Grave afrenta a la memoria guanche

«» Agustín M. González *

Desde la cueva de Bencomo, situada a orillas del barranco del Pinito, en medio de la ladera de Tamaide, se observa una espectacular panorámica de todo el Valle de La Orotava, desde el mar hasta el pico del Teide. | 

El lugar es espectacular, único, aunque cinco siglos atrás lo era mucho más, sin duda, y estratégico como pocos. En medio de la ladera de Tamaide, que cierra el Valle por el este, y justo en la frontera natural entre los municipios de La Orotava y Santa Úrsula, se aprecia una hilera de oquedades a unos 50 metros apenas sobre la actual carretera general de la Cuesta de la Villa; enfrente del famoso mirador de Humboldt. Nadie diría que aquello fue en otro tiempo la morada de un rey. Hablamos de Bencomo, el penúltimo mencey de Taoro, que, según la tradición, tenía en este lugar una de sus residencias preferidas. DIARIO DE AVISOS emprendió una visita para conocer el estado en que se encuentra este enclave catalogado como Bien de Interés Cultural (BIC) y Monumento Histórico, pero que está sumido en el mayor de los olvidos y abandonos.

No hay señalización de ningún tipo ni apenas sendero, pero no es difícil marcar una ruta con las referencias del barranco y la carretera que delimitan la zona. Desde una urbanización cercana emprendemos una corta marcha campo a través. La abrupta y pedregosa ladera, y la abundante presencia de matorrales y pencas, no facilita la búsqueda de la entrada, bien camuflada bajo un repecho. La encontramos y, a diferencia de visitas anteriores, esta vez no estaba cerrado el acceso con maderas y hierros, como vienen haciendo durante décadas los cabreros que se la apropiaron. La entrada estaba expedita. El primer habitáculo, pequeño y profundo, que en su parte central más elevada no llega a 1,80 metros, está completamente alfombrado por un lecho de excrementos resecos de cabras, de varios centímetros de espesor. Son tan antiguos que apenas apestan. Eso y los restos óseos caprinos que abundan por los rincones, demuestran que la cueva ha sido usada intensamente como un corral de cabras clandestino, durante décadas.

Al fondo, un pasadizo de apenas un metro permite el paso a gatas a la segunda estancia de la cueva, la mayor, de unos 20 metros de longitud, casi tres de alto y abierta hacia el barranco en dos grandes ventanales, separados por una imponente columna de piedra, que parece sostener el techo. 

La pared está cubierta de telarañas polvorientas y con un color blanquecino en la piedra que denota filtraciones procedentes de la urbanización residencial construida en lo alto de la ladera. Aquí también hay restos caprinos por doquier.

Desde las ventanas se domina una magnífica panorámica de todo el Valle, desde el mar hasta la cumbre, con el Teide majestuoso en lo alto. A pesar de la suciedad y del abandono, no resulta difícil imaginar que esta cueva fue para los guanches una morada ideal y singular. Sus condiciones naturales parecen inmejorables: bien resguardada de las inclemencias meteorológicas, amplia, ventilada y segura, con visión abierta hacia el exterior, como una atalaya privilegiada y, además, con la existencia de una fuente natural a pocos metros, la fuente de Tamaide, de la que ahora apenas quedan restos. Para los guanches, era una residencia de lujo.

La visita del DIARIO confirmó los temores. Justo treinta años años después de su declaración como Monumento Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural (BIC) por parte del Gobierno de Canarias, la que fuera -según la tradición- morada de Bencomo, legendario mencey de Taoro, sufre un vergonzoso abandono institucional, más incomprensible, si cabe, teniendo en cuenta que en estos tres decenios tanto el Gobierno regional como el insular han estado en manos de partidos autodenominados nacionalistas. A pesar de la rimbombante declaración oficial de Monumento Histórico -que se extiende incluso hasta la consideración de Patrimonio Histórico de España-, y a pesar también del larguísimo tiempo transcurrido, la cueva guanche existente en el barranco del Pino, en la frontera entre La Orotava y Santa Úrsula, permanece olvidada, desprotegida y hasta mancillada, pues lleva décadas siendo utilizada como un corral de cabras por ganaderos de la zona, que se la han apropiado, deteriorando todo el entorno.

También llamada cueva del Rey o de los Siete Palacios, el lugar pudo haber sido un auchón, un conjunto de vivienda, granero y corral. Según la tradición, en este hueco de basalto en medio de la ladera de Tamaide nacieron famosos personajes que gobernaron el menceyato de Taoro, como Bencomo, Tinguaro y Bentor. En todo estos años han sido innumerables las denuncias y reclamaciones de colectivos de todo tipo, pero de nada han servido para que la cueva de Bencomo reciba el trato que se merece como el monumento de la cultura canaria que es.

El Centro de Estudios Imazighen presentó el año pasado una petición al Cabildo para acometer gratis la limpieza del lugar, pero fue rechazada dado que la citada Administración consideró que, al tratarse de un yacimiento arqueológico, requiere de cuidados especiales y de la supervisión de profesionales en la materia. Hay otra circunstancia que hace aun más sangrante el abandono de la cueva de Bencomo. El mismo decreto del Gobierno de Canarias del 14 de marzo de 1986 declaró monumento histórico-artístico a la cueva de Belmaco, en La Palma, otro templo de la cultura aborigen del Archipiélago que, sin embargo, ha tenido más suerte: desde 1999 Belmaco es un parque arqueológico y referente cultural de esa isla. En Tenerife, al contrario que en el resto del Archipiélago, no existe en la actualidad ni un solo yacimiento o recinto de la cultura guanche que pueda ser visitable y utilizado como instrumento de divulgación histórica o etnográfica, o como recurso cultural y turístico. El patrimonio aborigen de Tenerife ni se ha cuidado ni se ha puesto en valor. La cueva de Bencomo es un triste ejemplo.

* AGUSTÍN M. GONZÁLEZ

Fotos: SARA GONZÁLEZ

Fuente: diariodeavisos.2017/01