Hay que echarlos
Por
Nicolás Guerra Aguiar *
A velocidad de vértigo se suceden los
acontecimientos en este país, puro espejismo de lo que fue hace quince, ocho
años. Cuando Europa volcaba montañas de millones y gran parte de la población
gozaba de un puesto de trabajo –la mentira de la burbuja del ladrillo–, España alardeaba con la chulería que definió
siempre al prototipo del hombre hispano. Había dinero, mucho dinero. Tanto, que se despilfarraba en obras cuyos costes
finales triplicaban o cuadruplicaban los presupuestos iniciales. Era lo de
menos: ni controles, ni denuncias, ni investigaciones.
Así, el estadio Gran Canaria, cuyo coste se
disparató, pues el proyecto cifrado en 19 millones pasó a 54, aunque otras
fuentes hablan de 70 millones de euros (www.udlaspalmas.net cifra el importe final en 90 millones).
Inaugurado en 2003, poco antes de las elecciones, el Gobierno insular de
aquella temporada (pacto PP-CC) tenía que saber lo que estaba pasando, cómo
subía el presupuesto a medida que las obras continuaban. Sin embargo, no
recuerdo que hubiera públicas explicaciones, rigurosas y detalladas sobre el
coste final con minuciosas ilustraciones de dónde se había invertido cada euro
y, sobre todo, el porqué del increíble desfase. Pero tampoco recuerdo que el
PSOE exigiera su publicación.
Hace
meses estuve en el sur de Portugal, zona ayer deprimida,
feudal, hoy emporio turístico en manos de alemanes, nórdicos, españoles, banca
judía. Sucedió lo mismo que aquí: el atractivo del dinero fácil significó el
abandono del campo, muchas veces cultivos familiares para la elemental
subsistencia. Y también llegó dinero europeo, y también se despilfarró: no es
extraño encontrar en pueblos de la misma comarca, e incluso limítrofes,
auditorios solemnes, impresionantes. El noventa por ciento de ellos están
abandonados por razones obvias: se habían olvidado de educar al pueblo para
que, sensibilizado en las artes, se convirtiera en receptor. Además, municipios
con cinco mil paisanos carecían de presupuesto no ya para actos, ¡ni tan
siquiera para su mantenimiento!
Las Palmas de Gran Canaria tiene varios
emporios culturales, y como símbolo el Teatro Pérez Galdós,
en ruina económica, lo cual no impidió que su ya exdirector cobrara 100.000
euros anuales (por cierto: ¿cobran los miembros de su patronato?). Cuenta
también con Auditorio Alfredo Kraus, teatros Cuyás, Guiniguada (¿sabe usted, estimado lector, cuál fue el
disparatado coste final de este?), La Regenta, CAAM, Centro Cultural San
Martín… Sin embargo, a pocos quilómetros, una obra
faraónica inacabada, disparatada, el Palacio de la Música y de las Artes. En
ella se han invertido muchos millones de euros, y será reconvertida según un
concurso internacional de ideas (¿pagará los doce mil euros de premio el
Ayuntamiento al que a veces no le fían la gasolina?). Este «monumento a la
opulencia más zafia de la historia de Telde» (www.Teldeactualidad) fue presupuestado (1999) en nueve
millones de euros. Ya ha consumido quince, y calculan que necesitaría otros
dieciocho. (De auténtico empute los comentarios
escritos de muchos ciudadanos teldenses, hartos).
El Estadio Gran Canaria y el Palacio de la
Música y las Artes son solo dos ejemplos de despilfarros, improvisaciones y,
¡sorpresa!, cálculos presupuestarios irreales, como si no se hubieran hecho con
rigor, seriedad y conocimiento de la materia. Que en tres años haya un desfase
de unas decenas de miles de euros parece, incluso, hasta normal. Pero que en la
primera obra (estadio) encontremos cincuenta o setenta millones de diferencia
(según las fuentes) y en la de Telde ascienda a veinticuatro millones, no tiene
más que una conclusión: algo extraño se esconde ante tales disparates.
Sin embargo, ahí están las dos realidades,
aunque la de los faicanes esté a medias (veintiocho
variantes señala el profesor Navarro Artiles en la
voz aborigen canaria). Y otros ejemplos de cómo se vivió en España hasta ayer
mismo, cuando Europa entregaba dinero a espuertas y los políticos ocultaron que
años más tarde tendríamos que devolverlo con intereses, los hay a decenas, como
aeropuertos sin aviones, o estaciones sin trenes. Pero, además, cuando Europa
cerró el grifo, los organismos oficiales siguieron despilfarrando como si el
país fuera inmensamente rico, poderosísimamente cienmilmillonario. Y nada queda en las arcas (estatales,
comunitarias, cabildicias, municipales) porque se
malgastó sin pudor alguno, recato, prudencia o responsabilidad, sin respeto a
la ciudadanía que representaban…, y sin control.
Muchos, muchísimos de aquellos siguen en el
poder. Y ya no están solos. Además, colocan a sus hijas (aquella del «¡que se jodan!», por ejemplo), yernos (el marido de
aquella), mujeres, hijos... Por eso hace falta un urgente «majo y limpio», una
serena, pacífica y democrática revolución que denuncie aquel tiempo pasado, que
es el mismo de hoy, con parada obligatoria en juzgados y prisiones
incondicionales para quienes supuestamente robaron y botaron dinero público.
Necesita el país una inaplazable purificación democrática, brigadas
especializadas, fiscalías capaces, juzgados monotemáticos que investiguen hasta
el fondo situaciones perplejantes, las más de las
veces consentidas por la ciudadanía.
Porque o esta reacciona –la calle, solo le
queda la calle– o el país irá definitivamente al
caos. No solo robaron: también álguienes son
responsables de puentes que a ningún sitio conducen, autovías para media docena
de coches, muelles –Sardina– grotescamente
bloqueados, casas de la juventud sin jóvenes, multimillonadas
bankarias desaparecidas... O el Pérez Galdós, que entre 2008 y 2011 gastó casi once millones de
euros en montajes…, y recaudó un millón en taquilla. Diez millones en tres
años, ¡qué disparate! (¿Nadie controlaba el dinero público? ¿Exigirá cuentas el
Ayuntamiento capitalino o también el pueblo lo dejará pasar?)
* Nicolás Guerra Aguiar / Las
Palmas de Gran Canaria. 7 de agosto de 2012.
Fuente: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=270927