Entrevista a Wladimiro Rodríguez Brito

 

[… ¿Cómo se puede entender que estemos importando papas, que haya papas de Ucrania en Canarias? Hay que poner aranceles a una serie de cosas que están viniendo de fuera y defender la producción local. Hay que producir para el autoconsumo. Podemos producir casi todo, excepto cereales. En una gran parte de productos podemos aspirar a ser autosuficientes. La cabaña ganadera nuestra ha desaparecido, y ahí está la enorme labor de Pedro Molina. Los pueblos se han quedado sin vacas que den leche. Con la Ley de Protección Animal te amargan la vida si quieres tener un gallinero o una simple cabra; casi están exigiendo un jacuzzi para tener una granja de cochinos…]

 

En el paisaje político canario sobresale la figura de Wladimiro Rodríguez Brito, acaso el arquetipo de superación en una sociedad desigual. Cuando era un campesino batía récords en su isla, La Palma, como el mayor productor de tabaco y más tarde, en el Cabildo de Tenerife, siendo responsable de Medio Ambiente, plantó 10 millones de árboles, una acción que lo compara a la bióloga keniana Wangari Maathai, premio Nobel de la Paz tras reforestar varios países de África con 30 millones de especies a través de su movimiento Cinturón Verde.

 

Con 73 años, este doctor en Geografía jubilado, hijo adoptivo de Tenerife y autor de una bibliografía imprescindible sobre agricultura y agua, no desiste de su empeño: hacer recapacitar al canario para que regrese al campo. En esas raíces sigue estando, a su juicio, la fuente santa en la que necesita beber Coalición Canaria (CC), el partido en el que milita desde que abandonó el PCE por “una agarrada con Anguita” y gracias a que Adán Martín le dio la oportunidad de trabajar en lo que más le gusta: la naturaleza y el mundo agrario.

 

Hace ahora 30 años sufrió un paraguazo durante el debate en el Parlamento de la polémica ley de Aguas, uno de los dos conflictos -junto al universitario- más tensos de la historia de la autonomía. Pero en esta entrevista comienza relatando otras dos situaciones límite: el interrogatorio al que lo sometió en el tardofranquismo el siniestro comisario Matute, días después de asesinar a Antonio González Ramos, y el secuestro que sufrió a manos de centenares de vecinos que resolvió con una salida airosa.

 

-¿Cómo vivió el trance con Matute?


“Cuando Matute mató a Antonio González Ramos, me detuvieron en el Colegio García Escámez de La Cuesta, donde estaba de maestro interino. Llegó la Brigada Político Social con sus peugeots famosos y pretendía que echara a la calle a 36 niños que tenía en clase para llevarme, y les dije que no podía hacer eso. Pero fueron tajantes, ‘¡pa la calle!’. Uno de los niños sufrió un atropello porque las criaturas se vieron indefensas en la calle, y me llevaron detenido a las mazmorras del Gobierno Civil. Salvo un par de maestras de la Cruz Santa, los compañeros me dieron la espalda. Encerrado a oscuras, me interrogó el comisario Matute bajo un potente foco, con un policía que hacía de bueno y otro de malo, y él amenazándome físicamente. Fue la peor experiencia que he vivido en mi vida. Sucedió seis días después de la muerte de Antonio González. Me tenían fichado como militante del Partido Comunista. Sabían que había participado en una panfletada. Cuando he entrado después al Gobierno Civil, no puedo dejar de mirar para aquellas escaleras por las que me llevaron al cuarto tenebroso del que pensé que no saldría vivo”.

 

-¿Después lo dejaron en paz?


“Me seguían a todas partes. Yo buscaba calles con tráfico en contra para que no me siguieran en coche. En la Laguna, tenía un policía en la puerta de mi casa, que se metía conmigo hasta en el ascensor. Ana Polo, la abogada de USO, consiguió que por lo menos dejara de verlos. Jugaban al miedo. Fue poco antes de morir Franco”.

 

-¿Con la democracia todo cambió?


