La falaz modernidad de Marruecos
Juan Jesús Ayala *
Es
importante y necesario saber que la modernidad es un concepto filosófico,
historiográfico y sociológico que propone un mundo de metas, así como las
acciones para alcanzarlas a través de tres valores: la libertad, la igualdad y
la fraternidad.
De ahí, para empezar y
dar un matiz halagador a ese concepto de modernidad, y en referencia a
Marruecos, habrá que decir que la fortuna de su rey está en el séptimo puesto
de las monarquías del mundo, con 2.500 millones de dólares, superando con
creces a los emires de Qatar y Kuwait. Y la fórmula que se tiene para esta
depredación es bien sencilla, y es que en Marruecos es el pueblo el que cada día
enriquece al rey comprándole productos de sus múltiples y variadas empresas.
El Programa de las
Naciones Unidas para el desarrollo no sitúa a Marruecos, como se pudiera
entender ante tanta opulencia, precisamente entre los diez primeros Estados más
ricos de la Tierra; ocupa el puesto 126 sobre
El rey de Marruecos es, desde hace tiempo, el primer banquero,
asegurador, exportador y agricultor de su país, que ha sido asesorado por dos
íntimos colaboradores, perfectos estrategas del adueñamiento de la economía y
de la política del reino, según relatan los periodistas Laurent y Graciet en
el libro que acaban de escribir bajo el título de "El rey depredador.
Apoderarse de Marruecos"[1].
La renta anual per cápita
en Marruecos es de 4.950 dólares, la mitad que los tunecinos y argelinos, por
lo que hay que considerar la desgarradora paradoja de cómo un país pobre se ha
convertido en una fuente inagotable de satisfacción para su monarca, que no
solo incrementa su fortuna, sino que el modesto presupuesto de su Estado se hace
cargo de todos los gastos del soberano y su familia, que, además, no pagan
impuestos. Pero sobre este asunto la opacidad y el silencio es la norma, aunque
se sabe que el sueldo mensual del rey es 40.000 dólares, lo que viene a ser el
doble de lo que reciben Obama o Sarkozy.
A los doce palacios
repartidos por el país se le añaden una treintena de residencias donde
trabajan más de 1.200 personas que corren a cuenta del tesoro público, que
desembolsa para su mantenimiento un millón de euros al día. Los asalariados
empleados por palacio cuestan cada uno unos 70 millones de dólares al
presupuesto del Estado, que forman una estructura piramidal que comienza por los
más humildes servidores del rey hasta una cúpula compuesta por el gabinete
real, de trescientos empleados; el gabinete militar, la biblioteca, el colegio
real, varias clínicas y el quipo de mantenimiento del mausoleo donde están
enterrados Mohamed V y Hassan II. Además, su parque automovilístico dispone de
un presupuesto de seis millones de dólares con coches Rolls Royce, Cadillac,
Bentley, y aun fletó en su día un avión militar marroquí para trasportar su
Aston Martin DB7 hasta la sede del fabricante en Inglaterra para que pudiese
repararlo.
Según el informe de
Naciones Unidas, el 51 por ciento de la población tiene menos de 25 años, con
un futuro totalmente incierto, dado que si se suman los presupuestos de los
ministerios de Transportes y Fomento, Juventud, Deportes, Cultura y Vivienda y
Urbanismo se llega a 226 millones de euros, cifra inferior a los gastos del
palacio real, con 228 millones.
Existe, pues, un
espejismo referente al país donde, así de pronto y en visita turística, y
desde lejos, da la sensación de que parece que funciona a la perfección y que
la riqueza se reparte, pero la evidencia pone de manifiesto que el 76 por ciento
de esta riqueza es de la monarquía, su máximo patrón, lo que ocasiona que la
indigencia no sea un mal cuento, esté regada por el país y que la pobreza se
pasee por sus plazas, cuando no llega en pateras como referentes de la situación
degradante que existe.
Marruecos, tan cerca pero situado en la lejanía del progreso, bienestar social y de respeto a los derechos humanos que los periodistas antes citados en su libro dan noticias de esto y mucho más. Lo cual es positivo, sobre todo, para saber con quién se tiene uno que jugar los garbanzos.
[1]
Le
Roi prédateur