Resumen
La visión del imperialismo como una
etapa superior del capitalismo, caracterizada por la declinación histórica,
estuvo condicionada por la catástrofe bélica de entre-guerra. Este enfoque
introdujo el análisis de períodos históricos diferenciados, pero el simple
contrapunto entre el auge y la decadencia omite las mutaciones ciclópeas del
siglo XX y desconoce que la era clásica fue una etapa intermedia de la
expansión imperial.
En lugar de analizar el imperialismo como un período
único, conviene estudiarlo en función de las distintas etapas que atravesó el
capitalismo. Esta visión es más esclarecedora que la óptica centrada en una
mega-etapa de descenso histórico. Ese enfoque conduce a generalidades, exagera
el alcance de las crisis y olvida el papel determinante de la acción política.
El contraste entre el progreso del
pasado y la decadencia actual indaga al capitalismo con parámetros de otro modo
de producción. Reemplaza el análisis de los desequilibrios objetivos por
criterios de dominación y busca erróneas analogías con la Antigüedad. También
confunde la denuncia con la interpretación y olvida que la violencia extrema
acompañó al capitalismo desde su nacimiento. Resulta inconveniente idealizar
ese pasado.
La crítica debe cuestionar la naturaleza
de este sistema y no las desventuras de cierto período histórico. El
capitalismo no constituyó en el pasado la única, ni la mejor opción para el
desenvolvimiento de la humanidad. Este régimen social está afectado por
crecientes contradicciones y no por un destino de desplome terminal. No se
disolverá por envejecimiento y su erradicación depende de la construcción de
una alternativa socialista.
La visión de Lenin presenta al
imperialismo como un período específico del capitalismo. Considera que los
novedosos rasgos financieros, comerciales y bélicos del fenómeno expresan la
vigencia de una etapa superior o última de ese sistema. Identifica además esa
época con una declinación histórica, que agrava todas las contradicciones del
capitalismo. Esa era de agotamiento es contrapuesta con el auge predominante
durante la etapa ascendente. (1)
Gestación
y madurez
La hipótesis de un período específico
del capitalismo que debatieron los marxistas a fines del siglo XIX no figuraba
en la visión de Marx. El pensador alemán evaluaba a ese sistema en comparación
a otros regímenes sociales, estableciendo contrastes con el feudalismo o la
esclavitud. Limitaba las periodizaciones del
capitalismo a los procesos de gestación de este sistema (acumulación primitiva)
y a modalidades de su desarrollo fabril (cooperación, manufactura, gran
industria).
Un gran aporte de Lenin fue percibir la
existencia de otro tipo de etapas e inaugurar su análisis, refinando las
evaluaciones que suscitó entre los marxistas la depresión de 1873-96. Estos
debates indujeron al líder bolchevique a introducir el novedoso concepto de
períodos históricos diferenciados del capitalismo.
Su tesis de la decadencia estaba a tono
con el clima de catástrofe, que desató el inició de la Primera Guerra y que se
extendió hasta el fin de la segunda conflagración. Durante esos años
aparecieron muchas caracterizaciones semejantes, que asociaban la
generalización del belicismo con el declive del capitalismo.
Este contexto impulsó a establecer una
separación cualitativa entre la prosperidad del siglo XIX y la declinación de
la centuria posterior. Pero lo más llamativo ha sido la persistencia de este
criterio hasta la actualidad. Distintos autores marxistas mantienen esta visión
para caracterizar el escenario contemporáneo.
Estas concepciones contraponen en forma
categórica los dos períodos. Consideran que la pujanza de la primera etapa fue
seguida por un continuado descenso, que perdura hasta el debut del siglo XXI.
La caracterización que planteó Lenin para un momento peculiar es proyectada a
toda la era posterior y el año 1914 es visto como una divisoria de aguas para
el destino de la humanidad. (2)
Con este enfoque, la evaluación de Lenin
se torna omnipresente y sus observaciones de un período específico se
transforman en la norma de una prolongada época. Las monumentales
transformaciones que se registraron durante esta centuria quedan reducidas a
una continuada secuencia de equivalencias entre 1914 y el 2011.
