El derrumbe ideológico del socialismo español
Juan
Jesús Ayala
Para empezar, y
asumiendo las tesis revisionistas, Bernstein propuso un abandono del marxismo
en el que la lucha de clases ya no se considera el motor de la historia, por lo
que habría que alentar un acercamiento, una convivencia entre el capital y la
clase obrera, lo que se tradujo en el nacimiento de la socialdemocracia, cuyas
proclamas fueron asumidas en el tiempo por gran parte del socialismo europeo, y
más concretamente por el PSOE. En el congreso de esta organización política
celebrado en 1979, Felipe González, auspiciado y apoyado por su amigo Willy
Brandt, cayó en los brazos de la socialdemocracia alemana, renunciando a las
tesis marxistas del partido y alejándose de "aquel tío de las barbas"
(refiriéndose a Marx). Esta decisión no fue aceptada por la mayoría de los
congresistas, lo que motivó que se viera obligado a dimitir de su cargo, aunque
posteriormente se le buscó, se le apoyó, fue nombrado secretario general y
desde entonces el PSOE dejó de ser un partido de izquierdas para convertirse en
un amago y en un espectro ideológico de sí mismo. Y así continúa.
Se fue renunciando
paulatinamente al Estado del bienestar, se estimularon las privatizaciones
emulando la tercera vía laborista de Giddens, y
aquella sociedad igualitaria, que era el objetivo básico y fundamental de todo
socialismo, se quedó en eso: en una sociedad donde cada vez las diferencias
entre ricos y pobres son más ostensibles que nunca. Una muestra de que esto es
así es preguntar a los banqueros y a los que manejan las finanzas si se han
arruinado, y a los pensionistas, enfermos, parados y funcionarios qué tal les
ha ido con este gobierno que se titula de izquierdas y socialista. La respuesta
es clara y contundente. A los primeros, encima favorecedores de la crisis, muy
bien, y a los que la han padecido y padecen, muy mal.
Y ante esto, que es
así por muchas vueltas que pretendan darle y por más justificaciones que se
esgriman cada día, se hace más difícil, casi imposible, distinguir lo que es
una política neoliberal, la del PP, y lo que es una socialdemócrata, la del
PSOE. O sea, como se ve, la derecha y la llamada izquierda forman un perfecto e
íntimo maridaje ideológico difícil de separar.
Y lo que sucede en el
Estado español, gobernado por el PSOE, junto a Grecia, únicos referentes que
quedan dentro del entorno europeo: cómo es posible generar una bancarrota en la
que a los que han tenido poder para evitarlo no les afecta y, además, son
premiados con asesorías aquellos próceres socialistas que, aun abandonando el
barco de la responsabilidad política, se mecen en su nirvana encantador y con
un tren de vida que les viene muy bien para hacer demagogia, cuando lo que
deberían hacer es mirarse el ombligo y entender que, si querían hacer de España
un país nuevo que no fuera reconocido por la madre que lo parió, en parte lo
han conseguido, pero al revés, muy diferente a las pretensiones dichas en su
día.
Hablar y predicar
desde el PSOE que son depositarios de la ideología de izquierdas -la cual
permanece en estado de divinidad- es un quiebro dialéctico-teórico-práctico que
viene a ser, poco más o menos, como una acalorada soflama mitinera
que apenas produce algún tipo de entusiasmo a no ser a aquellos que se nutren
estando en los aledaños del poder y en la toma de decisiones.
Personajes como el
reciente derrocado presidente egipcio o el tunecino pertenecían a la
internacional socialista y no pasaba nada; se aceptaba sin más. Lo mismo que el
magnate de las finanzas del FMI, también desde su medio de vida
escandalosamente de ricachón empedernido, también socialista, aspirante a la
presidencia de Francia.
Con todo esto lo que
se pretende significar es que la teoría socialista se ha quedado obsoleta,
inservible por no practicarla, puesto que los acontecimientos han acabado con
ella. La economía ha sido el becerro de oro al que todos se han visto obligados
a abrazar. Y lo que se dice de la globalización y de que hay que obedecer y
someterse a las leyes del mercado es el mejor pretexto para someterse a los que
controlan el capital, y, si se estableció por la socialdemocracia un diálogo
entre las fuerzas del trabajo y el capital, esta batalla la han ganado los que
controlan los dineros del mundo; y las políticas e ideologías de clase, entre
ellas la izquierda, capitaneada desde el simulacro por el PSOE, se han
desdibujado, se encuentran perdidas, derrumbadas entre sus propias
contradicciones, desde donde les será difícil salir si no cambian los
personajes de una historia ideológica que parece conclusa y que han dejado de
ser referentes del igualitarismo, de la clase obrera y de los sujetos débiles
de la sociedad.