MAE:
EL VINO, EL CAFÉ, LA LUCHA…LA VIDA EN FIN
“Yo le debo mi vida al vino”, me susurraba El Mae, a modo de secreto falso,
cuando con él tenía la dicha de poder coincidir por las tardes en el Bar El
Combate, justo ante de partir a una de sus múltiple ocupaciones magistrales.
Cuando pequeño contrajo la tuberculosis y como remedio lo sumergían hasta el
cogote, por tiempo indefinido, en el mosto fermentando
del tinto de su Tacoronte natal. “De ahí me vendrá el hábito, je je je” y
se despedía con un adiós que era como un hola cómo estás, porque aún cuando
se largaba perduraba en el ambiente el trueno sereno de su voz madura.
Por la Plaza de la Candelaria -en un tiempo que
no habité, de la Constitución- solía tropezarlo en dirección a su cafecito.
“Cafés buenos en Santa Cruz no hay muchos: el del Pay-Pay y el del Británico
son de los mejores”. No se equivocaba. Lo aprendí y lo puse en práctica
agradecido a su sabiduría en la materia, de la que daban fe los sempiternos
lamparones marrones de su guayabera blanca como su alma.
“Aquí en esta plaza recuerdo de cuando el
movimiento al cura menganito de tal de la parroquia cual quemando libros de
Voltaire, Marx y lo que se le pusiese por delante, en una pila que no paraba de
crecer y gritando como poseso ‘traigan más, traigan más’, como si fuera
ayer lo recuerdo”, narraba con frenesí mientras su mano ligera se apoyaba
presionando sobre mi hombro, a modo más de caricia que de superioridad, a la
que hubiese tenido justo derecho. “Me voy que tengo que ‘desburrizar’
todavía” era otra manera suya de decirte hasta luego. Y se iba, y te quedabas
relamiendo el sabor del café azucarado y del grato momento compartido.
“Que me traigan una banca goda” gritó en
su momento, rajando el aire con alarido de rabia incontenida, cuando lo
intentaron agarrotar desde la Caja como castigo ejemplar por haber sido el
Montessori punta de lanza y casi todo de la resistencia contra el robo a Santa
Cruz de la Ciudad Juvenil. No se lo podían perdonar y fueron a por él. Les
pudo también en esta ocasión a pantuflos y pendejos. Y todos los años por
semana santa, en viernes de pasión, luce la tricolor republicana con su crespón
negro al paso de la Dolorosa desde el balcón sencillo de su colegio. Es la
procesión de los republicanos a la que asisto con religiosa puntualidad para
escuchar, en la esquina de Villalba Hervás con San Antonio, la versión para
banda del “Adiós a la vida” de Puccini. Difícil será este año poder
contener el lagrimal seco.
De un amigo en común supe que en tiempos, a
modo de cinto usaba hilo de bala y que era un “stalinista”, pero de los
buenos. Que militó valiente contra el fascismo desde su trinchera toscalera y
que era una buena persona que se había trazado como objetivo en la vida poder
conseguir personas buenas.
Hasta siempre al amigo y al camarada. Hasta
luego Mae.
Juan Ramón Medina
28/01/14