Las enormes mutaciones que tuvo el
capitalismo entre ambas fechas incluyen nada menos que el desenvolvimiento de
distintos intentos de socialismo, en un tercio del planeta. Al suponer que
durante este período “solo se profundizaron las tendencias de la era leninista”,
se omiten estos giros ciclópeos que registró el curso de la historia.
Para comprender el imperialismo de
nuestro tiempo es indispensable reconocer las discontinuidades con la época de
Lenin. La visión del dirigente bolchevique incluía una expectativa de extinción
del capitalismo, antes que este sistema arribara a su madurez en el plano
internacional. Esta apuesta explica la presentación del imperialismo, como una
etapa final de ese régimen social.
Durante el período clásico de 1880-1914
el capitalismo alcanzó por primera vez una dimensión efectivamente mundial, que
impuso la dramática rivalidad por acaparar las fuentes de abastecimiento y los
mercados de exportación. Pero este alcance no implicaba plenitud capitalista,
puesto que aún existían vastas regiones habitadas por poblaciones campesinas,
que estaban divorciadas de la norma de la acumulación. Esta subsistencia
explica por qué razón Luxemburg veía el límite del
sistema en el agotamiento del entorno pre-capitalista.
El imperio total del capital sólo
emergió posteriormente, cuando se afianzaron los tres principios de este modo
de producción a escala global: imperativo de la competencia, maximización de la
ganancia y acumulación basada en la explotación del trabajo asalariado. La
conformación del denominado bloque socialista restringió este alcance, pero su
implosión posterior reabrió un escenario de universalización casi completa del
capital.
El imperialismo clásico constituyó una
etapa del capitalismo y no su período final. Lenin tuvo el acierto de captar la
posibilidad de una transición socialista, previa a la expansión generalizada
del régimen precedente y buscó un camino político para concretar esa
transformación. Pero al cabo de un sinuoso curso de la historia el capitalismo
ha persistido. Soportó el cuestionamiento de levantamientos populares
mayúsculos, que no fueron coronados con la erradicación del sistema.
El periodo analizado por Lenin no fue la
última etapa del capitalismo. Constituyó tan sólo una era clásica del
imperialismo que estuvo precedida por el colonialismo y fue sucedida por el
imperio contemporáneo del capital. Esa fase es vista por algunos autores como
un momento intermedio de la expansión global (Amin) y por otros analistas como
una etapa temprana de esa ampliación (Harvey, Wood, Panitch).
Pero en ningún caso constituyó un estadio terminal del sistema. (3)
Las
mutaciones del siglo XX
Algunas evaluaciones cuestionan la tesis
de una “etapa final”, objetando la visión del imperialismo como período
singular del capitalismo. Postulan el análisis del fenómeno como un dato
permanente del sistema. Con ese criterio subrayan las distintas modificaciones
que registró el imperialismo, en función de las transformaciones análogas que
tuvo el modo de producción. Reemplazan la visión tradicional del fenómeno como
un momento cronológico, por su estudio como una forma de dominación
jerarquizada del capitalismo a escala global. En lugar de observar tan sólo una
etapa, consideran varios períodos de este tipo. (4)
Este enfoque contribuye a cuestionar el
erróneo concepto de “etapa última” como un estadio que irrumpió en ciertas
circunstancias y se ha perpetuado para siempre. Se plantea acertadamente que el
imperialismo no es una noción inmutable, ni intocable.
Pero la idea de una variedad de
imperialismo con anterioridad al siglo XX diluye la especificidad de este
concepto, en comparación al colonialismo y debilita su conexión con una época
de creciente consolidación del capitalismo. Lo más adecuado es destacar que el
debut del imperialismo corresponde al momento señalado por Lenin y que desde
ese surgimiento atravesó por tres períodos diferenciados.
Primero, el imperialismo clásico
correspondió a una era de expansión económica, con gran protagonismo de la
empresa privada, en un marco de importantes reservas territoriales. En ese
momento la asociación mundial del capital era limitada y las crisis cíclicas
devenían con cierta automaticidad, en aceleradas recomposiciones del nivel de
actividad.
Posteriormente surgió el imperialismo de
posguerra con el fin de las confrontaciones inter-imperiales
y con el entrelazamiento de capitales de diverso origen nacional. En esta etapa
el fenómeno estuvo muy conectado con el novedoso intervencionismo estatal, que
aseguró la continuidad de la acumulación. Desde la segunda mitad del siglo XX,
las finanzas públicas socorrieron a los bancos en los momentos de urgencia y
apuntalaron el desenvolvimiento corriente de estas entidades. El gasto público
se transformó en un dato perdurable, que reflejó la necesidad de suplir las
limitaciones reproductivas del sistema, con auxilios estatales.