“Me pasó otro incidente desagradable. A mí me secuestraron en 2002 los vecinos de Vilaflor en el campamento Madre del Agua. Me vi cercado por unos 300 vecinos que vociferaban ‘¡Wladimiro, traidor!’, a los que el alcalde, José Luis Fumero, convenció de que yo era cómplice de poner allí las torres de Unelco. Habían sido movilizados para secuestrarme y encerrarme. Yo estaba con unos técnicos de Medio Ambiente y no quería ser rescatado por la Guardia Civil. Entonces, pasó algo curioso, tuve un debate con los vecinos. La dirigente de ellos, una maestra, me dijo: ‘¡Aquí matamos al marqués y ándese con ojo que usted puede correr la misma suerte!’. Y tuve una reacción de lucidez, le dije: ‘Sí, al marqués lo mataron aquí en Vilaflor, pero con las tierras se quedaron los de abajo, los de San Miguel’.Y eso a los de Vilaflor les hiere, porque fue verdad. El marqués era un déspota y lo mató un medianero. Le dije que yo no tenía nada que ver con las torres ni negocios turísticos en el Sur, y que algunas personas que les apoyaban sí, y terminé diciéndole: ‘Así que esto lleva el mismo camino que cuando sacrificaron al marqués’. Entonces, aquella mujer me dijo, ‘pues yo creo que usted tiene razón’. Y nos fuimos juntos a tomar café a Vilaflor”.

 

-Una última pregunta y dejamos la crónica de sucesos. ¿Por qué le dieron el paraguazo?


“El paraguazo que me llevé en la cabeza en el 85 fue porque no supimos explicar la Ley de Aguas y se vendió la idea de que, con mentalidad soviética, queríamos quitársela a los agricultores que habían hecho las galerías, cuando lo que pretendíamos era frenar la sobreexplotación y que las urbanizaciones turísticas desalaran agua de mar. Ahí nació Leopoldo Cólogan como dirigente agrario. En el llamado Pacto de Progreso de Saavedra no estuvimos afortunados en la comunicación y perdimos una oportunidad histórica. La campaña contra los llamados aguamangantes de la plaza Weyler fue injusta; habría algún pícaro y vividor, pero no se merecían aquel trato. La situación en Gran Canaria, con un serio deterioro de los acuíferos, era diferente a la de Tenerife y La Palma, donde no había mermas en los caudales y estaba en manos de pequeños agricultores. El PSOE se arrugó y no dio la cara, temeroso de perder votos. El día del debate en el Parlamento había mucha agresividad. Yo era una especie de cabuquero de la defensa de la Ley de Aguas, junto al director general, Manuel Caballero. Ya había recibido amenazas y ahí me pegaron. A mis padres en La Palma les decían, ‘están ustedes pagando acciones para unas galerías secas y su hijo va por ahí quitándole el agua a los que han invertido sus ahorros’. Ellos la habían pasado canutas, había épocas que se pagaba el recibo de la galería y no había conduto en casa para comer las papas. Mi padre era una persona consciente, pero a mi madre aquello le dolía”.

 

-¿Consigue captar algún fan para el campo?


“No he logrado sacar dos campesinos de mis propios hijos. Y estoy obligado a entenderlo. Pero no cejo en el intento. Eugenio Burriel escribió en 1981 que en tiempos de crisis se produce un retorno a la agricultura; pues aquí, en casi 10 años de crisis, no se ha cumplido la profecía del exprofesor de la Universidad de La Laguna en su libro Canarias: población y agricultura en una sociedad dependiente. Con el paro que tenemos, las 40.000 hectáreas cultivadas no aumentan, a pesar de que hay tierras, incluso en Lanzarote, donde el hombre cultivaba hortalizas en el jable que dejaba la marea en la Playa de Famara y que el alisio iba extendiendo por la isla. Pues eso está cubierto ahora de aulagas. Desgraciadamente, las vinagreras, las zarzas, los helechos, los hinojos y hasta el rabo de gato tienen la mayor expansión en mucho tiempo; posiblemente, las tabaibas ocupen la mayor superficie desde hace 500 años. Si no hay agricultores, esa vegetación prolifera con riesgo de incendios”.

 

-¿Por qué fracasa su proselitismo ruralista?


