[...Ha
comenzado otro largo y mortífero juego. El principal choque de la primera
mitad del siglo XXI no será entre religiones o civilizaciones. Será entre la
democracia liberal y el capitalismo neoliberal, entre el gobierno de las
finanzas y el gobierno del pueblo, entre el humanismo y el nihilismo.
No hay
indicios de que el 2017 vaya a ser muy diferente del 2016.
Bajo
ocupación israelí por décadas, Gaza seguirá siendo la mayor prisión a
cielo abierto de la Tierra.
En los
Estados Unidos, la matanza de gente negra a manos de la policía continuará
ininterrumpidamente y cientos de miles más se unirán a los que ya están
alojados en el complejo industrial-carcelario que vino a instalarse tras la
esclavitud de las plantaciones y las leyes de Jim Crow.
Europa
continuará su lento descenso hacia el autoritarismo liberal o lo que el teórico
cultural Stuart Hall llamó populismo autoritario. A pesar de los complejos
acuerdos alcanzados en los foros internacionales, la destrucción ecológica
de la Tierra continuará y la guerra contra el terror se convertirá cada vez
más en una guerra de exterminio entre varias formas de nihilismo.
Las
desigualdades seguirán creciendo en todo el mundo. Pero lejos de abastecer un
ciclo renovado de luchas de clase, los conflictos sociales tomarán cada vez más
la forma de racismo, ultranacionalismo, sexismo, rivalidades étnicas y
religiosas, xenofobia, homofobia y otras pasiones mortales.
La
denigración de virtudes como el cuidado, la compasión y la generosidad va de
la mano con la creencia, especialmente entre los pobres, de que ganar es lo único
que importa y que quién gana –en virtud del medio que sea necesario– es
en última instancia el que está en lo correcto.
Con el
triunfo de este acercamiento neo-darwiniano al hacer-historia, el apartheid bajo
diversas modulaciones será restaurado como la nueva vieja norma. Su
restauración pavimentará el camino hacia nuevos impulsos separatistas, a la
construcción de más muros, a la militarización de más fronteras, a formas
mortales de policialización, a guerras más asimétricas, a alianzas rotas y
a innumerables divisiones internas, incluso en democracias establecidas.
Nada de
lo señalado más arriba es accidental. En todo caso, es un síntoma de
cambios estructurales, cambios que se harán cada vez más evidentes a medida
que se despliegue el nuevo siglo. El mundo tal como lo conocíamos desde el
final de la Segunda Guerra Mundial, con los largos años de la descolonización,
la Guerra Fría y la derrota del comunismo, ese mundo ha terminado.
Ha
comenzado otro largo y mortífero juego. El principal choque de la primera
mitad del siglo XXI no será entre religiones o civilizaciones. Será entre la
democracia liberal y el capitalismo neoliberal, entre el gobierno de las
finanzas y el gobierno del pueblo, entre el humanismo y el nihilismo.
El
capitalismo y la democracia liberal triunfaron sobre el fascismo en 1945 y
sobre el comunismo a principios de los 90 cuando colapsó la Unión Soviética.
Con la disolución de la Unión Soviética y el advenimiento de la globalización,
sus destinos fueron destrenzados. La creciente bifurcación entre la
democracia y el capital es la nueva amenaza para la civilización.
Apoyado
por el poder tecnológico y militar, el capital financiero ha logrado su
hegemonía sobre el mundo mediante la anexión del núcleo de los deseos
humanos y, en el proceso, convirtiéndose él mismo en la primera teología
secular global. Fusionando los atributos de una tecnología y una religión,
se basó en dogmas incuestionables que las formas modernas de capitalismo habían
compartido a regañadientes con la democracia desde el período de posguerra
–la libertad individual, la competencia en el mercado y la regla de la
mercancía y de la propiedad, el culto a la ciencia, la tecnología y la razón.
Cada uno
de estos artículos de fe está bajo amenaza. En su núcleo, la democracia
liberal no es compatible con la lógica interna del capitalismo financiero. Es
probable que el choque entre estas dos ideas y principios sea el
acontecimiento más significativo del paisaje político de la primera mitad
del siglo XXI, un paisaje formado menos por la regla de la razón que por la
liberación general de pasiones, emociones y afectos.
En este
nuevo paisaje, el conocimiento se definirá como conocimiento para el mercado.
El mercado mismo será re-imaginado como el mecanismo primario para la
validación de la verdad. A medida que los mercados se convierten cada vez más
en estructuras y tecnologías algorítmicas, el único conocimiento útil será
algorítmico. En lugar de gente con cuerpo, historia y carne, las inferencias
estadísticas serán todo lo que cuenta. Las estadísticas y otros datos
importantes se derivarán principalmente de la computación. Como resultado de
la confusión de conocimiento, tecnología y mercados, el desprecio se
extenderá a cualquier persona que no tenga nada que vender.
