LA HERENCIA DE  LOS  GUANCHES

 

Por Fructuoso Rodríguez

 

Miguel subió rápidamente las escaleras de la discoteca “El Coto”. Al llegar al rellano se miró en el gran espejo decorativo de la pared y lo que vio no le agradó. Su cara reflejaba el malestar que le había producido el plantón que le había dado su novia Betty, mezclado con los tragos de whiski, (tal vez excesivos) que había tomado viendo pasar las horas en espera de ella.  

Una vez en la calle, encendió un cigarrillo y trató de serenarse; mañana sería otro día y seguro que ella tendría alguna explicación para haber faltado a  la cita. Se  subió a su Mitsubishi Galant de color amarillo y enfiló la carretera de salida del Puerto de  la Cruz.  

Miguel se encontraba más relajado, tanto que el sueño estaba haciendo acto de presencia. Los faros del coche iluminaron el cartel anunciando que estaba en el Sauzal, todavía faltaban unos buenos kilómetros para llegar a Santa Cruz. Él tenía una cosa clara: prefería amanecer al borde de la autopista, antes que en la morgue así que en el próximo pueblo desviaría el coche y echaría una “cabezadita”. Pronto apareció el cartel de Tacoronte; puso el intermitente y tomó el acceso que conduce hasta este municipio. 

Miguel miró el reloj, eran las 3,35 h. de la madrugada y faltaban algunas horas para amanecer, pero si iba a dormir un poco, quería que al despertar lo acompañara un hermoso amanecer, así que bajó por Santa Catalina y se dirigió a Tagoro…  -la zona costera de Tacoronte-. Siempre le había encantado este litoral, pese a sus acantilados tenía unas playas maravillosas.

   Tan pronto localizó un espacio apropiado para detener el coche, y con una buena panorámica para contemplar el amanecer aparcó el coche, echó el freno de mano y miró el esplendor del mar. Reclinó el asiento hacia atrás y se dejó dormir con Betty en sus sueños.

   Algo le despertó, talvez un sexto sentido o un ligero ruido, pero estaba claro que él sentía en el ambiente una extraña sensación. Enderezó el sillón del coche, miró hacia fuera y no pudo ver mucho, pues la neblina lo cubría todo. Era extraño pues cuando él llego era una noche clara, sin embargo él sabía que esa era una zona que en invierno la neblina solía hacer acto de presencia.

    Se bajó del coche sin hacer ruido, y miró en todas las direcciones tratando de ver algo o a alguien, y no vio nada; se dispuso a entrar en el coche, cuando le pareció oír un murmullo; prestó atención y parecía que detrás de un montículo de tierra que había a la derecha del coche, venían voces, subió el montículo despacio para no hacer ruido, y a gachas se fue acercando hacia donde venían las voces. Lo que vio lo dejó helado. Allí había tres hombres de aspecto extraño, que charlaban en una jerga ininteligible, alrededor de una hoguera.

   Los tres hombres eran de una estatura alta, morenos, de pelo largo y ensortijado. A Miguel le llamó la atención que estaban cubiertos con unas pieles como si fueran magos esperanzeros, pero con piel de cabra y sus piernas eran fuertes y no tenía ropa que las cubrieran, ni zapatos en sus pies. Sus brazos eran largos y musculosos como si de gladiadores se tratara, luciendo en sus rostros una extensa barba. De entre los tres hombres sobresalía uno que era el que parecía dirigir la conversación, este era más robusto y corpulento -si cabe-, que los otros dos, su frente arrugada, calva y espaciosa, el rostro alegre y feroz, de piel morena, negro los ojos vivos y veloces*.

   Miguel pensó que ya había visto suficiente y que lo mejor era poner tierra de por medio, así que fue a darse la vuelta para dejarse arrastrar hacia el coche, cuando una voz poderosa y en un castellano extraño le retuvo. “¿Dónde vas Miguel?”.

    Quedó petrificado. ¡No sólo le habían visto, sino que además sabían su nombre!

   No pudo moverse, allí se quedó no sabe cuanto tiempo hasta que el hombre más alto de los tres se le acercó.

 -“No tengas miedo Miguel, ven, te estábamos esperando”.

   Aquel hombre le ayudó a levantarse y poniéndole el brazo por encima del hombro lo acompañó hasta donde estaban los otros dos hombres, que se habían puesto de pie.

    -“Miguel, este es mi hermano Chimenchia, y este mi hijo Bentor,…y yo…yo soy Benchomo, el último Mencey de Taoro”.

   Miguel piensa que se están riendo de él, mira a su alrededor tratando de ver algo que le de luz sobre lo que está sucediendo, pero lo único que siente es un sudor frío que le recorre el cuerpo.

    -“Tu dices que eres Benchomo, el Mencey de Taoro, pero, ¿cómo vas a serlo si Benchomo murió hace ya más de 500 años?”

   -“Mi cuerpo murió hace más de 500 años como tu bien dices, pero yo Benchomo, Mencey de Taoro, juré porMagek (1) no tener derecho al descanso eterno, en el Valle de  la Puerta  del Este, lugar donde moran nuestros antepasados, hasta no dejar nuestra tierra libre de esa gente extranjera que pisotea nuestra nación”.

