Fayna, la hija de Guayota

 

MONTY *

 

Echeide, custodiado por unos gigantescos guardianes escogidos de entre aquellos fornidos pastores guanches…

 

 

Siempre que subo a Las Cañadas del Teide, cosa que hago con frecuencia, no dejo de sustraerme a la antigua leyenda, perdida en las arrugas del tiempo, que habla del dominio y la presencia de un poderoso faicán, que habitaba un suntuoso palacio en las entrañas del volcán Echeide, custodiado por unos gigantescos guardianes escogidos de entre aquellos fornidos pastores que solían acudir con sus rebaños a pastar durante los largos estíos, y que rendían tributo de pleitesía a su amo y señor de todos los dominios de la Isla; el poderoso Guayota. Y aunque la rumorología pastoril hablaba con temor de sus poderes mágicos y sus supuestos tratos con el Maléfico, capaces de alterar hasta los comportamientos del mismo Magec, señor de las luces, lo cierto es que tenía una gran debilidad por su única hija, Fayna.

 

Una joven de extraordinaria belleza que paseaba siempre por los caminos de las cañadas protegida celosamente por un cuerpo de gigantes, que hacían de su virtud la razón de sus vidas. Atraídos por la fama de sus atributos, numerosos pretendientes solían penetrar en el recinto del gran circo volcánico que rodeaba a la imponente pirámide asomada al Atlántico, pero estos eran rápidamente capturados por los prevenidos servidores, y en el mejor de los casos eran expulsados, cuando no arrojados al humeante cráter del Echeide.

 

Mas esto no impidió que un día arribara en una recóndita cala del suroeste de la Isla un apuesto marino capitaneando su flamante navío; el cual, atraído por la fama de la belleza de la joven, no dudó en cabalgar, atravesando los bosques de pinares, hasta el altiplano de Las Cañadas. Una vez allí, procediendo con suma cautela, pudo sorprender a la joven acomodada junto a un manantial de aguas cristalinas, conocido como la fuente de La Grieta. Asustada en principio por su inesperada presencia, el sentimiento se fue tornando en mutua atracción, hasta el punto de urdir ambos una estratagema para engañar a los celosos guardianes. Días después merced a un licor de propiedades narcóticas, extraído de los frutos del mocán, el marino se lo cedió a su amada que no dudó en ofrecérselo a sus cuidadores y obsequiarlos con una abundante comida, que consumieron rápidamente con grandes muestras de alegría. Pero las consecuencias del plan trazado no tardaron en desvelar sus efectos, haciéndolos caer en un profundo sueño por confiar ciegamente de las bondades de su protegida.

 

Aprovechando su pesado letargo, los amantes emprendieron la huida, atravesando al galope en la grupa de su corcel toda la planicie de Ucanca; bajando con celeridad el sendero de los pinares hasta la misma rada en donde su navío estaba ya alertado y a son de mar para emprender la partida. Dando vela de inmediato, la nave se alejó rápidamente de la Isla, antes de que los fornidos gigantes se despertaran y se percataran de su ausencia. Horas más tarde, atemorizados por los atronadores gritos de Guayota, los burlados guardianes corrieron desesperados a la costa para tratar de detenerlos, pero llegaron demasiado tarde y sólo pudieron contemplar cómo la nave desaparecía tras la línea del horizonte, llevando a bordo su preciada carga. Preso de ira y desesperación ante tamaño descuido, el faicán apostó a sus servidores en toda la línea del litoral oeste de la Isla, por donde habían escapado los amantes. Y como castigo por su negligencia, los convirtió en imponentes acantilados que ahora otean el horizonte por toda la eternidad; aunque a veces, por gracia temporal del amo y en noches de luna llena, los gigantes recuperan su forma humana y creen ver en la distancia a las lejanas nubes con forma de velas desplegadas que les recuerdan al navío evadido; custodio del apasionado amor de la pareja. Mientras tanto, el desconsolado padre guarda su cólera en las rugientes entrañas del volcán, quién sabe si con la intención de dar paso franco a los ríos de lava ardiente, para trazar un sendero sobre el mar que lo lleve hasta el lejano lugar donde ahora habita su bien amada Fayna. La hija de Guayota.

 

Obtenida por nuestro Cabildo, después de larga espera, la responsabilidad de la gestión del Parque Nacional del Teide -de donde he improvisado este imaginario relato-, sólo espero que el cuidado de nuestro tesoro patrimonial, el más destacado de Canarias, se vea impulsado por acuerdos para la mejora, vigilancia y conservación de su fauna y flora, dada la permanente carga de visitantes a que está sometido todo su perímetro, y el peligro latente de su degradación por la inevitable afluencia. La rentabilización de los servicios adyacentes, que no la de servidumbre de paso, para su mantenimiento óptimo similar a otros lugares del planeta, será la fórmula ideal para cumplimentar tal responsabilidad. Incluso, llegado el caso aunque tal vez yo no lo vea, habrá que establecer una limitación de aforo en este recinto creado por la mano de los dioses, puesto que está más que comprobado que el hombre es el único gran depredador de la Naturaleza. O de lo contrario habrá que recurrir a Guayota para que abra el brocal del magma como severa advertencia preventiva. Bienvenida sea la nueva gestión.

 

jcvmonteverde@hotmail.com

 

Fuente: eldia.es/criterios/2016-02