” incluyeron una diferencia esencial con todos los
choques inter-imperiales precedentes: el carácter no
capitalista del sistema vigente en la ex URSS. Existen numerosas
caracterizaciones sobre este régimen social, pero nadie ha podido demostrar que
estuvo gobernado por una clase dominante, propietaria de los medios de
producción y guiada por la meta de acumular capital.
La burocracia que manejaba ese sistema,
buscaba ampliar su influencia global y mantuvo fuertes disputas con Estados
Unidos por el control de territorios estratégicos. En esas tensiones sostuvo
parcialmente a los movimientos de liberación nacional, que resistían el poder
estadounidense. Pero en la mayoría de los casos estas acciones eran repuestas
defensivas, tendientes a preservar una coexistencia pacífica con el coloso
norteamericano. (1)
El carácter no capitalista de la URSS
invalida su presentación como otro actor imperial de batallas por el reparto
del mundo. La capa dirigente de ese país tenía ambiciones expansionistas y
reforzaba su presencia global, chocando con Estados Unidos en el manejo de las
áreas de influencia. También intercalaba esas pugnas con la revisión periódica
de los acuerdos de equilibrio territorial establecidos al concluir la guerra
(tratado de Yalta). Pero esas pretensiones de mayor poder regional no
convertían al régimen de la Unión Soviética en una variante
“social-imperialista” de la expansión colonial. El uso contemporáneo del
término imperialismo sólo tiene sentido para aquellas potencias que actúan bajo
el mandato del capital. No se aplica a situaciones ajenas a ese principio.
Continuará…
Fuente: argenpress.info