    Miguel estaba perplejo, se sentía confundido, él siempre se había sentido parte de un mismo pueblo…

¡de su pueblo canario!, nunca se había identificado como español, pese a toda esa educación que habían tratado de inculcarle, pero aquello era demasiado…¿o talvez todo era producto de un sueño? ¡Sí, talvez era eso!, estaba soñando y lo mejor era dejarse llevar.

   Alrededor de la hoguera había cuatro piedras distribuidas de tal manera que guardaban la misma distancia la una de  la otra. Benchomo  se sentó en una de ellas, y lo mismo hicieron los otros guanches, y con un ademán invitó a Miguel a sentarse.

    Entonces empezó la narración más increíble que pudiera haber escuchado jamás. Benchomo, ayudado por Bentor y Chimenchia, le narraban a Miguel como era su tierra antes de la llegada de los bárbaros llamados españoles. Cómo era su gente, los menceyatos en los cuales se dividía la isla, los problemas que solían tener, las capas sociales que componían su sociedad, las luchas entre los diferentes menceyatos por el control de  las tierras de pastos…

   Miguel se daba cuenta de que los tres hombres disfrutaban con la narración, pero de pronto se produjo un silencio, parecía que lo que vendría a continuación, les costaba pronunciarlo, pero al fin Benchomo se decidió y prosiguió la narración.

    -“Éramos felices, realmente éramos un pueblo con orgullo hasta la llegada de esos facinerosos que se hacen llamar españoles, esa raza de hombres hambrientos de sangre, cobardes y sin palabra de honor”.

   Benchomo y Chimenchia le contaban con orgullo en sus ojos cómo al frente de sus Katuten (guerreros), emboscaban a los españoles en Izarda, (la montaña oscura, hoy  La Matanza ), derrotando al conquistador Alonso Fernando de Lugo, quién perdió toda su dentadura de la tremenda pedrada que de  uno de los katuten recibió. Quedando en el campo de batalla más de 2.000 españoles muertos.

   Sin embargo, sus ojos se entristecieron cuando narró la batalla de Eguerew ( La Laguna ) que tuvo lugar al amanecer del 14 de noviembre de 1494 en la zona de  La Jardina , en las faldas de  la Sierra  de Sejeita (San Roque).  (2)

   Llegado a este punto, Miguel interrumpe a Benchomo y le pregunta:

    -“Mencey, te agradezco profundamente que me hayas contado toda esa historia, así como hacerme partícipe de ese calvario que ustedes han pasado, pero… ¿Qué quieres de mi?”.

   Los tres guanches se miran y Benchomo le habla con estas palabras:

    -“Como ya sabes, hemos jurado no tener derecho al descanso eterno en El Valle de  la Puerta  del Este, hasta no expulsar al invasor español, y es por eso por lo que te necesitamos. Vemos que la hora ya está próxima, que nuestro pueblo está recobrando su identidad y que los días de España en Canarias están tocando a su fin. Sin embargo, Canarias no tiene un Mencey que los dirija, y es por eso que hemos recurrido a ti”.

    Miguel cambia de color, sin embargo inmediatamente pregunta:

   -“Mencey, si lo que necesitas es un líder, ¿porqué yo?, si además yo no se usar un arma de fuego, ni he disparado un solo tiro en mi vida”.

   -“Miguel”, responde el Mencey, “por tus venas corre sangre de menceyes, el padre de tu padre es hijo de mi hijo, por lo tanto a ti corresponde reanudar la lucha contra el extranjero, y por el hecho de que no sepas usar un arma de fuego no te preocupes, pues no es indispensable el acto heroico de empuñar un arma. Basta con que profirieses las palabras que lleguen al alma de nuestro pueblo, palabras que sean capaces de movilizar sus fuerzas anímicas”.

    -“Benchomo, lo siento, yo no puedo ayudarte, ¿cómo explicarme ante nuestro pueblo?, ¿cómo decirle que yo soy descendiente directo del último mencey libre de Chinet?me tomarían por loco y se reirían de mi!”.

    Benchomo se levantó y en silencio se dirigió bordeando el barranco unos doce metros. Los ojos de Miguel lo seguían y vio como el viejo mencey rodaba una piedra de gran tamaño dejando al descubierto la entrada de una cueva; el Mencey a duras penas se introdujo en ella y al poco tiempo volvía a reaparecer trayendo en su mano un viejo palo, testigo de mil combates. Regresó al punto de reunión y extendiendo el brazo le ofrece el objeto diciendo:

   -“Este es mi banot de guerra, con él derroté a infinidad de enemigos y con el fui respetado por mis paisanos. Tómalo y una vez en tu poder, el espíritu rebelde que anida en los canarios sabrá reconocer en ti el poder que emana de los viejos menceyes alzados en armas”.

   Miguel se pone en pie, y tenso he histérico le grita al Mencey:

   -“No puedo Mencey, no puedo… ¡No estoy preparado para esto!”.

