Un
Día Histórico
Félix Román Negrín Rodríguez *
Hay días en la historia de un pueblo que definen mucho más que un
cambio y una potente orientación de cara al futuro. Son días en los que, bajo otra
luz, se puede revisar la historia y entender las derivas del presente. Días en
los que antiguos espectros de esos que son portadores de esperanzas y derrotas,
se entrecruzan con nuevas oportunidades recordándonos que un país siempre
guarda la posibilidad de invertir las estructuras de la dominación ensanchando
la audacia con la que se asumen decisiones trascendentes.
Seguramente el 16 de
abril de 2012 quedará señalado como un día histórico en el largo laberinto, complejo,
dramático y desafiante camino recorrido por la Argentina hacia su soberanía. Un
camino que supo de sueños y realizaciones, pero que también conoció el rostro
de las frustraciones y la devastación de esos mismos sueños. Nada fue sencillo
para un país que ha conocido las mieles de la fecundidad agrícola, la bendición
de una naturaleza pródiga en riquezas extendidas a lo largo y ancho de una
geografía espléndida, pero que también ha experimentado con la misma
prodigalidad, aunque ahora invertida, el saqueo, la apropiación minoritaria y
la discrecionalidad de poderes político-económicos que funcionaron siempre como
garantes de esas arbitrariedades dirigidas a sostener una profunda desigualdad
en una tierra capaz de garantizar, por la exuberancia de sus recursos y la
disponibilidad laboriosa de su población, una vida más justa y digna para esas
mayorías que fueron, una y otra vez, víctimas de la violencia expropiadora de
las clases dominantes y condenadas, en la mayor parte de su travesía histórica,
a distintas formas de pobreza, indigencia, y humillación social.
Quizás, por reconocer
esta historia de inquietudes e injusticias y por asumir la necesidad imperiosa
de revertir ese hilo rojo de la impunidad económica es que el encabezado del
Proyecto de Ley de la Soberanía Hidrocarburífera, presentado el 16 de abril por
la Presidenta Cristina Fernández destacó como prioritario “garantizar el
desarrollo económico con equidad social” y, a través de este sencilla frase,
dinamitar el corazón de las políticas neoliberales que condujera hasta no hace
muchos años a la mayor crisis (si ponemos a un lado la noche de la dictadura de
Videla) social, institucional, política, económica y cultural que conoció
Argentina en sus 200 años de existencia como nación independiente. Una frase
que nos permite leer, con otros ojos, una realidad que en las últimas décadas
parecía haber clausurado.
La posibilidad de
recuperar y de reconstruir un lenguaje capaz de reintroducir en nuestra
sociedad una tradición política asociada a las gestas populares, a la
inquebrantable búsqueda de justicia social, la institucionalidad republicana
con una democracia atenta a sostener y defender los derechos de las mayorías.
Por eso también la necesidad de “declarar de interés público y como objetivo prioritario
de la República el logro de autoabastecimiento de hidrocarburos” y enmarcando
ese objetivo no en la pura lógica de la rentabilidad empresarial (núcleo de las
políticas neoliberales implementadas en los años 90), sino en el avance
progresivo hacia una mayor equidad social estrechamente ligado a la “creación
de empleo”. En estas frases sencillas y directas se encuentra el giro de 180
grados que, como continuidad y profundización de lo que viene desarrollándose
en Argentina desde mayo de 2003, vertebran el espíritu de una decisión que ya
es histórica. Nunca resulta ocioso remarcar la importancia crucial de los giros
del lenguaje a la hora de intentar capturar el sentido de los cambios
históricos, allí donde una época se define fundamentalmente, por el entrecruzamiento
de sus producciones materiales y las palabras con las que relata su manera de
habitar un determinado tiempo nacional, el triunfo del modelo neoliberal no fue
sólo el resultado de un cambio en el patrono de acumulación, sino que también encontró
su potencialidad y su hegemonía en la creación de un nuevo sentido común
articulado con esas transformaciones estructurales de la vida económica que
lanzaron al exilio conceptos y palabras que habían sido parte decisivas, en la
construcción de un proyecto nacional capaz de pensar al Estado como garante de
la distribución más equitativa de la riqueza, y como fecundador de los derechos
sociales y civiles sin los cuales la democracia se vuelve hueca y vacía.