“Se ha creado un modelo social de aspirantes a funcionarios. Esta es una sociedad que está ordeñando el wasap todo el día. No es fácil hablar de agricultura a los jóvenes. La cultura del sacho es mirar a la tierra con cariño. Si un holandés está unido a sus tulipanes, cochinos y vacas, con orgullo, cómo entender nuestro desaire al campo. En mitad de la globalización, mundos pequeños como el nuestro viven acomplejados de lo local. Di una charla en la Escuela de Magisterio, con 90 alumnos, y cuando les dije que si encontraban un sacho en la calle del Castillo qué harían, una joven me dijo que explicara que era un sacho. Los maestros del siglo XXI”.

 

-¿Usted mamó de niño la llamada cultura del agua?


“Mi familia pagó recibos de galerías toda la vida. Yo nací en un pueblo de secano, Barlovento, que se quedó sin agua en el 48 y hubo que llevarla de Los Sauces para beber y lavar. Hoy es el pueblo de Canarias que tiene más agua por habitante (1.500 pipas/hora, una fortuna). Y eso se debe a quienes hicieron las galerías, como mis padres. Yo ahora participo en una, que es la más profunda de Canarias, la de los Tocaderos, en Barlovento (de 6.600 metros), que tiene más años que yo; en casa estuvimos pagando los recibos hasta la muerte de mi padre”.

 

-¿Por qué muchas galerías están siendo abandonadas?


“No ayuda nada el caso de Piedra de los Cochinos (Los Silos), donde murieron en 2007 seis excursionistas, cuya sentencia acabamos de conocer. Porque muchos directivos han cogido miedo a que un accidente acabe en lo penal y se han retraído. En Tenerife hay 1.000 galerías, 300 de ellas con agua (la que más da de Canarias es la de Vergara, que entra en Las Cañadas), pero ha habido derrumbes y no todas tienen gestión. Muchas veces, los nietos ni saben dónde se las dejó el abuelo. Las galerías requieren mantenimiento y están en sitios alejados, pero en La Corona Forestal de Tenerife, el mayor espacio protegido de Canarias con 400 kilómetros cuadrados, se ha prohibido que se hagan pistas de acceso, que eran básicas para acercar un compresor o lo que fuera en un todoterreno. En La Palma, sin embargo, no tendría que haber crisis económica, pues tiene más agua por habitante que ninguna otra isla, tierras y buenas comunicaciones. Lo que falla es el factor humano. Madeira, con menos recursos, lo tiene cultivado todo y viven 300.000 personas; La Palma, con 70.000 habitantes, sigue perdiendo población. En Tenerife es lamentable que tengamos canales de hace 70 años transportando agua para beber y algunos a cielo abierto”.

 

-¿Hay riesgo de sequía? ¿Cabe emitir un SOS?


“Riesgo, no, tenemos una sequía de las más duras que se recuerdan. El alisio no aparece por ninguna parte, ni el mar de nubes, que obligaba a cerrar Los Rodeos. ¿Un SOS? Claro que sí, estamos ante un serio problema del agua en galerías y pozos, tanto para el riego como para el abasto de la población. Si no llueve de aquí a abril, será grave. Hemos tenido un invierno malo que hipoteca el acuífero más de lo que ya estaba y, aunque desalamos una parte, dependemos en gran medida de las galerías y los pozos, no lo olvidemos. El agua es nuestro gran reto, así se veía en la cultura de nuestros queridos magos, en la que viví yo, en la que se hicieron las galerías”.

 

-¿Qué medidas demanda una alerta como esta?


“Tenemos que gestionar con el máximo cariño todas las galerías y los pozos, intentar aprovechar el agua que corre por los barrancos en invierno y empezar de nuevo a cerrar el grifo. Tenerife produce 170-180 millones de metros cúbicos de agua al año (desalamos 40 millones y el resto sigue siendo de galerías y pozos). Ahora en La Laguna se piensa que todo el mundo va a tener agua barata porque hay un pozo en Las Mercedes, y no hay que engañar a la gente. Estamos consumiendo 150 litros de agua por habitante y día de media, tenemos un problema y no podemos seguir cantando bajo la ducha. Hay que depurar aguas negras. Es un bien muy escaso, como se ha dicho en París. La cultura del agua y la tierra es una cultura de supervivencia”.

