Hijo
de campesino, médico; hijo de médico, tocador de guitarra
Wladimiro
Rodríguez Brito
[No solo hemos tenido el noble sentido
de superación con el estudio y el trabajo, sino que por desgracia somos hijos
de una sociedad que ha devaluado social y económicamente al mundo rural. Este
pueblo tiene que dignificar y respetar al mundo rural, con su vida, el trabajo,
las costumbres y los usos tradicionales. Las leyes que se han hecho en
Canarias, en muchos casos no fomentan ni facilitan la vida a los hombres y
mujeres del campo, al contrario. Los sistemas de uso de la tierra tampoco, y no
digamos la comercialización y el sistema de distribución de los productos del
campo en las islas.]
Pocas veces en la historia de los pueblos se produce un cambio
generacional de la magnitud y la dimensión del actual. Hoy en día tenemos un
amplio colectivo mirando con nostalgia la sombra del ayer, como referencia para
la vida del mañana. Claro que hemos de mirar el ayer, pero no solo el espejismo
de los últimos escasos años en la historia del territorio. El ayer es también
la lucha y el esfuerzo de unos campesinos que construyeron más de dos mil
kilómetros de galerías, miles de pozos y levantaron miles de kilómetros de
paredes menores que la muralla china. Fueron millones de quintales de piedras
movidas con las manos campesinas, transportadas con rastras tiradas por vacas.
Las islas del kitesurf y los rallies
saben mucho de trabajo y miseria. Ahora lo que toca es gestionar un territorio
con más recursos que el pasado que no queremos recordar, el de la emigración y
la miseria; aunque ahora no tenemos adonde emigrar. Tenemos un cúmulo de
recursos mal explotados, pero, sobre todo, el principal recurso en la historia
de la Humanidad, que somos nosotros mismos, estamos noqueados por los golpes
del primer asalto, estamos aturdidos. Es una ilusión para todo padre tener un
hijo médico o funcionario; la ilusión de que estudiáramos para salir adelante,
de una situación dura y problemática para las familias, no solo rurales sino
también urbanas. Hagamos un mejor uso del agua, de la tierra y del turismo.
Sobre todo es necesario un cambio de mentalidad hacia el suelo que pisamos,
hacia lo local, lo pequeño, lo nuestro, lo que Confucio llamó alcanzar la
sabiduría por la experiencia. No hay modelo ideal que copiar, hagamos camino,
busquemos equilibrios sociales y ambientales. Podemos tomar como referencia a
la mayor potencia emergente del mundo. El actual equilibrio social que disfruta
China seguramente se rompería si el 47% de la población campesina (que solo
produce el 15% del PIB) emigrara a la ciudad, ya que alimentan mayoritariamente
a la población del país a un coste razonable. Aquí, sin embargo, tenemos muchos
títulos universitarios y una desconexión con la realidad social y ambiental del
suelo que pisamos. Los recursos humanos ociosos, sean universitarios o no, no
son compatibles con las tierras balutas. Esta es una
gran contradicción, pongamos las mentes y las manos a trabajar. Disponemos de
más recursos que cualquier periodo histórico salvo durante el espejismo del
boom de la construcción y el turismo. No solo son las infraestructuras
sanitarias, de comunicación, educativas, etcétera, sino el agua disponible hoy:
tenemos un caudal de más de quinientos millones de metros cúbicos de agua al
año; los caudales máximos con los que habían contado los canarios hasta el
siglo XX nunca habían alcanzado los cien millones de metros cúbicos,
distribuidos en zonas puntuales de cuatro islas. Hemos de encontrar felicidad y
utilidad en la vida más allá de los títulos universitarios o de los que nos da
la universidad de la vida, hoy sumamente devaluados, social y económicamente.
Es aquí donde radica gran parte de la frustración de un amplio colectivo.
No solo hemos tenido el noble sentido de superación con el
estudio y el trabajo, sino que por desgracia somos hijos de una sociedad que ha
devaluado social y económicamente al mundo rural. Este pueblo tiene que
dignificar y respetar al mundo rural, con su vida, el trabajo, las costumbres y
los usos tradicionales. Las leyes que se han hecho en Canarias, en muchos casos
no fomentan ni facilitan la vida a los hombres y mujeres del campo, al
contrario. Los sistemas de uso de la tierra tampoco, y no digamos la
comercialización y el sistema de distribución de los productos del campo en las
islas.
Necesitamos reformas profundas, que animen a nuestros jóvenes a
la incorporación al mundo rural. La universidad, la guitarra y el sacho pueden
generar armonía y paz, y no tensión y miseria. La vuelta al campo es una
oportunidad social y ambiental, pero puede ser un trauma dada la actual cultura
dominante: el que sirve, sirve y si no para el campo. La agricultura es una de
las actividades más nobles de cuantas ha realizado el hombre desde la noche de
los tiempos. Vivimos en una sociedad polarizada hacia el dinero y la fama,
bienes que no están al alcance de los campesinos. El sacho como herramienta
está devaluado más que por el bisturí por el dinero fácil conseguido en un
modelo lleno de espejismos. No todos podemos ser médicos y funcionarios, nos
toca sembrar más armonía en lo social y ambiental. Tiene que haber una mayor
solidaridad entre el campo y la ciudad, entre el hombre y la tierra que pisa.
Posiblemente hemos de leer algunas de las máximas de Deng Xiaoping.
Agosto 24, 2013
* DOCTOR EN
GEOGRAFÍA
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