Aquellos fuertes bárbaros canarios

 

Nicolás Guerra Aguiar  *

Aunque las investigaciones arqueológicas  -en Gran Canaria, por suerte, con sabios como don Julio Cuenca- han demostrado con rigor la procedencia africana de los primeros habitantes de Canarias ya apuntada a inicios del siglo XVII por  Cairasco de Figueroa (…lo más cierto / es que fueron de la África vecina), no está de más corroborar desde la lengua tal aseveración. Así, por ejemplo, la voz tenique, recogida en el Diccionario Histórico-Etimológico del Habla Canaria (doctor Morera), que tal vez «se trate de una palabra de procedencia guanche relacionada con el bereber inken». Es también el caso del sustantivo  gánigo, quizás procedente del bereber aquenqum.

El mundo de fantasías que los románticos tinerfeños tejieron en torno a los aborígenes canarios (Tinguaro, Bencomo, Beneharo… representan la nacionalidad y el nacionalismo) llevó a muchos escritores a elevar casi a categoría de mitos a los primeros pobladores, ficciones y leyendas que sobrepasaban incluso las propias capacidades humanas de aquellos. Y cuando la visión romántica de los guanches (generalizo el término) desapareció, quizás por bastardos intereses políticos propios del conquistador se impuso la idea de que los prehispánicos llegados del Norte de África fueron un pueblo casi en la Edad de Piedra, elemental en sus estructuras sociales, subdesarrollado e, incluso, primario. Así, por ejemplo, cuando los colonialistas llegan a Canarias –ellos conocían impresionantes catedrales góticas, Italia florecía en el Renacimiento- el habitáculo de sus pobladores era casi troglodita, cuevas.

Por tanto, no extraña que el mismo Cairasco hable de «el fuerte bárbaro» cuando se refiere a Doramas (mitificado caudillo), quien «alcanzó la corona y regia púrpura», quizás el modelo renacentista del individuo puro -aunque algo desfasado en el tiempo- que vive en medio de la Naturaleza idealizada para aquel pensamiento. Pero en la realidad, Naturaleza identificada con  los aborígenes durante los dos mil años que estuvieron en la Gran Canaria, respetuosos al máximo en lo que hoy llamamos el equilibrio ecológico. Así, un ejemplo: los inmensos bosques que poblaban Gran Canaria son notariados en crónicas y textos literarios; sin embargo,  desaparecen en unos pocos cientos de años precisamente a manos de quienes llegaron en nombre de la cultura y el progreso.

Tuve la grandísima suerte de asistir a una conferencia del señor Cuenca –rigor, seriedad, investigación exhaustiva, ajeno a exaltaciones de lo nacional frente a lo extranjero- hace unos días en la Casa de Colón, organizadora del brillante XX Coloquio de Historia Canario-Americana. Y en otro momento de una mañana hablamos durante dos horas en un monólogo  de saber que me desmontó, por suerte, las falsas ideas que tenía sobre los aborígenes canarios en torno a sus limitaciones culturales. Este arqueólogo  -arqueología de la religión es su trabajo actual- nunca se basa en conjeturas –aunque son necesarias- sino en trabajos a pie de investigación, con experiencias vividas al paso de los años mientras arqueologiza en Balos, Cuevas del Rey o Risco Caído, su gran descubrimiento que revoluciona, insisto, la falsa idea de una cultura subdesarrollada.
La población que llegó a Canarias procedente del Norte de África exilia con ella conocimientos culturales muy variados en cuanto que –convence el señor Cuenca- conoció culturas diversas, incluida la megalítica, la que se extendió por aquella zona del continente, Mediterráneo, Europa Occidental. Porque su islamiento en la Gran Canaria, por ejemplo, la desconexión con otros pueblos a lo largo de sus dos mil años hasta la llegada del conquistador no hubieran dado lugar a ese ejemplo de inteligencia, sofisticación y desarrollo que fue el espacio sagrado, religioso, conocido como almogarén (por cierto, voz que no figura en el DRAE, aunque sí en el DH-EHC y en el Diccionario Ejemplificado de Canarismos [doctores Corrales y Corbella] también con la forma almogaren). Trátase, por ejemplo, de la Cueva Pintada de Gáldar o las del Risco Caído, Artenara, aquí veintiuna cuevas excavadas por ellos, aunque la número seis es la más impactante, lado Norte. Es un perfecto reloj localizado en la cueva religiosa, un sofisticado calendario para saber en qué momento debían sembrar (es el triángulo púbico, símbolo de la fertilidad): la luz solar penetra por un orificio también construido a mano y se proyecta en imágenes variadas según la época del año.

El contacto con la Naturaleza –recalca el investigador- es un elemento que define una cultura en absoluto subdesarrollada, aunque esa es la idea que llegó hasta mí, imagen oral quizás interesada como táctica colonizadora, tal vez consecuencia de  escasa o nula sensibilidad científica de los primeros conquistadores. Y esa misma Naturaleza es, a la vez, multiplicidad de símbolos sagrados, árboles, montañas, monolitos como el Nublo hacia el que orientan sus cuevas construidas en laderas de barrancos, quizás por la proximidad a sus correntías en épocas de lluvias… Viven de la Naturaleza, por eso la adoran y respetan, porque es su fuente de vida. ¿Habría permanecido una población como la de Gran Canaria –a veces hasta cuarenta mil individuos- en una Isla de recursos tan limitados si sus pobladores desconocieran organizaciones sociales, control de la natalidad, y no hubieran tenido claras ideas fundamentales de subsistencia como, por ejemplo, que la tierra no es de nadie, sino de todos, o que es preciso pagar diezmos para los graneros colectivos que suplen a las malas cosechas? 

Dos horas de dialogado monólogo son impactos emocionales si quien revoluciona es don Julio Cuenca –siempre con seguridad demostrada, datos, pruebas, Ciencia-. En ningún momento se dejó llevar por desórdenes pasionales, fáciles arrimos a nacionaleros planteamientos. Muy al contrario, serenidad y distensión dominaron en aquella clase magistral que aprendí.

La investigación arqueológica en Gran Canaria como ciencia sigue siendo eso, lo que los romanos llamaron scientia, ‘conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales’. O lo que es lo mismo, lo que además vengo aprendiendo desde hace unos días con el maestro, señor Cuenca. (con otros investigadores, de los que me ocuparé.)

* Las Palmas de Gran Canaria

Fuente: Canarias7, 28-10-2012