 

-¿Por qué usted habla así de claro y el discurso político no baja a ras de suelo?


“Es lamentable que ningún partido le diga a los cuarenta y pico millones de españoles y a los dos millones de canarios de qué recursos disponemos y qué hacemos con ellos, algo tan sencillo y básico. Hacer surcos no es cosa de poetas. Es cultura del esfuerzo”.

 

-¿Cuántos árboles plantó?


“Calculo que unos 10 millones. El Cabildo de Tenerife compró más de 30 millones de metros cuadrados de tierra y plantamos pino canario y monte verde en las zonas de alisio. Buenavista y Fasnia tienen monte público gracias a ello. Hoy uno mira desde la autopista del Sur y puede ver espacios verdes que no existían. Son esas cosas positivas que da la vida y que uno ha tenido oportunidad de haber participado en ellas. Y con ellas trato de convencer a mis hijos y a los jóvenes de que el campo es futuro, no sinónimo de atraso, y hay posibilidades de ese futuro en Canarias”.

 

-¿Dar la espalda al campo es un pecado nuestro o la tónica general?


“Ahora estoy leyendo mucho sobre el mundo saudí y los emiratos árabes, y llama la atención que están comprando tierras en California, además de África, para cultivar. Granjeros norteamericanos se quejan porque exportar alfalfa desde la cuenca del Colorado para los árabes es exportar también agua. Los árabes mantienen sus vacas en el desierto con alfalfa de California. Y aquí somos más listos y abandonamos las tierras en aras de una dependencia del exterior casi absoluta. Está bien que hablemos del cierre del anillo insular, pero también de esto y de depurar las aguas negras. ¿Cómo se puede entender que estemos importando papas, que haya papas de Ucrania en Canarias? Hay que poner aranceles a una serie de cosas que están viniendo de fuera y defender la producción local. Hay que producir para el autoconsumo. Podemos producir casi todo, excepto cereales. En una gran parte de productos podemos aspirar a ser autosuficientes. La cabaña ganadera nuestra ha desaparecido, y ahí está la enorme labor de Pedro Molina. Los pueblos se han quedado sin vacas que den leche. Con la Ley de Protección Animal te amargan la vida si quieres tener un gallinero o una simple cabra; casi están exigiendo un jacuzzi para tener una granja de cochinos. Eso indica la ñoñería que hay en esta tierra. Con las leyes en la mano, lo que hice en las cumbres, plantar pinos con una retroaraña, ya no se podría hacer”.

 

-Electoralmente, usted era el romántico perdedor.


“Seguramente soy el candidato que a más elecciones se ha presentado en Canarias y que, en efecto, más ha perdido: a las alcaldías de Santa Cruz y La Laguna, al Senado por La Palma y al Congreso. Hasta que en el 91 logré entrar en el Cabildo por ICU con Melchor Núñez”.

 

-Cuando su casa era el Partido Comunista.


“Me afilié estando en el colegio San Fernando de La Laguna, que dirigí después de Saavedra. Cuando lo planteó Santiago Carrillo, me costó entender el eurocomunismo. Juan Carlos Alemán era leninista. Yo soy de la generación que mitificó a la Unión Soviética”.

 

-¿Por qué le pusieron Wladimiro?


“Mi padre, que era un rebelde y había conectado con los comunistas en Cuba (el partido que fundara el palmero José Miguel Pérez), tuvo el coraje, después de pasar por la cárcel, de llamar a su primer hijo Wladimiro en honor a Vladimir Ilich Lenin, nada menos. Como no era un nombre de santo, me puso delante José. Yo era un admirador de las revoluciones que se estaban haciendo en el mundo, de Amílcar Cabral, Lumumba, Fidel Castro… Lo del Stalin represor me costó digerirlo. Habíamos mitificado su victoria sobre Hitler. Después vimos lo de Ceaucescu y en el 83 Cuba me descorazonó”.

 

-¿Qué le llevó a dejar el partido?


