El hombre y la naturaleza: Balbino Fariña
Wladimiro
Rodríguez Brito *
Nos hemos acostumbrado a teorizar sobre la naturaleza
con una cultura libresca, separada de los hombres, su cultura y sus
necesidades, e incluso asociamos la naturaleza con algo que debemos proteger
del hombre, dado que, supuestamente, este agrede a la misma, de tal manera que
en contadas ocasiones se valoran los aspectos positivos de la especie humana
hacia la naturaleza.
Hace unos días nos
dejó en Aguamansa (La Orotava) don Balbino Fariña, que trabajó para el medio
ambiente de la Isla [Tenerife] durante
cincuenta y un años. Ha sido un ejemplo como otros miles de campesinos y
trabajadores anónimos que han contribuido a un cambio positivo en gran parte de
la piel de la isla picuda, pues han vestido con millones de árboles rocas
desnudas hasta hace unos años, barridas en algunos casos por la erosión y en
otros por el sobrepastoreo o incluso han plantado
árboles sobre lavas casi calientes de las últimas erupciones.
Don Balbino formó
parte de una generación castigada por las miserias de la Guerra Civil que trabajó
por el medio ambiente, en muchos casos en situaciones penosas, sobre todo en
las reforestaciones en las que se desplazaba con las cuadrillas de Medio
Ambiente de lunes a sábado, durmiendo y malviviendo bajo una lona en las
cumbres de Tenerife. El trabajo lo realizaban con muy pocos medios, ya que
apenas teníamos pistas forestales y vehículos preparados, cargando las plantas
y los aperos de trabajo al hombro, plantando los pinos en canutos de caña y
haciendo goronas con piedras secas para protegerlos de
los conejos.
Gran parte de los
frondosos bosques actuales de La Orotava, Güímar, Fasnia, Arico, Adeje, Guía de Isora y Santiago del Teide se
hicieron con las brigadas que lideraba don Balbino, que incluso reforestó la
zona comprendida desde Los Azulejos hasta Montaña Blanca en Las Cañadas del Teide.
Hemos de destacar en
este insigne villero que sus inquietudes sociales y culturales no fueron menos
importantes, pues en todo momento defendió las papas bonitas, los pajares y la
siembra de centeno para los mismos. Así, por ejemplo, las importantes
instalaciones que tiene Pinolere
o el colegio Manuel de Falla de La Orotava con su pajar tienen que ver con las
manos de don Balbino y sus compañeros de trabajo. En Aguamansa también dejó su
huella con la recuperación de la Casa del Agua y participando en la
construcción de la piscifactoría y el vivero.
Estamos ante un
ejemplo de entrega a la naturaleza y, sobre todo, de ilusión por las cosas
nuestras, del valor del trabajo y del esfuerzo, así como de numerosas privaciones
de su tiempo por dejarnos una isla mejor y que, gracias a gente como don
Balbino, hace que hoy en día tengamos el mejor espacio forestal de los últimos
quinientos años.
Estas líneas no son
solo de reconocimiento a don Balbino y su familia, sino una reflexión en voz
alta de lo ingrato que resultan las declaraciones de supuestos naturalistas
cuando se aísla de los problemas sociales y ambientales, con un culto a tal
planta y espacio separados de la sociedad y del hombre, ignorando gran parte de
las relaciones del hombre y la naturaleza; separando la cultura del trabajo y
del esfuerzo de una supuesta naturaleza bucólica, sin hombres, solo para que la
contemplen unos supuestos intelectuales.
Por ello, cuando vemos
nuestros campos cargados de zarzas, magarzos,
granadillos y helechos, entre otros, y vemos las numerosas declaraciones
ambientales, indudablemente tenemos que mirar para hombres y mujeres que nos
han dejado una isla, como hizo don Balbino, que fue un hombre rico en
sabiduría, entrega y compromiso y en compartir su experiencia y trabajo con los
jóvenes y vecinos. En definitiva, fue un maestro sencillo formado en la
universidad de la vida que contaminaba compromiso social y ambiental. Nos ha
dejado un hombre bueno, y, tristemente, hoy somos más pobres.