La noción
humanista y de la Ilustración del sujeto racional capaz de deliberación y
elección será reemplazada por la del consumidor conscientemente deliberante
y elector. Ya en construcción, triunfará un nuevo tipo humanidad. Este no
será el individuo liberal que, no hace mucho tiempo atrás, creíamos que
podría ser el tema de la democracia. El nuevo ser humano será constituido a
través y dentro de las tecnologías digitales y los medios computacionales.
La era
computacional –la era de Facebook, Instagram, Twitter– está dominada por
la idea de que hay pizarras limpias en el inconsciente. Las formas de los
nuevos medios no sólo han levantado la cubierta que las eras culturales
previas habían puesto sobre el inconsciente, sino que se han convertido en
las nuevas infraestructuras del inconsciente. Ayer, la socialidad humana
consistía en mantener los límites sobre el inconsciente. Pues producir lo
social significaba ejercer vigilancia sobre nosotros mismos, o delegar a
autoridades específicas el derecho a hacer cumplir tal vigilancia. A esto se
le llamaba represión. La principal función de la represión era establecer
las condiciones para la sublimación. No todos los deseos pueden ser
cumplidos. No todo puede ser dicho o hecho. La capacidad de limitarse a sí
mismo era la esencia de la propia libertad y de la libertad de todos. En parte
gracias a las formas de los nuevos medios y a la era post-represiva que han
desencadenado, el inconsciente puede ahora vagar libremente. La sublimación
ya no es necesaria. El lenguaje se ha dislocado. El contenido está en la
forma y la forma está más allá, o excediendo el contenido. Ahora se nos
hace creer que la mediación ya no es necesaria.
Esto
explica la creciente posición anti-humanista que ahora va de la mano con un
desprecio general por la democracia. Llamar a esta fase de nuestra historia
fascista podría ser engañoso, a menos que por fascismo nos refiramos a la
normalización de un estado social de la guerra. Tal estado sería en sí
mismo una paradoja, pues en todo caso la guerra conduce a la disolución de lo
social. Y sin embargo, bajo las condiciones del capitalismo neoliberal, la política
se convertirá en una guerra apenas sublimada. Esta será una guerra de clases
que niega su propia naturaleza: una guerra contra los pobres, una guerra
racial contra las minorías, una guerra de género contra las mujeres, una
guerra religiosa contra los musulmanes, una guerra contra los discapacitados.
El
capitalismo neoliberal ha dejado en su estela una multitud de sujetos
destruidos, muchos de los cuales están profundamente convencidos de que su
futuro inmediato será una exposición continua a la violencia y a la amenaza
existencial. Ellos desean genuinamente un retorno a cierto sentido de certeza
–lo sagrado, la jerarquía, la religión y la tradición. Ellos creen que
las naciones se han convertido en algo así como pantanos que necesitan ser
drenados y que el mundo tal como es debe ser llevado a su fin. Para que esto
suceda, todo debe ser limpiado. Están convencidos de que sólo pueden
salvarse en una lucha violenta para restaurar su masculinidad, cuya pérdida
atribuyen a los más débiles entre ellos, los débiles en que no quieren
convertirse.
En este
contexto, los emprendedores políticos más exitosos serán aquellos que
hablen de manera convincente a los perdedores, a los hombres y mujeres
destruidos por la globalización, y a sus identidades arruinadas.
La política
se convertirá en la lucha callejera, la razón no importará. Tampoco los
hechos. La política se revertirá a un asunto de supervivencia brutal en un
ambiente ultracompetitivo.
En estas
condiciones, el futuro de la política de masas de izquierda, progresista y
orientada hacia el futuro, es muy incierto. En un mundo centrado en la
objetivación de todos y de todo ser viviente en nombre del lucro, la
borradura de lo político por el capital es la amenaza real. La transformación
de lo político en negocio plantea el riesgo de la eliminación de la
posibilidad misma de la política. Si la civilización puede dar lugar a
alguna forma de vida política, tal es el problema del siglo XXI.
Traducción del inglés al español: Gonzalo Díaz Letelier.
*
Achille
Mbembe (1957, Camerún francés) es un historiador, pensador postcolonial y
cientista político; estudió en Francia en la década de 1980 y luego ha enseñado
en África (Sudáfrica, Senegal) y Estados Unidos. Hoy enseña en el Wits
Institute for Social and Economic Research (Universidad del Witwatersrand, Sudáfrica).
Ha publicado Les Jeunes et
l'ordre politique en Afrique noire (1985), La
naissance du maquis dans le Sud-Cameroun. 1920-1960: histoire des usages de la
raison en colonie (1996), De
la Postcolonie, essai sur l'imagination politique dans l'Afrique contemporaine(2000), Du
gouvernement prive indirect (2000), Sortir
de la grande nuit – Essai sur l'Afrique décolonisée (2010),
Critique de la raison nègre (2013). Su nuevo libro, The
Politics of Enmity, será publicado por Duke University Press en 2017.
Fuentes:
contemporaneafilosofia.blogspot.com