No es casual entonces,
que el primer punto de los fundamentos del proyecto se titule “del modelo
neoliberal, al modelo de crecimiento con inclusión social” y que, a lo largo de
apretados renglones cargados de significación, se pase revista a la
contradicción radical e irreversible entre un modelo que se instaló, a sangre y
fuego; en marzo de 1976 y que se prolongó por casi tres décadas, un período tal
vez más dramático de una historia nacional que conoció otras injusticias, pero
nunca tan abrumadoramente destructivas como la que nació bajo el imperio del
terrorismo de Estado; y se prolongó ya bajo la democracia, desde el Plan
Austral, hasta la convertibilidad y otro modelo que busca y sigue buscando
reparar el brutal daño producido en el cuerpo social por el imperio de la
discrecionalidad política y económica asociada a los poderes corporativos e
ideológicamente definidos por la hegemonía de la valorización financiera del
capitalismo, lo que el texto de los fundamentos no podía dejar de nombrar era
el cambio sustantivo en el interior de una sociedad que, en los últimos ocho
años tuvo que aprender a nombrar las cosas con palabras que habían sido
saqueadas y borradas del habla de los argentinos.
Un doble trabajo de
reparación iniciado por Néstor Kirschner y profundizado por Cristina Fernández:
reparación de la brutalmente dañada vida económica social e institucional y, en
no menor medida, reparación de la memoria popular de las tradiciones
emancipadoras, y de los lenguajes capaces de reconstruir los puentes rotos
entre aquellas tradiciones, y los nuevos desafíos del presente. A ese esfuerzo
se lo llamó con aguda intuición, “batalla cultural”, allí donde el
kirschnerismo comprendió desde un inicio, que para salir de una crisis no sólo
resultaba imprescindible revertir la matriz del modelo neoliberal, sino que se
volvía también imperioso disputar y superar el relato que, durante décadas;
había colonizado a una parte no menor de la sociedad argentina.
De la misma manera la
decisión de recuperar YPF debe leerse como una cuestión pendiente del propio
kirschnerismo, una manera extraordinariamente ejemplar de potenciar su historia
hacia atrás y hacia delante sabiendo como lo sabe, que la década de los años 90
sacudió y envileció con intensa profundidad, todas las prácticas del país, y en
particular el peronismo. El kirschnerismo construye su propia autocrítica a
través de su insistente acción transformadora, y lo hace haciéndose cargo de
redefinir la política petrolera aún presente hasta el 16 de abril (aunque
puesta a disposición desde el 2003, de la política reindustrializadora que,
entre otras cosas, implantó un plan de retenciones sobre la renta petrolera que
contribuyó al crecimiento económico de estos años) y la continuidad en ella, de
una matriz privatizadora sobre la que ahora, y cuando las condiciones estuvieron
dadas, decidió introducir una modificación sustancial. Se podrá decir que debió
hacerlo antes o que fue beneficiario, cuando Kirschner gobernó la provincia
Argentina de Santa Cruz, de la reforma del 90 y de la propia privatización de
YPF; lo que no se podrá decir es que no se atrevió, yendo a contramano de las
fuerzas hegemónicas a nivel local y global, a revertir la tendencia neoliberal
en función de reinventar un proyecto de nación definido por palabras clave como
recuperación del Estado, distribución de la renta, equidad social, mercado
interno, reindustrialización, política de derechos humanos, democracia
comunicacional, derechos sociales y civiles, emancipación latinoamericana. En
el inicio de ese gesto de la voluntad, se inscribe años después la decisión
soberana de la Presidenta Cristina Fernández de recuperar YPF. Nada más difícil
que revertir sentido común, prácticas sociales e imaginarios culturales
dominantes que definen la representación hegemónica de la propia realidad
argentina. No ha sido casual el camino recorrido desde la implementación
revolucionaria y sorprendente de la política de derechos humanos, eje simbólico
del giro histórico impulsado por el camarada Kirschner, hasta la larga
contienda que, por ahora; concluyó en la aprobación de la Ley de Servicios
Audiovisuales.