Este cambio ilustró la pérdida de
energías espontáneas que sufrió el capitalismo, para sostener su propio
desenvolvimiento e introdujo un nuevo parámetro para establecer diferencias
cualitativas entre el surgimiento y la madurez de este modo de producción. (5)
Esa transformación inauguró también la
presencia de nuevos tipos de contradicciones, resultantes del funcionamiento
más complejo que presentó el capitalismo de posguerra. Las dificultades que
enfrentó la reproducción del sistema generaron desequilibrios más variados.
Finalmente, en el período neoliberal, se
consumó otro giro de gran alcance, que dio lugar al surgimiento de otra etapa
del capitalismo. La continuada intervención estatal ilustra la persistencia de
muchos rasgos de la era precedente, pero el sentido de esa acción ha cambiado.
Ya no apuntala mejoras sociales o políticas keynesianas de inversión, sino que
sostiene una reorganización regresiva atada a las normas de la mundialización
neoliberal.
Estas tres etapas del siglo XX-XXI no
son comprensibles mediante simples distinciones entre épocas ascendentes y
declinantes del capitalismo. Incluir a todos los períodos (clásico, posguerra y
neoliberalismo) en una mega-etapa de descenso histórico genera más problemas
que soluciones. Dificulta la explicación de las enormes diferencias que separan
a cada uno de esos momentos. La contraposición binaria entre auge y decadencia
impide captar esas transformaciones y, al eludir ese análisis se navega en un
mundo generalidades.
La tesis de la decadencia es
habitualmente expuesta junto a teorías de la crisis permanente del capitalismo,
que olvidan la localización o temporalidad circunscripta de esas disrupciones.
La imagen de un estallido constante, sin fecha de inicio, puntos de
agravamiento o momentos de distensión, conduce a evaluaciones indescifrables.
Frecuentemente se realzan las tensiones contemporáneas como un dato totalmente
novedoso, olvidando que la ausencia de armonía es un rasgo característico del
sistema vigente. Las crisis constituyen solo un momento de quiebra del
capitalismo y no una fase constante de funcionamiento de este sistema.
La identificación del imperialismo como
una época terminal, conduce a suponer que el capitalismo se encamina en forma
automática hacia su propio colapso. En lugar de captar los múltiples
desequilibrios que genera un sistema de competencia por lucros surgidos de la
explotación se estima supone que el sistema se desliza hacia algún
desmoronamiento fatal. Ese desbarranque es atribuido a la simple regresión de
las fuerzas productivas.
Pero esta visión omite que ningún
régimen colapsa por acumulación intrínseca de desequilibrios económicos. Es la
acción política de los sujetos –organizados en torno a clases dominantes y
dominadas- lo que determina la caída o supervivencia de un sistema social. La
vieja creencia en límites económicos infranqueables para la continuidad del
capitalismo ha sido desmentida en incontables oportunidades. No es el
agotamiento de los mercados o la insuficiencia de plusvalía lo que erradicará a
ese régimen, sino la maduración de un proyecto político socialista.
¿Otro
tipo de sistema?
La mirada del imperialismo contemporáneo
centrada en contrastar una vieja etapa de progreso con un período actual de
decadencia resalta la denuncia de un sistema que amenaza el futuro de la
sociedad humana. ¿Pero es correcto abordar esa crítica contraponiendo ambas
etapas? ¿Cuál es el significado exacto de la noción declive histórico?
Algunas caracterizaciones interpretan a
este concepto como una combinación de estallido financiero con deterioro
energético, ambiental y alimenticio, en escenarios geopolíticos dominados por
una pérdida de brújula del capitalismo. Estiman que la agonía del sistema
obedece a la dominación de las finanzas, a obstrucciones en el cambio
tecnológico y al reemplazo de las viejas fluctuaciones cíclicas por una
declinación continuada. (6)
Pero la cronología de ese crepúsculo no
queda establecida con nitidez. A veces se sitúa su inicio en 1914 y en otros
momentos en los años 70, aunque la caída es siempre contrapuesta con la pujante
era industrial del pasado. Se supone que el capitalismo languidece desde hace
mucho tiempo, pero no se precisa cuándo comenzó la regresión.
