Marisol Magdalena Medina
Rescato
este escrito de hace un tiempo, en memoria de quien hoy nos dejó de este lado;
que sabía de muchas cosas, pero ¡mucho de cabras! y al que sorprendió que yo
lo contara así en primera persona:...
Hoy sin proponérmelo, voy a referirme a alguien muy cercano
y del que tengo esta historia. Yo crecí afortunadamente en medio del campo,
rodeada de bandas de tuneras y almendreros, en un barranco de los muchos que
tenemos en esta tierra y vivimos de la tierra y el ganado.
En
una familia concreta, el padre y esposo muere y es su hijo mayor quien se queda
al frente de la casa. Se encarga de seguir en el puesto de trabajo que
desarrollaba su padre y se hace cargo junto con su madre y hermanos de los
animales y las tierras.
El
trabajo y las cosechas siguen básicamente igual y se sacan para adelante pero,
en cuanto al ganado, la costumbre de todos era tener las cabritas, ovejas,
vacas, pocas cabezas, amarradas en el corral, casi en desaparición el pastoreo.
Siempre se había hecho así y a nadie se le ocurrió antes que los animales
pudieran andar sueltos por las bandas y riscos y comiendo dónde, cómo y cuándo
quisieran.
Pero
el joven, eso lo veía poco práctico y se replanteó el modo de cuidarlas. Optó
por una forma revolucionaria, que a todos dejó perplejos y a pocos vecinos dejó
contentos, más que nada por su atrevimiento. Decidió que a partir de ese
momento su ganadería gozaría de libertad absoluta y sólo vendrían a casa
para el ordeño y en caso de temporales o enfermedad. Su ganado aumentó pasando
a ser un considerable números de cabezas. Los animales que eran los que más rápido
aprendían, iban y venían cada día, por necesidad y por rutina y los demás
pues, acabaron aceptando la implantación de este sistema aunque no lo emularan.
No pasó nada malo con este cambio, al contrario, creó un precedente y el
modelo se extendió, aunque en algunos casos excediendo lo adecuado. Pero se
mejoraron las condiciones tanto para el pastor como para el ganado; así de
simple. No era un caso excepcional, fue un tipo con perspectiva, uno con luces,
que diría alguno.
Por
qué cuento esto que parece un ejemplo bastante tonto y simple; primero porque
es una historia cercana y me apetece y segundo y más importante, porque
demuestra que lo establecido no siempre es lo acertado. Porque, el que una cosa
se lleve haciendo de una misma manera durante mucho tiempo, no significa que ésta
sea la forma correcta. Porque no siempre el más viejo está más acertado en
los métodos que el joven. Tampoco al revés la premisa siempre se cumple.
Porque los cambios, que siempre tendrán una razón de ser, son necesarios.
Porque hay errores tan anclados en la rutina diaria, que nos parecen aciertos.
Porque los pequeños logros no siempre significan avances. Porque, si nos
dedicamos a perpetuar los viejos métodos y a no aceptar las nuevas propuestas,
nos estaremos condenando a la caducidad y el desgaste. Porque los movimientos no
se inician sin quitar el punto muerto. Porque si queremos ver una nueva
realidad, la primera que tenemos que analizar es la nuestra. Si queremos que las
cosas cambien, los primeros que debemos hacerlo somos nosotros mismos. Si
quieres avanzar, no camines detrás del lento pero, no te pongas delante del que
hace el camino.