    Benchomo con el rostro inalterable le dice:

   -“Está bien, volveré a poner el banot en su lugar donde ha estado aguardando siglos…pero prométeme que cuando te encuentres preparado volverás a recogerlo”.

   Miguel asiente y ve luego como el viejo mencey se dirige a depositar el banot en  la cueva. Los  guanches Bentor y Chimenchia le hacen un gesto como de despedida y siente que la conversación ha terminado.

    Se dirige al coche, no sabe como llegó, sólo tomó conciencia cuando toca el volante con las manos, le da a la llave y con el motor en marcha se queda meditando lo que ha vivido. No sabe si es real o un sueño. De repente, con gesto rápido abre la guantera, extrae una pequeña linterna y sale corriendo hacia el lugar donde había estado un momento antes. ¡Era un sueño!, todo había sido un sueño, allí no había nadie, ni rastro de hoguera, ni nada que pudiera demostrar que allí habían estado cuatro hombres charlando largamente.  De pronto se acordó de la cueva, corrió hacia allí y quedó petrificado. ¡La piedra estaba allí!, ¡era real! Dejó la linterna en el suelo y empujó con todas sus fuerzas. Al rodar la piedra dejó al descubierto la pequeña entrada de  la cueva. Cogió  la linterna y se introdujo con esfuerzo en el hueco; una vez pasada la entrada la cueva se ensanchaba en su interior y Miguel se pudo incorporar. Se quedó atónito, lo que el haz de luz de la linterna le dejaba ver lo dejó mudo; no pudo articular palabra. Allí estaba el banot que el Mencey Benchomo le ofreciera, pero no estaba solo, estaban tres momias aborígenes y Miguel supo en aquel momento a quien pertenecían, rodeadas de vasijas y utensilios de sus antepasados.

   Miguel cogió el banot y cayó de rodillas, escondiendo su cara entre sus manos, dejando resbalar sus lágrimas… Mientras lloraba, le pareció que el aire era inundado por un lejano tañir de tambores y chácaras…fuera de la cueva amanecía.

*El Mencey Benchomo en el momento del enfrentamiento con los españoles, contaba con 70 años de edad y su descripción física coincide con la que se da en este cuento, según los estudios realizados por el Dr. Juan Bethencourt Alfonso y publicado en “Historia del Pueblo Guanche” por el mismo y editado por Lemus.

 

NOTAS:

(1)    Magek (Juro por ese Sol que nos alumbra).

El Valle de  la Puerta  del Este, afectivamente es el lugar donde “moran” los espíritus de nuestros ancestros, aquellos que en vida fueron justos, horrados y valientes, dicho valle corresponde a la actual ciudad de  La Laguna , en tiempos de nuestros antepasados era zona “universal” donde podían converger los pastores y rebaños de todos los menceyatos aunque estos estuviesen en guerra entre sí, era el Valle Sagrado de toda  la Nación Guanche.

 (2)    La supuesta batalla de  la Victoria  realmente no existió, lo que sucedió es que un capitán de a caballo del ejército invasor tuvo un encuentro con un grupo de pastores, matando a algunos y aprisionando a otro, a partir de este hecho los historiadores españolistas (Espinosa) lo han convertido en una batalla y victoria como revancha a la batalla de  La Matanza , donde por cierto, esta perfectamente documentado que murieron más de 2000 invasores y no 900 o 1000 como apuntan algunos cronistas. Fue la mayor derrota que jamás recibieron los ejércitos españoles en sus aventuras coloniales.

  La batalla donde murieron Benchomo y su hermano Chimenchia fue en la de Eguerew ( La Laguna ) que tuvo lugar al amanecer del 14 de noviembre de 1494 en la zona de  La Jardina , en las faldas de  la Sierra  de Sejeita (San Roque).

Quien dio muerte a Chimenchia no fue un Capitán español, fue el canarii (canario) perteneciente a la compañía de canarios auxiliares mandada por Maninidra Pablo Martín Buendía que con la pica en alto se dirige al encuentro del infortunado príncipe. EntoncesTinguaro, cansado, mal herido, débil por la sangre que perdía y abatido por la desgracia, cruzó los brazos en señal de rendición y dijo: "No mates al hidalgo, que es natural hermano de Bencomo y se te rinde aquí como cautivo".

Estas frases fueron pronunciadas en guanche, lengua que los invasores castellanos no dominaban, sólo pudieron ser entendidas por otro guanche-hablante es decir, por el propio Buendía quien después lo narraría como merito de su hazaña, por cierto, que el tal Buendía fue generosamente datado en tierras por Alonso de Lugo.

  Existieron otras batallas poco divulgadas como la de Ofra donde fue derrotado el Gobernador Maldonado y otra que tuvo lugar en los altos de Los Realejos.

 Por otra parte, Bentor se suicidó ritualmente arrojándose al vació desde el Roque de Tigaiga, prefriendo hacer de mensajero antes que entregarse a los invasores.

 

Historia del Pueblo Guanche

Juan Bethencourt Alfonso

Edición y anotaciones de: Manuel A. Fariña González

Francisco Lemus, Editor.  La Laguna-Tenerife , 1997.

 

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