La deshumanización del territorio

«» Wladimiro Rodríguez Brito *

[...Es inconcebible cómo aquí y ahora las vacas no caben en un suelo rústico de protección paisajística, hasta el límite de tener que esconderlas, mientras que en países con mayor tradición de conservación medioambiental, como Holanda, sí se permite. Asistimos incrédulos a cómo se establecen barreras que prohíben y limitan usos tradicionales de siempre, como la construcción de una pared de protección, un establo para el ganado, la limpieza de maleza por si hay plantas supuestamente protegidas, un gallinero, con o sin gallo, o un goro para un cochino. Incluso utilizar una gañanía que tiene cabras para poner vacas requiere de unos permisos especiales, motivados por unos supuestos cambios de uso. Con tanta legislación estamos olvidando cuáles fueron los motivos de haber creado esas normas, y la existencia de prácticas tradicionales y pactos no escritos que, por ejemplo, posibilitaban la limpieza de las malezas para prevenir incendios y evitar los problemas de plagas en nuestros campos...]

Es difícil entender y explicar, tanto al mundo rural como a los entendidos, las dificultades que existen para desarrollar la actividad de agricultor o ganadero en nuestro medio rural. En Canarias no solo hemos de soportar una naturaleza adversa para la actividad, que incluye vientos, sequías, difícil orografía, plagas..., y que se completa con una compleja estructura comercial compuesta por intermediarios locales, importadores o un mercado atomizado. Además, el agricultor y el ganadero soportan un amplio aparato de leyes que parten de los ayuntamientos y llegan hasta Bruselas, leyes que establecen numerosas líneas rojas que ignoran que los gestores del territorio en Canarias, los campesinos, nos han dejado uno de los espacios más ricos en el plano ambiental.

Es este un tema que no queremos reconocer. El pueblo con mayor riqueza de diversidad de la UE tendría la obligación de respetar y tratar con cariño a los agricultores y ganaderos canarios, ya que han sido capaces de conservar, con gran sabiduría, nuestra naturaleza. Es inconcebible cómo aquí y ahora las vacas no caben en un suelo rústico de protección paisajística, hasta el límite de tener que esconderlas, mientras que en países con mayor tradición de conservación medioambiental, como Holanda, sí se permite. Asistimos incrédulos a cómo se establecen barreras que prohíben y limitan usos tradicionales de siempre, como la construcción de una pared de protección, un establo para el ganado, la limpieza de maleza por si hay plantas supuestamente protegidas, un gallinero, con o sin gallo, o un goro para un cochino. Incluso utilizar una gañanía que tiene cabras para poner vacas requiere de unos permisos especiales, motivados por unos supuestos cambios de uso. Con tanta legislación estamos olvidando cuáles fueron los motivos de haber creado esas normas, y la existencia de prácticas tradicionales y pactos no escritos que, por ejemplo, posibilitaban la limpieza de las malezas para prevenir incendios y evitar los problemas de plagas en nuestros campos.

Antes, los campos abiertos, la rastrojera con pastores en los veranos, permitían una mejor gestión del territorio, como ocurría con los pastores en Los Rodeos en los años ochenta. En estos momentos ignoramos los usos tradicionales, como referencia de una gestión compartida, más sostenible, que contribuye a reducir el peligro de incendios gracias a las tierras de cultivo, un campo sin maleza, un campo vivo, más sostenible, con campesinos y ganaderos. Aquí secamos las fuentes que manan sabiduría.

Aquí y ahora echamos a los que quedan, como bien dice el amigo Pedro Molina. Seguimos poniendo piedras en el camino que desmotivan y crean incertidumbre a los que quieren hacer surcos, con la áspera piel de las islas. Relato ahora un ejemplo de libro. Un joven con 20 años, que tiene seis vacas, consigue una cuadra, en Lomo Largo, en La Laguna, alejada de vecinos. A pesar de que la lógica diría que es un lugar ideal para esa actividad, no le autorizan poner las vacas porque la cuadra se encuentra en suelo rústico pero de protección paisajística. Es decir, hay una línea roja que determina que en ese lugar no pueden pasar las vacas que han estado pastando y conviviendo con los ganaderos por esos lares a lo largo de quinientos años.

Volviendo al caso de Holanda, este país, que tiene apenas unos 40.000 km2 de superficie, sin embargo tiene más de cuarenta millones de holandeses, vacas y colinas. No obstante, en nuestro territorio parece que no hay espacio para media docena de vacas, y, lo que es peor, estamos echando a nuestros jóvenes de una actividad clave en el presente y futuro de esta tierra, desmotivando a un colectivo joven que no tiene alergia al sacho, que siembra y planta gran parte de lo que le queda en Tenerife, que quiere vivir de la actividad ganadera. Jóvenes que son claves en la recuperación del campo, pero, sobre todo, en la tarea de dignificar no solo el mundo rural, sino una labor que contribuye a armonizar la agricultura con el medioambiente, la producción de alimentos obtenidos aquí como "kilómetro cero" y la sostenibilidad. Jóvenes que se sientan reconocidos, valorados no solo como parte de romerías a las que se va vestidos con trajes típicos prestados, y que tengan un reconocimiento social, en el que se valore el importante papel de la ganadería y la agricultura, tanto en su papel de productora de alimentos como también en el plano ambiental, lucha contra incendios y como parte de una sociedad más sana y equilibrada.

¿Que no ponemos vacas en Lomo Largo? ¿Las ponemos en La Carrera? Las leyes han de estar al servicio de los hombres. Demandamos leyes justas, con reconocimiento humano de lo que hemos hecho bien en el territorio.

Los agricultores y ganaderos son básicos en una sociedad ambiental y socialmente más justa. No echemos más campesinos del campo.

* DOCTOR EN GEOGRAFÍA POR LA UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA

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