“El sectarismo de gente que se llamaba de izquierdas, pero vivían como si fueran de derechas, alérgicos al esfuerzo. Y también me di cuenta de gente de derechas que era solidaria. Los del partido eran teóricos, que en las elecciones enramaban los coches con hoces y martillos, pero no bajaban al surco. Había mucho niño de papá. El 23F me fueron a buscar para escondernos en una cueva de Arico. Yo tenía una niña recién nacida y vi a una madre llorando y me quedé. Aquella noche, compañeros del partido a los que llamamos se esfumaron. Los que estuvimos en la sede, en la Rambla de Pulido quemando papeles y montando guardia frente a Capitanía, éramos muy pocos. Ahí me di cuenta de que había mucha palabrería. Milité hasta la etapa de Julio Anguita. Mi agarrada con Anguita fue porque me decía que los problemas de Canarias eran los mismos que los de Andalucía. Por ahí no pasé y me hice nacionalista”.

 

-¿Cómo fue ese viaje?


“Teníamos discrepancias con el sector de Pepe Mendoza en Las Palmas, y en esas, un buen día Adán Martín me preguntó si iba a votar los presupuestos con ellos. Le dije que dependía de si aceptaba algunas de nuestras propuestas, y le planteé una desaladora para las aguas negras de Santa Cruz en Las Galletas, un par de obras más y, sobre todo, la balsa de Trevejo, en Vilaflor, una obra preciosa que no se ha inaugurado por culpa del Ayuntamiento. Adán me sorprendió con un sí y me ganó. Él era una persona muy práctica. Yo para entonces me había convencido de que no se podía seguir teorizando en la izquierda y perdiendo el tiempo”.

 

-¿Entrar en CC fue cambiar de bando?


“Entré porque la realidad desmontó mis prejuicios. Vi que eran gente que resolvía los problemas. Carlos Marx, cuando habla de la distribución de la riqueza, hay que pensar en qué sociedad estaba. Pero para distribuir riqueza hay que crear riqueza. Adán aceptó las condiciones que le puse. Ya para entonces José Carlos Mauricio, el timonel, en el lenguaje de Mao, vio que en las Islas un planteamiento cerrado de izquierdas no iba a ninguna parte, sin la clase media. Otra cosa es que eso no lo hemos homogeneizado. Confieso que cuando llegué al Cabildo, pensaba que los de ATI eran unos señoritos y que estaban para defender sus intereses, y vi que no, que tenían un compromiso y ganas de trabajar en cosas que me preocupaban: las balsas, el problema del agua. Aquí se hizo una obra pionera en España, la tubería de fundición de Santa Cruz a Las Galletas para regar con aguas depuradas. Eran obras que yo admiraba. En el Cabildo viví la política del trabajo, no de la teoría. Fue una época de recursos. Adán me entregó un cascarón vacío, Medio Ambiente y Paisaje. Lorenzo Dorta era el consejero y yo el medianero de Lorenzo. Descubrí que Miguel Ángel Barbuzano (un personaje muy interesante) había comprado varias fincas en Arico, que estaban abandonadas, y encontré que tenía dónde trabajar y era un tema que me gustaba. Adán y Melchior me apoyaron mucho”.

 

-¿Visto lo visto, quién gobernará? ¿La izquierda o la derecha?


“Si hay elecciones, habrá un nuevo bipartidismo: PP y Podemos. Si al PSOE tal cosa le genera nerviosismo, debe esforzarse para que no haya elecciones y facilitar un pacto. Tanto el de izquierdas como la gran coalición son difíciles. Un país con el déficit coge dinero prestado, y un país endeudado tiene una espada de Damocles, que es la prima de riesgo. Si nos ven con tensiones internas, el que presta a gente que tiene problemas le cobra más caro los intereses. Nadie está hablando en serio. Tampoco el PP cuando dice que las cosas van bien económicamente y lo otro es Grecia. Este país se ha desarmado económicamente. Cataluña habla de tener un cantón y sus empresas se van por motivos fiscales. Hay que ver el daño que ha hecho la corrupción, pero es un espejismo pensar que si no hubiera habido corrupción, estaríamos viviendo en Jauja. Creo que va a haber nuevas elecciones y veo un empobrecimiento galopante de la vida política”.

 

-¿Usted, que pertenece a CC, qué porvenir le augura?