Si esa declinación es fechada a
principio del siglo XX se torna imposible explicar el boom de la posguerra, que
involucró índices de crecimiento superiores a cualquier etapa precedente.
Ubicando el debut del estancamiento en los años setenta, no se entiende cuáles
fueron los acontecimientos que desataron ese ocaso.
Pero el principal problema de esta
visión es su presentación del capitalismo como un sistema que funciona con los
parámetros de otro modo de producción. Si las transformaciones que se
puntualizan han alcanzado la envergadura descripta, el régimen imperante ha
perdido las principales características de la estructura que analizó Marx. La
discusión debe por tanto referirse más a la subsistencia del capitalismo, que a
su estadio histórico.
Un régimen económico acechado por el
estancamiento perdurable y sometido a la succión financiera de todos sus
excedentes, ya no se desenvuelve en torno a la extracción de plusvalía. Este
fundamento sólo tiene sentido, en una formación social regulada por la
competencia en torno a beneficios surgidos de la explotación. En ese sistema
los procesos de acumulación están centrados en la esfera productiva y se
desenvuelven a través de fases de crecimiento y depresión. Si esta secuencia ha
desaparecido, la ley de valor ya no cumple un papel rector y otras normas
determinan las tendencias de la economía real. Con esa mirada, el viejo
concepto de capitalismo ya no se amolda a la nueva realidad.
Existe un manifiesto distanciamiento entre
el razonamiento de Marx y diversas concepciones posteriores del imperialismo.
El primer enfoque resalta desequilibrios objetivos del capitalismo y el segundo
se fundamenta en teorías de la dominación internacional. Estas visiones ponen
el acento en el militarismo y diluyen las conexiones existentes entre la
función opresiva de la violencia y la dinámica competitiva de la acumulación.
La teoría del declive terminal percibe
con más acierto una peculiar contradicción reciente: la combinación de
sobre-producción de bienes industriales y sub-producción
de materias primas. (7)
Pero también aquí el problema es la
valoración de ese desequilibrio. No es lo mismo asignarle un alcance específico
derivado de múltiples desproporciones coyunturales, que interpretarlo como una
expresión de resurgimiento pre-capitalista. Con esta
segunda mirada se estima que la escasez de insumos básicos, tiende a crear una
situación semejante a la observada en los siglos XVI-XVII.
Esta analogía refuerza la presentación
del capitalismo contemporáneo como un sistema que opera con otros principios y
por esta razón se olvidan algunas diferencias claves
con los regímenes precedentes. Mientras que los trastornos de sub-producción que acosaban al Medioevo derivaban de
calamidades climáticas, sanitarias o bélicas, las insuficiencias de la época en
curso provienen de la concurrencia por explotar los recursos naturales con
criterios de rentabilidad. Las carencias del pasado obedecían a la inmadurez
del desarrollo capitalista y los faltantes actuales expresan la vigencia plena
de este sistema.
El contraste simplificado entre un
período floreciente y otro decadente del capitalismo pierde de vista los rasgos
del sistema, que han sido comunes a todas sus etapas. Al enfatizar esa
separación se desconoce cuáles son las reglas de funcionamiento expuestas por
Marx y se utilizan criterios más afines al estudio de otros regímenes sociales.
El uso de estos parámetros conduce
frecuentemente a buscar pistas de esclarecimiento, en comparaciones con la
Antigüedad y en analogías con el declive del imperio romano. Esta semejanza es
particularmente tentadora, para quienes consideran que el capitalismo
contemporáneo atraviesa por la etapa final de su decadencia.
Los principales parecidos entre ambos
declives son habitualmente ubicados en el estancamiento productivo, la
sobreexplotación de los recursos naturales y la depredación de los recursos
estatales por parte de los grupos dominantes. Las adversidades generadas por la
sobre-expansión militar del imperialismo norteamericano son también asociadas
con lo ocurrido al comienzo del primer milenio.
