Eutanasia pasiva y cruel… ¿desde cuándo?

 

Eloy Cuadra Pedrini

 

Mucho se ha hablado esta semana de la muerte del señor Manuel, aunque dicho así casi nadie lo identificará. ¿Si les digo “el indigente del mercado” les sonará más, verdad? Pero resulta que yo lo conocía, estuve allí con él la otra tarde noche antes de que muriera, le hablé, me habló, lo miré a la cara, enfrentamos el rostro. Les puedo asegurar que su expresión sólo reflejaba una enorme necesidad de cariño, de ser escuchado, de ser atendido, aunque dijera que no quería ir con los sanitarios a ningún sitio. Esfuércense en pensar por qué no querría.

 

A todos los que hablan desde su casa, desde su oficina, desde su despacho o desde su concejalía, los invito a que miren a la cara a los que sufren, en la calle, que huelan y sientan su miseria y su dolor, pero no un minuto ni dos, no para hacerse la foto y quedar bien, preocúpense por conocerlos, pasen con ellos unos días, sepan de su historia, estoy seguro que cambiarían la forma de ver el mundo.

 

Ahora el señor Ignacio González me llama demagogo -se olvida que yo no soy político-, y sólo acierta a decir del señor Manuel que “eligió no moverse de allí y no podemos hacer nada ante eso”. Aminetou Haidar también eligió morir en Lanzarote y no la dejaron, De Juana Chaos eligió morir por su causa y tampoco pudo, y esa joven anoréxica de Cataluña eligió no comer y se lo impidieron.

 

Lo que ocurre es que en esta sociedad nuestra el valor del ser humano sólo se mide en términos cuantitativos: importamos mientras podemos aportar algo productivo a la sociedad, cuando no aportamos nada pasamos a ser mercancía de desecho -como el señor Manuel-, entonces nadie se preocupará ya por escucharnos, por ayudarnos o por salvarnos. Nadie le ha explicado al señor concejal que el ser humano tiene valor en sí mismo, más allá de su condición social o nacionalidad. Por cierto, ahora que hablamos de nacionalidad, ¿no fue el señor Ignacio González el que encabezó una manifestación contra la inmigración en Santa Cruz de Tenerife, en octubre del 2006, con un ignominioso cartel que mostraba un cayuco lleno de personas desesperadas como reclamo contra una supuesta invasión de Canarias? ¿Y un señor que compara a personas desesperadas que sólo luchan por su vida con invasores puede ser concejal de asuntos sociales?

 

Hablamos de la evolución humana pero me temo que no es cierto en muchos casos, porque hasta en la Prehistoria se tienen datos de cómo los neandertales cuidaban de sus ancianos enfermos hasta la muerte, y ahora los dejamos morir como perros en la calle, entre ratas, moscas, orines y basura, en aras de una supuesta libertad mal entendida, cuando la muerte del señor Manuel sólo tiene un nombre, eutanasia pasiva y cruel, cosa que por cierto, no recuerdo en qué momento fue legalizada en Tenerife. Y no se trata de inhabilitar a nadie, como dicen ahora tantos adalides de la democracia para no acercarse a la medida propuesta por del señor Gallardón, se trata de rehabilitar, de sanar, de cuidar, de preocuparse por el que sufre. Se trata de que el señor Manuel en el 2009 ya pedía ayuda. Preguntémonos que hicieron con el señor Manuel para que haya acabado así. Se trata de que hay una ley que lo dice bien claro -Ley 41/2002- y aunque no la hubiera, si una sociedad y sus gobernantes no son capaces de evitar que la gente muera abandonada y miserable entre la basura, esa sociedad no merece el calificativo de digna.

 

Señor Ignacio, podrá usted ahora cargar toda su artillería pesada contra mí, me denunciarán, me declararán persona non grata en Santa Cruz, pero la realidad no la puede cambiar nadie: usted es el concejal de asuntos sociales de la ciudad donde la gente muere en la calle abandonada, un día sí y otro también, así que no tire balones fuera y asuma su responsabilidad porque alguna tendrá.