“En estos momentos faltan líderes. Yo creo que Fernando Clavijo es un líder, pero está muy solo. Ana Oramas ha sufrido la erosión de estar en un sitio donde no se podía conseguir nada: Madrid. La gente se ha vuelto muy pragmática. Si no traes nada no te apoyan. No hay una cultura reivindicativa y echo de menos un debate en la sociedad canaria sobre para qué sirve el nacionalismo. A mi juicio, tiene que defender las cosas de la tierra, lo pequeño, lo local, lo nuestro, lo de siempre, con un marco de ideología. Si la gente percibe que no le resuelves los problemas como partido, te deja de votar. Hemos descuidado a los jóvenes y las escuelas. Y hemos perdido arraigo. No hay que pretender una Anaga para pasear, sino donde los campesinos vivan, y si tomamos un vino con unas papas arrugadas, borrallas o batatas cultivadas allí, ser conscientes de estar defendiendo una manera de vivir en el territorio. Eso también es nacionalismo. Y cada vez los turistas buscan más nuestras raíces. En los mercadillos del agricultor, los que compran son extranjeros. ¿Y quiénes valoran más las cosas de la tierra? Los de fuera. Pero hemos dejado hasta de poner música canaria. La música nos dignifica. ¿Qué le pasa a CC? Que se ha despegado de la tierra y se ha urbanizado. Y si seguimos así, estamos perdidos; ese no es nuestro camino”.

 

-¿Cuál es?


“El nacionalista ha dejado de crear, de producir. Nos hemos quedado en el cascarón de la canariedad. Estamos sin los pies en la tierra y podemos quedarnos en tierra de nadie. Cuando vienen los centralistas, incluidos los de Podemos, con un lenguaje colonial, ¿cómo van a ir con el discurso de Madrid al campesino conejero que ha sido capaz de hacer de un desierto una isla desarrollada? Estoy hablando de una crisis de valores. Mi generación ha deificado la tecnología frente al mundo tradicional. Estoy convencido más que nunca de que hay que mirar para atrás, fomentar la formación profesional y abanderar la cultura de la tierra”.

 

-¿Es verdad que a sus hijos, de niños, les prohibía beber Coca Cola?


“Sí, yo les decía que no había que consumir Coca Cola y ellos me respetaban, pero esas cosas no se pueden imponer, porque el marco en el que se crían es el que es”.

 

-¿Se considera ecologista?


“Sí, ser ecologista es intentar mantener la vida en un equilibrio entre la naturaleza y el hombre, sabiendo que el hombre ha tenido que alterar la naturaleza para que vivan 7.000 millones de seres en el planeta. Soy sensible a los hallazgos sanitarios de la OMS sobre la carne y el cáncer, por ejemplo. Yo soy de los que sulfaté cultivos con Furadán, un veneno peligroso. La ignorancia es increíble”.

 

-¿En qué se equivocó la autonomía?


“Ha creado algunos espejismos. Que la Prestación Canaria de Inserción (PCI) tenga más presupuesto que la Consejería de Agricultura no me da ninguna satisfacción. Hay que ayudar a las familias que lo pasan peor. Pero hay personas apuntadas a lo que yo llamo la sopa boba. Gente con edad y salud para trabajar. Y a esos no hay que dar ayuda sino trabajo. Igual que hay bancos de alimentos, hay que crear bancos de guataca o de sacho. Yo propongo que a muchos parados incluidos en las listas de la PCI se les dé un pedazo de terreno y un sacho para que lo cultiven. Hay mucha tierra abandonada que limpiar, y espero que Fernando Clavijo saque adelante una ley del suelo menos burocrática, donde la Cotmac deje de ser un cónclave de pontífices del territorio”.