Pero en estos paralelos se suele olvidar
que el poder de Roma descansaba en la propiedad territorial y que el imperio
del capital se asienta en la explotación del trabajo asalariado. De esta
distinción surgen criterios de estudio muy diferentes. No es lo mismo la
centralidad del cultivo agrícola que la preeminencia de la producción
industrial, ni tampoco es equivalente el sobre-trabajo de los esclavos a la
plusvalía de los obreros. Un modo de producción que sobrevive conquistando
territorios, no tiene los mismos requerimientos que otro asentado en la
productividad de las empresas.
El reconocimiento de estas distinciones
no es una minucia historiográfica. Conduce a evaluar la presencia de regímenes
sociales cualitativamente distintos y por lo tanto sometidos a cursos de
evolución muy divergentes. Los ejercicios de futurología pueden ser
estimulantes, si las similitudes formales no obnubilan esta disparidad de
trayectorias.
¿Críticas
al capitalismo o a su estadio?
El análisis del imperialismo fundado en
la óptica de la decadencia presenta las atrocidades que despliega el gendarme
norteamericano como un ejemplo del declive. Considera que el carácter brutal de
las invasiones, las ocupaciones y las masacres que perpetra el Pentágono,
ilustran esa declinación. (8)
Pero esta mirada confunde la denuncia
con la interpretación. No es lo mismo repudiar con vehemencia los atropellos
imperiales, que identificar estas acciones con la regresión histórica. Si se
considera que esas monstruosidades son peculiaridades de la ancianidad del
capitalismo, hay que imaginar su ausencia en las etapas anteriores de ese modo
de producción. Los desaciertos de esa evaluación saltan a la vista.
Es sabido que la violencia extrema
acompañó al capitalismo desde su nacimiento. Las ciencias sociales no han
aportado hasta ahora ningún barómetro serio, para cuantificar si esa coerción
se atenuó, incrementó o mantuvo constante en los últimos siglos. Sólo puede
constatarse que los períodos de mayor cataclismo fueron seguidos por treguas
pacificadoras, que a su vez prepararon nuevas masacres. La trayectoria que
presentaron las distintas modalidades del imperialismo se ajustan a esta
secuencia.
Cualquier otra presentación histórica de
esta dramática evolución, conduce a indultar a un régimen social que se ha
reproducido generando incalificables tragedias, en todos sus estadios. Son tan
ingenuas las creencias en la madurez civilizatoria
del capitalismo actual, como los diagnósticos de mayor salvajismo en este
período.
El problema que afronta la humanidad
desde hace mucho tiempo es la simple permanencia del capitalismo. Cuando se
cargan las tintas en identificar la barbarie sólo con el presente, queda
abierto el camino para una idealización del pasado. Se olvida la trayectoria
seguida por un modo de producción asentado en la explotación, que se edificó
con terribles sufrimientos populares. La etapa en curso no es más atroz que las
anteriores. Los tormentos de las últimas décadas han continuado la pesada carga
de las devastaciones previas.
El capitalismo se gestó con la sangría
de la acumulación primitiva en Europa, se erigió con la masacre demográfica de
los pueblos originarios de América Latina, cobró forma con la esclavización de
los africanos y se afianzó con el avasallamiento colonial de la población
asiática. El simple punteo de estas carnicerías alcanza y sobra para desmentir
cualquier supuesto de benevolencia, en el origen del capitalismo. Es totalmente
arbitrario presentar las masacres contemporáneas como actos más vandálicos que
esos antecedentes. El problema no es la decadencia, sino las tendencias
destructivas intrínsecas de este modo de producción.
La imagen de un período ascendente de
paz y progreso opuesto a otro declinante de guerras y regresiones, no se
corresponde con la historia del capitalismo. Sin embargo, esta caracterización
reapareció una y otra vez y logró gran predicamento en los períodos de mayor
tragedia bélica. En esos momentos fue muy corriente la comparación con los
momentos de menor militarización.
Este diagnóstico fue especialmente
expuesto por los teóricos marxistas del imperialismo clásico, que reflejaron el
clima de cataclismo de su época. El gran problema posterior ha sido la
extrapolación mecánica de estas caracterizaciones, a circunstancias de otro
tipo. Se ha ignorado que esos diagnósticos no fueron concebidos como fórmulas
eternas.