En el hilo dorado que
une ambas decisiones reparadoras para las mayorías populares y revulsivas para
el establishment mediático-corporativo-núcleo duro de la derecha autóctona- se
encuentra uno de los centros de una voluntad política capaz de escribir, con
viejas y nuevas palabras, la historia del país bajo la perspectiva de una
inclaudicable búsqueda de justicia e igualdad. La expropiación (¿imaginábamos
que volveríamos a usar esta palabra cara a los intereses populares?, ¿era
posible soñar con ella durante la maldita década de los años 90, en la que fue
agregada en el Index de los términos demonizados mientras un arsenal de
términos mercadolátricos dominaban el habla de tantos economistas y
periodistas?) del 51 por ciento de las acciones de YPF en manos de Repsol,
constituye uno de los desafíos más relevantes y que habilita, junto con la
política de desendeudamiento y la reestatización del sistema jubilatorio, una
nueva época cuyos límites parecen extenderse cada vez más. Y esto es algo que
la derecha fascista, la que siente nostalgia por “las garantías jurídicas”
implementadas por la economía global de mercado y sus instituciones
financiero-bancarias-burguesas, traducidas en Argentina a través, en gran
parte; de la Constitución de 1994, no puede ni quiere tolerar.
La recuperación de YPF
va en la dirección contraria a la de
esas corporaciones que disfrutaron del desguace del Estado, de privatizaciones
escandalosas de las empresas públicas, y que trasladaron sus capitales
productivos al “paraíso” de la especulación financiera, y el endeudamiento
crónico del país.
Casi treinta años de
una sistemática apropiación de la riqueza de los argentinos en nombre de un
quimérico progreso que se tradujo, con el correr del tiempo, en represión,
desigualdad, concentración de la riqueza, desguace del Estado, extranjerización
de la economía, injusticia, pobreza creciente e indigencia fueron sacudidos por
la llegada inesperada de un desconocido gobernador santacruceño que, desde el
primer día, no dejó de enloquecer una historia que parecía clausurada. “A
partir del año 2003 -se escribe en los
fundamentos-, en la República Argentina cambios radicalmente sustantivos. En el
terreno económico, se produjo una radical alteración en el patrón de
crecimiento, dejando atrás el modelo capitalista neoliberal de
sobreendeudamiento con exclusión social puesto en marcha en marzo de 1976 y
cuya expresión más acabada puede ubicarse en los 10 años de vigencia del
régimen de convertibilidad. Así, un nuevo modelo económico de crecimiento con
inclusión social vino a dar por tierra con el mayor proceso de
desindustrialización y deterioro económico y social experimentado por Argentina
en su historia. Una narración contundente para explicar lo que sucedió en el país,
y para entrelazar el proyecto represivo desplegado por la dictadura fascista, y
ese otro modelo económico que encontró en la primera, su brazo ejecutor
implacable, que luego en democracia cuando el modelo de valorización financiera
continuó su tarea destructiva, logró alcanzar una hegemonía que parecía
insuperable allí donde había penetrado profundamente en el alma de una parte no
menor de la sociedad argentina. Del revanchismo social implementado por los
esbirros de la dictadura fascista (un revanchismo de clase que se dedicó con
especial ahínco a deshacer derechos, a aniquilar organizaciones populares, y a
luchadores sociales) a la conquista de las conciencias durante la era de Menem,
ese camino recorrido bajo el imperio de la violencia y la impunidad comenzó a
ser pacientemente desarticulado a partir de los fundamentos del año 2003.
La expropiación de las
acciones de Repsol que se traduce en una
recuperación de YPF para el patrimonio de los argentinos constituye un
verdadero hito en el desmantelamiento de la matriz neoliberal. Otro relato de
la historia argentina se abre camino junto con la extraordinaria significación
de esa conjunción trabajosamente tejida en todos estos años y revitaliza el 16
de abril de 2012 entre petróleo, economía popular, igualdad, solidaridad,
justicia social, y democracia.
* Redactor de RIA Novosti, Agencia de Información Internacional de Rusia en
Canarias
Corresponsal
de La Voz de Rusia en Canarias
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