 

LAS FINCAS DE LA INFANCIA


El año que volvió a ser el mayor productor de tabaco de La Palma cargó un camión con 80 quintales de 50 kilos. El representante de la empresa Rumbo, con el que llegó a un acuerdo, le pagó en efectivo y lo invitó a almorzar. Wladimiro había pasado un año de dedicación intensiva, las 24 horas del día, en la finca de la Cuesta de Barlovento, junto al Faro de Punta Cumplida, que le cedió don Crispiniano de Paz, el farmacéutico de Los Sauces, que había sido compañero de prisión de su padre en Fyffes. “Yo nací con un defecto en el brazo izquierdo, pero cogía el sacho y el pico con las dos manos. Era mi pasión, no salía de la finca y mi familia me ayudaba a ratos. Pero ese día conté el dinero, resté lo que tenía que pagar de guano, y me llevé una gran desilusión”. No alcanzaba el jornal base diario, que era 36 pesetas, y decidió dedicarse a otra cosa. Jorge Coder, un profesor que reclutaba por entonces en Santa Cruz de La Palma alumnos de nocturno, testó al aspirante, y lo animó a matricularse: “Haz tres años de Bachillerato en uno solo y verás que lo sacas”. Y así fue, con 22 años se metió a estudiar y en poco tiempo el campesino que había vivido pegado a la guataca en su Barlovento natal, ordeñando las vacas y cabras de la familia y cultivando la tierra, cambió de rol. Antes de licenciarse en Geografía, peregrinó por la escuela agrícola de la Laguna y la de industriales de Las Palmas, y se desanimó. “Eran escuelas para señoritos”. Con una beca empezó a estudiar en Madrid perito agrícola; vivió un año en el mismo piso con Braulio, que opositaba a oficial de prisiones. “Nos entendimos muy bien, pero éramos dos mundos; él estaba siempre de fiesta tocando con la guitarra y yo pegado a los libros”. Después, regresó a estudiar Magisterio y Geografía. Padre de un ingeniero aeronáutico (director del aeropuerto de Jerez) y de una bióloga, durante cuatro décadas ha sido profesor universitario en La Laguna, ha escrito ocho libros y departido en múltiples foros -como en esta entrevista- sobre su quimera favorita: acercar a los jóvenes al campo, ese viaje de vuelta que él ha hecho tras jubilarse, para sembrar las fincas de la infancia en La Palma. La travesía personal de Rodríguez Brito, de campesino a estudiante tardío y profesor universitario, no contradice ese apego a la tierra, que alimentó con Telesforo Bravo y su maestro, Leoncio Afonso. Este hijo adoptivo de Tenerife, doctor en Geografía, que fue consejero del Cabildo tinerfeño durante dos décadas y responsable de Medio Ambiente y Paisaje, es un claro caso de éxito de la sociedad rural; el mayor de tres hijos de una familia humilde, fue capaz de cruzar la puerta de la Universidad y abrazar la vida académica, entre las élites laguneras, sin traicionar sus orígenes de agricultor y el compromiso político que heredó de un padre represaliado por la dictadura. “Mi padre fue un emigrante a Cuba, que vino en el 35 a ver a la familia, lo pilló la guerra y lo encerraron en Fyffes, en Gando y en los barcos flotantes de Santa Cruz de Tenerife hasta el 41. Nunca quiso contar nada, yo me tuve que enterar de todo por fuera”. Era hombre de campo. En Cuba, donde se implicó políticamente, cuidaba ganado cerca de Rancho Boyeros, en La Habana; tenía inquietudes y le gustaba leer, en Fyffes se unió al grupo de los intelectuales de izquierdas: Juan Rodríguez Doreste, José Padrón Machín… Y era anticlerical, por la mala fama de los curas represores de la etapa del general Dolla, pero respetaba la profesión de fe de misa de su mujer. Cuando las galerías dieron agua en Barlovento y se anunciaron las ayudas de Franco para las sorribas, él se negó a recibirlas, y su hijo, Wladimiro, pidió créditos para trabajar la tierra. Fue un hombre clave en la historia de las galerías de La Palma. Se llamaba Lucas Rodríguez y vivió 98 años. Mercedes, la esposa, también fue longeva: murió a los 92. “En el pueblo antes se vivía más. Era cómo se comía y cómo se trabajaba. En casa nunca tuvimos un mulo, había que cargar al hombro. Cuando vi a Carolina Bescansa con el bebé en el Congreso, pensé en mi madre con el ganado, un feje con hierba o leña a la cabeza y el niño en los brazos”.  

 

Fuente: Reproducido de diariodeavisos.com

 

Wladimiro Rodríguez Brito  El Canario

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