La proyección de esas evaluaciones a distintos
tiempos y lugares introduce una fuerte distorsión en la crítica del
capitalismo. Este cuestionamiento queda localizado en un período histórico y no
en la naturaleza del sistema. Por esa vía se propaga la denuncia de la
declinación, en desmedro de las objeciones al funcionamiento interno de este
modo de producción. No se cuestiona tanto la explotación, la desigualdad o la
irracionalidad, sino la inoportunidad histórica de estas acciones. Lo más
erróneo es suponer que la batalla contra el capitalismo sólo se justifica en la
actualidad y que no tuvo fundamento durante la formación o consolidación de
este sistema.
Esta última equivocación arrastra un
pesado legado de razonamientos positivistas, que influyeron negativamente sobre
el marxismo. Durante mucho tiempo incidieron las teorías que invalidaban
cualquier acción contraria al “desarrollo de las fuerzas productivas” o al
desenvolvimiento de una “etapa progresista” del capitalismo. Ciertas corrientes
políticas situaban estos períodos en el siglo XIX y otras lo extendían a
segmentos de la centuria siguiente. En este segundo caso enfatizaban
especialmente la gravitación de estos procesos en los países dependientes.
Con estas clasificaciones se adoptó una
mirada mecanicista sobre el devenir del sistema. Se omitió que esa evolución
nunca estuvo predeterminada y que las posibilidades de mutación histórica a
favor de los oprimidos, siempre estuvieron abiertas. Es equivocado suponer que
en algunos estadios, el capitalismo constituyó la única (o la mejor) opción
para el desenvolvimiento de la humanidad.
La trayectoria que siguieron los
sucesivos modos de producción (y especialmente sus diversas formaciones
económico-sociales) nunca estuvo preestablecida alguna ley de la naturaleza. En
cierto marco de condiciones objetivas, el curso prevaleciente siempre emergió
de los desenlaces que tuvieron las luchas políticas y sociales.
Al observar el proceso histórico desde
esta óptica se pone el acento en el cuestionamiento del capitalismo como
régimen de opresión, sin ensalzar su ascenso, ni objetar su descenso. De esta
forma se evita la presentación unilateral de ciertos acontecimientos
contemporáneos como peculiaridades de la decadencia, cuando en realidad fueron
rasgos corrientes del pasado.
El siglo XIX incluyó, por ejemplo,
declives de potencias hegemónicas (Francia), oprobiosos actos de especulación
financiera (desplome bursátil de las acciones ferroviarias), tormentosas
situaciones de miseria popular (hambrunas y emigraciones masivas de 1850-90) y
etapas de impasse de la innovación (antes de la electrificación).
Primacía de la acción
política
La crítica al capitalismo como sistema
en todas sus etapas es congruente con la mirada que tuvieron los marxistas
clásicos del imperialismo, como un momento histórico de transición al
socialismo. Atribuían esta evolución al creciente antagonismo creado por
socialización de las fuerzas productivas a escala mundial y la persistente
apropiación privada por parte de minorías privilegiadas. Este postulado ha sido
actualizado por varios autores. (9)
Esta tesis mantiene su validez en
términos genéricos, pero conviene precisar su alcance específico. No implica
desemboques inexorables y su consumación es muy dependiente de la maduración
alternativa de un proyecto socialista. El capitalismo es un régimen social
afectado por crecientes contradicciones y no por un destino de estancamiento y
desplome terminal. No tiende a disolverse por puro envejecimiento y carece de
una fecha de vencimiento en la esfera estrictamente económica.
Esta problemática tiene importantes
implicancias políticas. Al resaltar el carácter tormentoso del capitalismo se
identifica su continuidad con perturbaciones constantes. Esas convulsiones se
traducen en agresiones contra los pueblos, que desatan reacciones y una fuerte
tendencia a la resistencia social. De esa lucha depende el futuro de la
sociedad. Si las clases explotadas logran construir su propia opción política,
también podrán avanzar hacia la erradicación del capitalismo. Pero si esa
alternativa no emerge o no encuentra cursos de acción victoriosos, el mismo
sistema tenderá a recrearse una y otra vez.
El problema de la sociedad contemporánea
no radica, por lo tanto, en la declinación del régimen imperante, sino en la
construcción de una opción superadora. Esta edificación ha estado
históricamente rodeada por cambiantes contextos de mejoras populares y
agresiones patronales. Quienes desconocen esta fluctuación, suelen suponer que
en el “capitalismo decadente ya no hay reformas sociales”.
Esa visión impide registrar el contraste
que históricamente se registró, entre épocas de reforma social (1880- 1914) y
períodos de atropellos capitalistas (1914-1940). Este contrapunto avizorado por
los marxistas clásicos, se repitió posteriormente. Una secuencia de avances
sociales acompañó al estado de bienestar (1950-70) y otra escalada inversa de
golpes patronales ha prevalecido desde el ascenso del neoliberalismo (1980-90).
El capitalismo no es un sistema
congelado, que arremete sin pausa desde hace un siglo contra los logros
obtenidos a fines del siglo XIX. Es un régimen sometido a la tónica que impone
la lucha de clases y las relaciones sociales de fuerza imperantes en cada
etapa.
*
Claudio Katz es
economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda).
Ver
también:
- Replanteos
marxistas del imperialismo
- Interpretaciones
convencionales del imperio
- Las
áreas estratégicas del imperio
- Adversarios
y aliados del imperio
- Gestión
colectiva y asociación económica imperial
- El
papel imperial de Estados Unidos
- El
imperialismo contemporáneo
- La
teoría clásica del imperialismo
Notas:
1) Lenin, Vladimir Ilich El
imperialismo, fase superior del capitalismo Buenos Aires, Quadrata,
2006.
2) Esta tesis en: Rieznik,
Pablo 2006 “En defensa del catastrofismo. Miseria de la economía de izquierda”,
En defensa del Marxismo, Buenos Aires, Nº 34, 19 de
octubre.
3) Amin Samir. Capitalismo,
imperialismo, mundialización, en Resistencias Mundiales, CLACSO, Buenos Aires,
2001. Harvey David, The New Imperialism,
Oxford University Press, 2003 (cap 2). Wood Ellen Meiskins, Empire of Capital, Verso 2003, (cap 6.). Panitch Leo, Gindin Sam, “Capitalismo global e imperio norteamericano”, El
nuevo desafío imperial, Socialist Register
2004, CLACSO, Buenos Aires 2005.
4) Taab William. Imperialism: In tribute to Harry Magdoff, Monthly Review vol 58, n
10, march 2007. Amin Samir.
Capitalismo, imperialismo, mundialización, en Resistencias Mundiales, CLACSO,
Buenos Aires, 2001.
5) Esta tesis expuso: Mandel Ernest, El capitalismo tardío, Era, México, 1979,
(cap 6 y 18).
6) Beinstein
Jorge, “Las crisis en la era senil del capitalismo”, El Viejo Topo 253, 2009. Beinstein Jorge, “Acople depresivo global”, ALAI, 13-2-09. Beinstein Jorge, “La crisis es financiera, energética,
alimentaria y ambiental”, Página 12, 3-5-09.
7) Beinstein
Jorge. “El concepto de crisis a comienzo del siglo XXI. Pensar la decadencia”,
Herramienta 30, octubre 2005, Buenos Aires.
8) Beinstein
Jorge. “El concepto de crisis a comienzo del siglo XXI. Pensar la decadencia”,
Herramienta 30, octubre 2005, Buenos Aires.
9) Ver: Sampaio de Arruda Plinio, Por
que volver a Lenin, Imperialismo, barbarie y revolución, 9-7-2008
www.lahaine.org/amauta/todos
Bibliografía:
-Cliff Tony,
Rosa Luxemburg, Galerna, Buenos Aires, 1971.
-Katz Claudio, “Los efectos del
dogmatismo: catastrofismo y esquematismos”, Revista Espacio Crítico. Revista
Colombiana de análisis, n 8, junio de 2008
-Katz Claudio, La economía marxista,
hoy. Seis debates teóricos, Maia Ediciones, Madrid, 2009, (cap 6).
-Luxemburg,
Rosa. La acumulación del capital. Editoral sin
especificación, Buenos Aires, 1968,(cap 25-26-27)
-Mandel,
Ernest, Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. Siglo XXI,
-Milios John, Sotiropoulos Dimitris, Rethinking Imperialism: A Study of Capitalist
Rule 2009, www.heterodoxnews.com/htnf/htn
-Valier
Jacques. “Las teorías del imperialismo de Lenin y Rosa Luxemburgo”.
Comunicación n 26, Madrid.